Desde el IV milenio a.C, las poblaciones neolíticas de una buena parte del entorno mediterráneo y de la fachada atlántica europea adoptaron la costumbre de enterrar colectivamente a sus muertos en el interior de grandes construcciones de piedra conocidas como dólmenes o construcciones megalíticas. La extensión de este fenómeno por la Península Ibérica fue extraordinaria, exceptuando únicamente el curso inferior del río Ebro, el litoral valenciano y el sector oriental de la submeseta sur.
Uno de los espacios donde encontramos una notable cantidad de monumentos megalíticos es en la Paramera de la Lora burgalesa. A partir del II Milenio, los megalitos fueron perdiendo su sentido funerario, aunque su atractivo perduró a lo largo de la historia como lo demuestra la existencia en ellos de objetos de época romana, medieval y moderna.
Los megalitos son considerados como la primera huella visible y perdurable de tipo constructivo dejada por el hombre en el territorio. Éstos tenían una finalidad muy clara: convertir la tumba en un elemento destacado del entorno. Por ello, siempre aparecen en lugares prominentes y con potencialidades agrarias, pues su ubicación no es azarosa, sino que responde a intereses estratégicos y socioeconómicos. Así se explica su presencia cerca de manantiales y siempre en espacios susceptibles de ser cultivados, para asegurar la vida de las poblaciones allí asentadas.
Hoy día los dólmenes están al lado de parcelas cultivadas, lo cual es bien significativo siendo el terrazgo existente en la Paramera escaso y discontinuo, por la poca aptitud de la mayor parte del terreno para su aprovechamiento agrícola.
Los dólmenes se componen de dos elementos bien diferenciados funcionalmente: uno “interno”, estrictamente megalítico, que actúa como recinto funerario principal, y otro “externo”, denominado túmulo, cuyo objetivo es dar consistencia y resaltar todo el conjunto. En la Península Ibérica presentan siempre planta circular, y en concreto, los de La Lora responden, en su mayoría, al denominado sepulcro de corredor. Reciben este nombre porque a la dependencia principal o cámara, más o menos circular, se añade un pasillo de acceso, el corredor, construido con bloques de menor tamaño, que comunica el área funeraria con el exterior.
Fueron lugares de enterramiento colectivo, como lo demuestran la formación de grandes depósitos de huesos en su interior. Los enterramientos tienen diferente cronología. Esto indica que los megalitos se utilizaron de forma ininterrumpida durante varios siglos. Muchos han sufrido un expolio sistemático y al ser excavados, los osarios se hallan muy revueltos. Frecuentemente, junto a los enterramientos hay una serie de objetos de piedra, hueso y cerámica, a modo de ajuar funerario.
Los monumentos conservados que han sido restaurados y señalizados para su visita turística son el Dolmen de la Cabaña en Sargentes de la Lora, el de Las Arnillas, en el término de Moradillo de Sedano, el magnífico túmulo de El Moreco, en Huidobro, La Cotorrita, en Porquera de Butrón y el dolmen de Valdemuriel, en Tubilla del Agua.
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