viernes, 23 de noviembre de 2012

-Nueva especie de tortuga fósil en Salas de los Infantes..

Larachelus morla -en homenaje por un lado a los Siete Infantes de Lara que protagonizan parte del acervo cultural de Salas, y por otro en recuerdo la famosa tortuga Morla del libro de La historia interminable-, es el nombre que los paleontólogos Adán Pérez (Universidad Complutense de Madrid) y Xavier Murelaga (Universidad del País Vasco), colaboradores del Museo de Dinosaurios desde 2010, han dado a una nueva especie de tortuga fósil que han descrito, contemporánea de los dinosaurios en el Cretácico. Es decir, entre hace 135 millones y 65 millones de años.
Esta nueva tortuga, cuyo estudio  acaba de ser publicado en la prestigiosa revista Journal of Vertebrate Paleontology, es el segundo holotipo que se describe con fósiles del Museo de Dinosaurios serranomatiego (el primero fue el dinosaurio Demandasaurus darwini). Un holotipo es un ejemplar que ha servido para describir una especie en una publicación científica, y debe ser custodiado en un museo.

Dicho de otra manera, las instalaciones museísticas salenses con servan dos ejemplares fósiles únicos en el mundo, y que sirven de referencia ineludible para cualquier paleontólogo que quiera conocer o estudiar esas especies.La nueva tortuga, que también forma parte de la exposición permanente del Museo, se identifica como un animal relacionado con el grupo que une a las actuales tortugas marinas, a los galápagos, y a las tortugas terrestres, así como a formas fósiles tales como la Chitracephalus (cuyo único esqueleto parcial conocido de un ejemplar adulto del taxón europeo se expone en Salas), o los géneros españoles Hoyasemys y Galvechelone (de Cuenca y Teruel respectivamente).
Sin embargo, se reconoce como una especie más primitiva que todas ellas. Su estudio permite reconocer una elevada variedad morfológica en las tortugas del Cretácico Inferior de Europa, probablemente relacionada con la adaptación a múltiples funciones y modos de vida de estas especies dentro de los ecosistemas. Además, permite reconocer a España como el país europeo con mayor diversidad de quelonios (tortugas) de ese lapso temporal.

Esa diversidad es especialmente relevante en la Cordillera Ibérica, donde se identifican representantes de varios grupos, y una de las áreas donde se reconoce un mayor número de taxones es la región occidental de la Cuenca de Cameros, en Burgos. La mayoría de los hallazgos provienen de Salas de los Infantes y de localidades cercanas, y la colaboración que se estableció desde 2010 entre el Museo de Dinosaurios salense con las Universidades del País Vasco (Xabier Murelaga) y Complutense de Madrid (Adán Pérez García) está proporcionando resultados importantes.
Esta investigación ha merecido una acción divulgativa en foros científicos, como ya se hizo en el III Congreso Paleontológico Internacional, celebrado en Londres (junio de 2010) y en las V Jornadas sobre Paleontología de Dinosaurios y su Entorno, celebradas en Salas en septiembre de 2010.
También se han publicado artículos en algunas revistas internacionales tales como Cretaceous Research y Acta Paleontologica Polonica (2011).

Fuente: www.elcorreodeburgos.com

domingo, 4 de noviembre de 2012

-El Castillo de Poza de la Sal.

La fortaleza que construyó a finales del siglo IX el conde Diego Rodríguez Porcelos para facilitar la repoblación de Poza ha cumplido con creces su papel defensivo para el que fue levantado.
Unas poco conocidas excavaciones arqueológicas encaminadas a conocer con exactitud la historia del castillo depararon sorpresas inesperadas a los investigadores.

Éstas permitieron comprobar la existencia de restos de la Edad del Bronce, estructuras romanas e industria de la Alta Edad Media, todos ellos vinculados a la pieza fundamental del patrimonio de la villa como son las salinas.
Así se constató que la antigua ‘Salionca’ autrigona ocupó el mismo lugar que la fortaleza dando el relevo con el paso de los siglos a la ‘Flavia Augusta’ romana hasta que la lucha contra los musulmanes lo dejó desierta. Con sus primeras piedras, hace un milenio, la fortaleza pozana protegió este legado oculto del pasado burebano que de forma esporádica cede a los arqueólogos.
Hoy en día, el castillo no es el original ya que su papel en numerosos conflictos bélicos a lo largo de la historia lo han transformado puntualmente.

Así, en el siglo XIV la familia Rodríguez de Rojas construyó el actual sobre su predecesor con el añadido de una sólida muralla que protegía la villa.
Finalmente fue rehabilitado en 1808 por las tropas francesas y soportó continuos ataques de guarniciones burgalesas hasta el fin de la Guerra de la Independencia.
Su última actuación, que le ha salvaguardado de una ruina constatada, fue realizada por la Fundación del Patrimonio Histórico de Castilla y León que lo incluyó en su lista de intervenciones.
Actualmente es uno de los reclamos turísticos de la villa salinera ya que desde su posición se divisa una enorme extensión de La Bureba así como el complejo salinero que durante siglos protegió.

Fuente: www.elcorreodeburgos.com

sábado, 3 de noviembre de 2012

-Las almenas del Arco de Santa María se abren al público.



La muralla defensiva del burgo medieval era vital para saber a quién abrir o cerrar la puerta. Ese espacio ofrecía una vista de los alrededores que desde hoy ya pueden disfrutar los visitantes del Arco de Santa María. La almena oeste a la que se accede desde la sala noble del Arco, ubicada en la primera planta de la zona expositiva, permitirá al turista o al burgalés convertirse en un arquero medieval y observar una nueva perspectiva de la ciudad.

Esta es una propuesta en la que se trabaja para mejorar las posibilidades turísticas de la ciudad. Se trata de un plan que se irá moldeando con nuevas iniciativas que permitan revitalizar la oferta turística de la ciudad que se irán desarrollando en los próximos meses. Las visitas se deben hacer en grupos de ocho personas. La entrada sigue siendo gratuita.

Fuente: www.elcorreodeburgos.com

jueves, 1 de noviembre de 2012

-Antes que el cementerio de San José.


Antes que el cementerio de San José existió otro, que se ubicó en los terrenos sobre los que más tarde se edificaría el seminario mayor, en la ladera del cerro del Castillo.  Pero antes incluso que aquel, hubo un primer camposanto cuya singular origen traemos hoy aquí, único día del año en que esa urbe pacífica de mausoleos y cruces se habita con desmesura. Su creación se debe a un solo hombre, el general francés Paul Thiebault, gobernador de Castilla durante la ocupación francesa. Tipo culto y refinado, el militar al que Napoleón Bonaparte encomendó el control de la capital castellana, enclave estratégico en la invasión, desarrolló desde su llegada una especial obsesión por la limpieza y el higiene de la urbe, que dejaba mucho que desear. Tal fue la preocupación del general, que una de sus primeras medidas, que posteriormente se extendería por toda la España ocupada, fue la construcción de un cementerio, aboliendo la tradición secular de inhumar a los muertos en las iglesias. El tufo a cadáver que Thiebault soportaba cuando asistía a misa en la Catedral resultó definitivo para que el general impusiera, contra la opinión del clero, aquella propuesta.

En adelante, los enterramientos tenía que hacerse extramuros. Tras los preceptivos estudios, Thiebault resolvió que el lugar idóneo sería el entorno del monasterio de San Agustín, entonces abandonado y en casi en ruinas: se hallaba lo suficientemente alejado de la ciudad como para que los posibles olores se percibieran en ella pero no en un punto remoto, lo que podría desanimar a los deudos a llevar hasta allí a sus familiares desaparecidos. Y tenía un componente sagrado, ya que se trataba de un terreno vinculado al cenobio, esto es, que contaría con ese ‘abrigo’ espiritual que no ahuyentaría a los burgaleses, máxime tratándose de un recinto que durante siglos había venerado la imagen del Santo Cristo de Burgos.
En 24 de febrero de 1809, adelantándose al Real Decreto que el 4 de marzo de ese año estamparía con su firma José Bonaparte, el gobernador francés expuso a los burgaleses las nuevas normas: en adelante, quedaba prohibido dar sepultura en la iglesias de Burgos; que la huerta que se ubicaba frente a San Agustín se destinaría para sepultar «todos los cadáveres de este pueblo»; que se exhortaría al arzobispo a bendecirla; que el comandante de armas, el corregidor y los curas serían en adelante «los responsables del cumplimiento de ese decreto».

«La huerta en cuestión tenía una forma rectangular y se encontraba situada en el espacio que existía entre el edificio del convento de San Agustín y el Hospital de la Concepción. Las obras que se realizaron para acoger el cementerio llevaron a dividirla en dos zonas con caminos principales para carros y otros más estrechos, que se cruzaban con los primeros, para peatones, permitiendo de este modo el acceso de una manera fácil a las sepulturas», escribe Óscar Moral Garachana en su estudio El cementerio del general Thiebault (Institución Fernán González).

Huelga decir la escasa o nula gracia que le hizo al clero esta medida, menos aún a los canónigos de la Catedral, que solían ser enterrados en la joya gótica. Pues quiso el destino que el primer fallecido tras la aprobación del decreto del francés fuese un miembro del Cabildo: el racionero Miguel Ortiz Rufrancos. Según cuenta Moral en su estudio, el arzobispo trató de convencer al general de que se hiciera una excepción y el canónigo fuese sepultado en el primer templo de la ciudad. Thiebault se vio ante un dilema de difícil solución. Por un lado, si cedía al ruego del arzobispo, sentaba un precedente que podía menoscabar su autoridad en adelante; por otro, no quería enfrentarse a un más al estamento eclesiástico.
El general se salió con la suya sin que esto segundo sucediera. En una pirueta entre diplomática y maquiavélica, convenció al Cabildo de que la muerte de ese miembro era una señal divina, esto es, que Dios había dispuesto que el primer huésped del nuevo jardín de la eternidad no fuese una persona cualquiera, sino uno de sus ministros en la tierra. El Cabildo, aunque no demasiado convencido por ser un francés quien les hablara de la Providencia del Altísimo, aceptó, saliendo Thiebault triunfante, ya que siendo enterrado allí el primero un miembro de la Iglesia nadie podría negarse en adelante a hacer lo mismo.
No en vano, durante el tiempo que se prolongó la ocupación francesa fue ese y no otro el lugar de enterramiento en la ciudad, pese a que se demostró que no había sido el idóneo por cuanto los hedores alcanzaban la ciudad y ponía en riesgo la salubridad de los vivos. El camposanto fue abandonado tras la marcha de los invasores. No volvió a saberse nada de él hasta que a finales del siglo XIX se rehabilitara San Agustín como escuela de niños sordos, mudos y ciegos. Durante las obras de acondicionamiento, salieron a la luz numerosos restos óseos humanos. La eternidad a veces se rebela contra el olvido.

Fuente: www.diariodeburgos.es