domingo, 24 de noviembre de 2019

-Así era el Solar del Cid.

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Tres campañas van a ser suficientes para conocer la evolución del urbanismo y el estudio de la vivienda de los siglos XIII o XIV que se conserva en el denominado Solar del Cid. Los seis meses de excavación que concluirán a mediados de diciembre darán por terminado el estudio de esta zona de la ciudad junto al arco de San Martín. «El objetivo de investigar lo que escondía el solar y la evolución de la vivienda hallada se ha cumplido. A partir de ahora quedará decidir qué se quiere hacer con ello», sostiene la arqueóloga Fabiola Monzón, partidaria de hacer un rebaje del terreno retirando las escalinatas para que la excavación quede a la altura del transeúnte, aunque protegiéndolo de algún modo.

Pero eso será en 2020. De momento los cinco trabajadores y la arqueóloga continúan delimitando la vivienda de 180 m2  y siguen obteniendo nuevos hallazgos.
Uno de los más interesantes es el de una pintura mural encontrada en una de las paredes de la vivienda. Con un programa específico para arte rupestre los investigadores han conseguido visualizar de forma algo más nítida una cruz en tono rojo, dibujo que destacamos junto a estas líneas y que, en la excavación, señalan el concejal de Turismo, Leví Moreno, y la arqueóloga Monzón.
En esta tercera campaña se ha ampliado la zona a excavar por la esquina suroeste (a la derecha de las escaleras mirando de frente al monumento) con el propósito de conseguir más datos sobre los cimientos de lo que parecía un torreón y los límites de la vivienda: «Al final ha salido la roca, porque la casa estaba excavada sobre el terreno natural», detalla la arqueóloga. En la fachada, además,  aparecen piedras con agujeros, síntoma de que hubo saqueos para aprovechar los sillares en otras construcciones. En cuanto al torreón, descartan que lo fuera, y creen que se trata más bien «de un añadido o una ampliación de la vivienda que necesitó de otro muro».
De la casa también pueden aseverar que el patio con pozo estaba en la parte trasera y no en el centro como al principio pensaban. A ello ha contribuido la eliminación del muro que separaba 2 estancias y la limpieza de la zona. Además, el hallazgo de varias piedras con pilares distribuidas de una manera uniforme cada 1,80 metros permite delimitar su tejado. En cuanto al horno metalúrgico, que se ha seguido limpiando, ha requerido de unos puntales para sujetar la parte de la bóveda que se conserva.



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Imagen de la excavación que finaliza en el mes de diciembre/AIALa tercera campaña de excavación del Solar del Cid finalizará en el mes de diciembre. Y ha sido la última. Tal y como explica la arqueóloga Fabiola Monzón, el objetivo era hacer un análisis de la zona que ya han conseguido delimitar. Esta campaña ha servido, entre otras cosas, para conocer mejor «la articulación del espacio».
Y es que el descubrimiento más destacado de esta temporada ha sido un muro de piedra que en su día fue la pared de la casa. Por lo tanto, se puede decir que la planta de la casa contaba con una «superficie aproximada de 200 metros cuadrados». Un total de 180, ya han visto la luz, pero el resto no han sido excavados porque limitan con la escalinata y el altar. Este nuevo muro de la vivienda ha conseguido cerrar el espacio descubierto y deja ver que a los lados había huertas o corrales.
Cabe destacar que han aparecido unos sillares en el muro mencionado que sirvieron, en su día, para sujetar la techumbre. Por lo que Monzón señala que la vivienda contaba con más de una planta.
Estos no han sido los únicos descubrimentos. También se ha encontrado una pintura mural que data de la misma fecha que la primera fase de la construcción de la vivienda, es decir, de finales del siglo XII o principoios del XIII. Una pintura que cuenta con una cruz lo que hace pensar que tiene una connotación religiosa. En relación con la decoración de la vivienda, se han hallado nuevas yeserías.
El horno descubierto la pasada campaña también ha arrojado nuevos datos. «Hemos encontrado la parte de la cámara y se ve el desplome de la bóveda, las cenizas y mucha escoria», aclara Monzón. Dada esta circunstancia se cree, «cada vez un poco más que se trataba de un horno metalúrgico».
Según las palabras de Monzón, los trabajos en esa zona ya han finalizado pero habrá nuevos proyectos, posiblemente en la iglesia San Román.

sábado, 16 de noviembre de 2019

-El desmembramiento de un héroe. Los huesos del Cid.

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No ganó ninguna batalla después de muerto, salvo la de la eternidad, donde sigue vivito y coleando, pero los restos de su cadáver han dado tantas vueltas que todavía hoy sería muy difícil reconstruir la osamenta del Cid Campeador. Es lo que tienen los héroes, que no descansan nunca. No sólo sus figuras son manipuladas hasta la extenuación; no sólo se urden leyendas en torno a ellos; sus restos, a menudo, son considerados reliquias, un botín que trasciende. Ahora, cuando todo el mundo vuelve a saber y a querer saber sobre el Cid -por la novela de Arturo Pérez-Reverte, por la serie que está rodando Amazon- los más curiosos se preguntan por el destino del guerrero burgalés. De sus restos, asaz viajeros. La codicia, que no conoce límites, alcanzó su cénit para con el que en buena hora nació durante la invasión napoleónica. Rodrigo Díaz, muy conocido en Francia por la tragedia El Cid escrita por Cornielle en el siglo XVII, descansaba en San Pedro de Cardeña, junto a su esposa, Jimena. Las tropas francesas no sólo exhibían ardor guerrero: eran carroñeros sin escrúpulos, saqueadores profesionales.

Así que cuando ocuparon tierras burgalesas les faltó tiempo para violar la tumba de Ruy Díaz. Siniestros personajes como el gobernador Darmagnac ampararon todo tipo de tropelías. El sepulcro de Cardeña fue una de las más sonadas. Se atribuye a un oscuro personaje el expolio principal de los restos: Vivan Denon, egiptólogo y erotómano, dibujante, coleccionista. Por otro lado, Ana Fernández y Leyre Barriocanal, autoras del espléndido libro Los huesos del Cid y Jimena. Expolios y destierros, señalan a un tal intendente Denniée, quien, según su investigación, fue la persona que se llevó los cráneos del Cid y de Jimena. La tesis de las autoras de la obra señala que Denniée regaló los cráneos en 1813 al ministro de la Guerra, el duque de Feltre. Los cráneos nunca han aparecido, pero no sería descabellado imaginar que sigan en Francia o incluso en Alemania.

De poco sirvió que el general Thiebault, conocedor del personaje y en un gesto con el que pretendió ganarse el favor del pueblo, sabedor del latrocinio de los suyos, organizara el traslado de los restos que quedaban en Cardeña (si es que quedaba alguno) a la ciudad. El 19 de abril de 1809, en un acto lleno de pompa y de solemnidad, se dio sepultura al Cid en un mausoleo que para la ocasión se erigió en el Espolón. Liberada España del yugo francés, los monjes solicitaron al Ayuntamiento de Burgos que los restos fueran devueltos al monasterio de San Pedro de Cardeña, hecho que se produjo en 1826. Pero las desamortizaciones volvieron a dejar lo que quedaba del Cid a expensas de profanadores. Para evitar males mayores, el Ayuntamiento logró sacar de nuevo los restos. Faltaba mucho, claro. Casi todo. Además de los cráneos, faltaban el carpo, metacarpo, tarso, metatarso y falanges y restos del cráneo. Los restos pasaron una temporada en la Casa Consistorial, hasta el año 1921, cuando, aprovechando el séptimo centenario de la Catedral, se inhumaron en el crucero de la nave central.

Por media europa. Según varios historiadores, además de Denon y  Denniée, otros dos franceses influyeron en el eterno destierro de los restos del Campeador: el conde de Salm-Dick y el barón de Delammardelle, quienes se habrían repartido la osamenta. El primero no los conservó mucho tiempo y se los entregó al príncipe alemán Carlos Antonio de Hohenzollern, engrosando el museo particular de su castillo de Sigmaringen, en el sureste de Alemania. Gestiones del gobierno español consiguieron que esos restos regresaran a España a finales del siglo XIX.

Lo que fue de la parte de Salm-Dick es la más difícil de saber. Sin embargo, se conocen tres lugares, dos en Francia y uno en la República Checa, en los que se dice que están el resto de los huesos. Unos, en Brionnais, municipio de Gènelard, en la Borgoña francesa. Son propiedad de un particular. Se conservan en una urna junto a una leyenda que explica su origen y procedencia; otros, en el Museo de Bertrand de Châteauroux. Los otros se custodian en el palacio checo de Lazne Kynzvart. En 2007 el Ministerio de Cultura español solicitó al checo estudiarlos para comprobar su autenticidad, a la vez que pidió la devolución de un trozo de cráneo del Cid y de un fémur de doña Jimena. Algunas fuentes afirman que en Palacio de Pulawy, en Polonia, también hay osamenta cidiana e incluso en Rusia. En la Sala Poridad del Arco de Santa María se conserva el radio del Campeador, mientras que en la sede de la Real Academia se conserva el enésimo trozo de su cráneo. Cruel destierro el de los huesos del Cid.

-Exposición 'Burgos, legua cero del viaje de Magallanes-Elcano' .

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Adentrarse estos días en la sala de exposiciones del Fórum es como zambullirse en una novela de Stevenson o de Salgari, o hacerlo directamente en una de las más fabulosas aventuras, la de la propia Historia, a través de uno de sus capítulos más fascinantes, que se escribió -como tantos- con ‘letra’ burgalesa. La epopeya de circunnavegar el globo terráqueo, gesta de la que se están cumpliendo quinientos años, es honrada en una exposición espléndida que tiene el mejor reclamo posible: de la fantástica proa que ha creado el totémico Cristino para la ocasión no se puede salir indemne. Ese hallazgo de acero, además de un acierto absoluto que rebosa talento, es un símbolo poderoso: vestigio marítimo varado en el corazón de Castilla, recuerda que esta fue la ciudad desde la que se dirigieron numerosas singladuras transoceánicas.

Y, desde luego, la ciudad sin la que no podría comprenderse aquella hazaña sin parangón. Por eso la exposición organizada por la Fundación VIII Centenario de la Catedral es pertinente: Burgos no podía quedar al margen de los actos y celebraciones que llevan meses desarrollándose aquí y allá, obviando injustamente a la metrópoli que impulsó y facilitó la primera vuelta al mundo de la historia. La exposición, muy bien estructurada, comienza por el origen, concretamente por un personaje sin el que no podría comprenderse cuanto vino después: Isabel la Católica. El espléndido retrato que le hizo Juan de Flandes y que perteneció a la Cartuja abre la muestra. Con ella empezó todo: bajo su reinado, se impulsó el viaje de Cristóbal Colón que le habría de llevar a descubrir el Nuevo Mundo. Junto al retrato de la Católica puede contemplarse la espada y el testamento de ésta, así como el bellísimo oratorio portátil de los Condestables de Castilla, con el escudo de Portugal, otra reino clave en la epopeya transoceánica.

Al cabo nos adentramos en el floreciente Burgos del siglo XVI, esa urbe cosmopolita y deslumbrante en la que coinciden los mejores artistas, los mejores comerciantes y los más poderosos hombres de finanzas. Destacan en la exposición los espléndidos relieves de Hernando de Castro y Juana García de Castro procedentes de San Gil, así como legajos del Consulado del Mar y de la Universidad de Cónsules; una caja de caudales, una Vara de Castilla o Vara de Burgos, letras de cambio, libros de contabilidad, balanzas y un fantástico mapa de las costas y el mar de Castilla, firmado por Pedro de Teixeira, muestran al visitante la pujanza que explica por qué buena parte de los dineros con que se finació el proyecto de Magallanes salió de Burgos.

Así, junto a valiosas piezas artística de la época -como una navata de plata o un copón de Nuremberg procedentes de la Catedral de Burgos, una Virgen con Niño y San Juanito, espectacular pieza esculpida en mármol de Carrara o un San Sebastián de Siloe, se exhibe el busto orante de uno de los principales protagonistas de la historia de la primera circunnavegación del globo terráqueo: Cristóbal de Haro, el comerciante que financió buena parte de expedición encabezada por el navegante portugués Magallanes. También, en el mismo espacio expositivo, pueden contemplarse piezas pertenecientes a otro personaje esencial de este episodio histórico: el obispo Fonseca. Su cáliz y su libro de horas muestran el poder y la influencia que tuvo el prelado, sin cuyas dotes de persuasión jamás hubiese emprendido el emperador Carlos aquella aventura insólita.

Héroes de la epopeya. Retratos de Colón o los Pinzón, cartas y el testamento del almirante genovés, un mapa de la Especiería y de Juan de la Cosa, una reproducción de la nao Victoria (la que dio la vuelta al mundo con Elcano al frente), un cuadrante, un astrolabio, un globo terrestre y otro celeste remiten a la estirpe marina de la epopeya, que se completa con todos los aparejos y las armas sin los que jamás se hubiese podido emprender tamaña empresa. El remate de la muestra, amén del vídeo ilustrativo, que puede verse cual si se estuviera en la bodega de uno de aquellos barcos, es la referencia a todos los burgaleses que participaron en la expedición: Gonzalo Gómez de Espinosa, natural de Espinosa de los Monteros, alguacil mayor de la Armada, capitán de la nao Trinidad a la muerte de Magallanes; Francisco de Espinosa, natural de Brizuela, muerto junto a Magallanes en combate con los indios de Mactán en 1521; Pedro Gómez, criado de Gonzalo Gómez de Espinosa, natural de Hornilla y asesinado también en Mactán; Juan de Cartagena, capitán y veedor general de Armada, natural de Burgos, capitán de la nao San Antonio y líder del motín contra Magallanes; Gerónimo Guerra, natural de Burgos, enrolado en la Nao San Antonio; Alonso del Río, natural de Burgos, criado de Juan de Cartagena; Pedro de Valpuesta, natural de Burgos, enrolado en la nao San Antonio; Juan de Sagredo, merino natural de Revenga, muerto en Malaca en 1525; y Juan Gómez de Espinosa, criado del contador Antonio de Coca, natural de Espinosa.

-Los burgaleses de la Vuelta al Mundo.

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La primera vuelta al mundo fue la pieza clave, o más aún, la clave de bóveda para que hoy podamos hablar de una primera globalización o de una primera mundialización", asevera el historiador Carlos Martínez Shaw en el artículo Después de Elcano. Repercusiones de la primera circunnavegación. Es una afirmación contundente, rotunda, que da medida de lo que supuso aquella gesta universal, de cuyo inicio se cumple este año el V centenario. Una proeza que si bien ha pasado a la historia con los nombres de Magallanes y Elcano escritos en letras de oro, jamás hubiese llegado a buen fin sin el concurso esencial de tres burgaleses: un marino de Espinosa de los Monteros, un rico y ambicioso comerciante y un obispo todopoderoso y visionario.
Aunque nacido en Toro, Juan Rodríguez de Fonseca, obispo de Burgos desde 1514, fue uno de los personajes más influyentes de la España imperial. Hombre cultivado y conocedor de los avances científicos de su época (fue discípulo de Elio Antonio de Nebrija). Muy vinculado siempre a la Corona (fue hombre de confianza de Fernando El Católico), su papel más destacado fue el de organizador de flotas, tanto militares como de colonización. Así le retrató Bartolomé de las Casas: Era muy capaz para mundanos negocios, señaladamente para congregar gente de guerra para armadas por la mar, que era más oficio de vizcaínos que de obispos. Miembro del Consejo Real e inspirador de los Consejos de Indias y Hacienda, desempeñó un papel fundamental en todos los proyectos ultramarinos de la Corona (formó parte de la Junta de Burgos de 1512, en la se estudiaron a la luz de la teología los derechos de los indios) y fue el principal impulsor de la expedición que un navegante portugués llamado Fernando Magallanes propuso a la Corona después de que no lograra convencer al monarca de su país.

Magallanes obtuvo el favor del emperador Carlos V para aquella fabulosa empresa gracias a la recomendación del obispo Fonseca (cuya efigie luce en la puerta de Pellejería de la Catedral) y de otro aliado esencial, al cabo el hombre con cuyos dineros pudo financiarse la mayor parte de la misma. Otro burgalés -de origen judío, por más señas-: Cristóbal de Haro.
Comerciante próspero, avezado mercader, Haro había hecho fortuna comerciando desde Lisboa con hombres y especias, pero su relación con la Corona portuguesa se vio truncada cuando un navegante lusitano le hundió una flota de navíos negreros. Así, desencantado y de la mano de Magallanes, y con la connivencia del obispo de Burgos, se sentaron las bases para emprender la fabulosa hazaña. El burgalés fue el principal financiero de la expedición (también hubo apoyo económico de los Welser): aportó el burgalés 1.592.769 maravedís, una verdadera fortuna. Haro (cuyo sepulcro está en la iglesia de San Lesmes) sabía que acceder a las islas especieras que dominaba Portugal por una nueva ruta le haría inmensamente rico y poderoso, mucho más de lo que ya era. La expedición se preparó en Sevilla, siendo supervisada por otro burgalés, llamado Juan de Aranda, que era oficial de la Casa de la Contratación.

Fueron cinco las naves que zarparon en septiembre de 1519 del puerto gaditano de Sanlúcar de Barrameda. A bordo había otros dos insignes burgaleses: Juan de Cartagena, que embarcó en representación de la Corona castellana (era sobrino del obispo Fonseca, si bien hay teorías que le sitúan como hijo ilegítimo del prelado) y un marino de tierra adentro, natural de Espinosa de los Monteros: Gonzalo Gómez de Espinosa. La tripulación constaba de 234 hombres y un objetivo: alcanzar por el Oeste Las Indias, aquello que ambicionaba Colón cuanto se topó sin querer con las Américas. El destino era Las Molucas, las islas de las especias, por una ruta que evitaría la travesía por las aguas controladas por Portugal.
El marino burgalés jugó un papel fundamental. Gonzalo Gómez de Espinosa zarpó a bordo de la nave capitana, la Trinidad, a las órdenes de Magallanes y con el cargo de alguacil mayor de la expedición. A los cuatro meses tocaron la costa de Brasil y se encaminaron hacia el sur, donde Magallanes creía que existía un paso hacia el océano que terminarían bautizando con el nombre de Pacífico por la calma de sus aguas.

Hubo muchas decepciones, pero ya a pocas jornadas de la Patagonia y muy cerca de ese estrecho ansiado entre el Cono Sur y la Antártida, se produjo un motín. Fue en el puerto de San Julián. Juan de Cartagena, Gaspar de Quesada y Luis de Mendoza, capitanes de la expedición que apoyaban a Juan Sebastián Elcano, se enfrentaron a Magallanes, queriendo forzar el regreso a España. El navegante portugués envió a Gómez de Espinosa a la nao Victoria, donde se hallaban los amotinados, con una misiva para Luis de Mendoza. Acompañado por seis hombres y ocultando unas cuantas armas, mientras el rebelde leía la misiva el burgalés le clavó un cuchillo en la garganta mientras sus acompañantes dominaban al resto de la tripulación de la nao.
Así fue como la histórica expedición continuó su rumbo y alcanzó el ansiado y peligroso paso, hoy conocido como Estrecho de Magallanes, que ellos bautizaron como Todos los Santos por haberlo atravesado el 1 de noviembre. No fue hasta dos años después de zarpar de Sanlúcar, en 1521, cuando llegaron a las islas Filipinas, donde, en un enfrentamiento con los indígenas, el marino portugués halló la muerte. Magallanes fue sustituido por Gonzalo Gómez de Espinosa, convertido desde ese momento en el jefe de la expedición, de la que sólo quedaban dos embarcaciones.

El burgalés permaneció en la nao Trinidad mientras Juan Sebastián Elcano lo hizo en la Victoria. Si Gonzalo Gómez de Espinosa no comparte la eternidad que para la historia tiene Elcano fue por mala suerte: cuando ya habían resuelto emprender el viaje de regreso a España, cargadas ambas naos de especias, observaron que la Trinidad no se hallaba en buen estado; para que la misión no se prolongara más de lo que ya lo había hecho, el marino burgalés ordenó a Elcano poner rumbo a España, quedándose él dirigiendo las labores de reparación de la otra embarcación, que se prolongaron durante tres meses. Cuando por fin pusieron rumbo a España, corrientes y tempestades se lo impidieron, obligándoles a regresar a Las Molucas, donde la tripulación superviviente cayó presa de los portugueses. Gómez de Espinosa y sus hombres concluyeron la vuelta al mundo, si bien cautivos, quedando encerrados en la prisión lisboeta del Limonero, de la que fueron salvados por el emperador Carlos V. En 1529, Gonzalo Gómez de Espinosa fue nombrado por por el emperador visitador y capitán de las naos de las Indias, y recibió una pensión de 300 ducados.