domingo, 23 de diciembre de 2007

-Castillo de Frías.




Indiscutiblemente unida a Frías está la silueta de su castillo. En Frías la orografía circundante
no permite una defensa tan fácil como en las montañas del norte, de ahí que sus gentes
aprovecharan un peñasco para construir su castillo. Parece ser que en este lugar, tan privilegiado para otear el entorno, siempre existió algún tipo de defensa, aunque no hay documentos o vestigios arqueológicos que lo confirmen. Los restos más antiguos que se conservan son de finales del siglo XII y comienzos del XIII. La finalidad primera fue controlar tanto el paso norte, por el Portillo de Busto,
como el paso sur, por el Ebro. Pero la mayor parte de lo conservado corresponde al siglo XV. Lo que hoy denominamos castillo es tan solo una parte de un sistema defensivo que incluía toda la parte alta de la ciudad, incluida la iglesia parroquial de San Vicente. El resto del cerro apenas conserva restos de estas defensas.

Durante los siglos XIII, XIV y primera mitad del XV, tanto el pueblo como el castillo formaban
parte del realengo, o, lo que es lo mismo, estaban bajo la autoridad directa del rey, como sentenció formalmente Juan II cuando otorgó a Frías, en 1420 y 1422, el privilegio de “Villa realenga”. Pero unos años más tarde, en 1446, donó la villa a los Velasco, que completaron así su dominio efectivo de todo el norte de Burgos. De poco les sirvió a las gentes del lugar la resistencia que mostraron para no perder su condición realenga, rechazando los tributos impuestos por Don Pedro Fernández de Velasco. Éste puso cerco a la ciudad, rindiéndola por hambre el 4 de septiembre de 1450.
El Ducado de Frías fue creado por los Reyes Católicos el 20 de marzo de 1492 a favor de Bernardino Fernández de Velasco, Conde de Haro y segundo Condestable de Castilla.

Para acceder al castillo hay que cruzar el puente levadizo de madera y atravesar el portal de
una torre. La entrada, de arco ojival, está situada en un lugar donde apenas cabrían los atacantes.
Está flanqueada por varias saeteras. Este era el único punto débil, por eso, además del doble muro, se excavó un foso en la roca que, en caso de peligro, se llenaba de agua. La entrada propiamente dicha consiste en una torre cuadrada, que se abre en el centro de un grueso y largo muro, cuyos extremos están reforzados por dos cubos. Se trata de un sistema de acceso en zigzag, heredado de los musulmanes, que facilita la defensa. En el centro de esta torre hay un arco rebajado con dos ranuras para el rastrillo de hierro que cerraba el paso en caso de asalto.
El recinto interior se aproxima a un cuadrado, parte del cual estaba cubierto. En el centro había un pozo con dos aljibes, y en el ángulo oeste, otra torre. En torno al patio de armas se situaban las dependencias militares y una crujía de servicios con granero y bodega, de los que hoy no quedan restos. En el lado opuesto hay algunos testimonios de lo que fueron las dependencias señoriales.
Estas estancias estaban iluminadas por ventanas ojivales, cuyos capiteles tardo-románicos son lo poco que se conserva de la primitiva fortaleza. El artista que realizó estos capiteles fue educado en la escuela de Silos y esculpió en ellos diferentes temas de la época: guerreros a caballo, arpías, aves
fantásticas, etc.

Al fondo, en lo alto de un peñasco, se alza la inexpugnable torre del homenaje, a la que se accede por una estratégica y difícil escalera. Su estado de conservación es muy bueno y en su
interior podemos apreciar una estancia cubierta por doble bóveda e iluminada por una ventana. Tanto el arco de la ventana como el de la puerta son escarzanos, propios de un gótico avanzado. En lo alto de la torre hay una terraza almenada desde la que se divisa el Valle de Tobalina, recorrido por el Ebro, entre los Obarenes al sur y las sierras que cierran las Merindades por el norte. El conjunto amurallado tiene otros cubos angulares y está recorrido por un camino de ronda o adarve.

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