martes, 13 de mayo de 2008

-El siglo XIX Burgalés. II


Queda fuera de toda duda que la Desamortización eclesiástica, aparte de otros efectos, tuvo
una incidencia claramente negativa en la historia del Patrimonio artístico, toda vez que desaparecen del mapa cultural del momento los monasterios masculinos, centros tradicionales de cultivo y renovación de las artes, y se cortan de raíz las fuentes materiales que sustentaban el patrocinio artístico del resto de entidades religiosas, forzadas, en su mayoría y en el mejor de los casos, a una política de conservación de lo heredado del pasado.
Fuera de este sombrío panorama queda la Iglesia Episcopal, que sabe compensar la pérdida de poder económico con el mantenimiento y, desde finales del siglo XIX, la intensificación de su influencia religiosa, política y social, lo que le permitirá recomponer con ventaja su figura institucional, como dejan de manifiesto los edificios de nueva planta que se levantan en la cabecera de la diócesis burgalesa a finales del siglo XIX y principios del XX: el Seminario Menor de San José, el Mayor de San Jerónimo –actual Facultad de Teología--, y el Palacio arzobispal. Todavía en los años sesenta del mismo siglo XX, en la plenitud del Franquismo, la iglesia diocesana se dota de un nuevo y emblemático edificio para albergar el Seminario Mayor, último eslabón de una larga etapa cultural y religiosa de signo expansivo, que dará paso, en las últimas décadas del siglo, a una política claramente defensiva, compartida por los poderes públicos, de conservación y restauración de su patrimonio.

Por lo demás, el siglo XIX seguirá animando la vida política y social de los burgaleses con sucesivos episodios bélicos –las Guerras Carlistas I (1833-1840) y II (1846-1849), sobre todo— y repetidos sobresaltos políticos, que sólo remitirán cuando, en 1874, se instaure el régimen de la
Restauración, sistema político que permitirá un tránsito sosegado del siglo XIX al XX. Entre crisis y remansos de paz, la población burgalesa apenas crece en la centuria decimonónica, pasando de 240.000 habitantes a 338.000 para el conjunto provincial, y de 13.000 a 30.000 para la capital. En todo caso, este tímido crecimiento, que para la ciudad de Burgos se debe más a la inmigración que a la propia dinámica demográfica, se produce de manera entrecortada y espasmódica, como corresponde a una sociedad que vive aún dentro de los parámetros económicos propios del Antiguo Régimen, con un sector agrícola dominante, pero estancado técnica y gerencialmente, y un sector secundario que se resiste a superar los marcos de la artesanía tradicional, salvo, tal vez, en Pradoluengo, Miranda de Ebro y la capital del Arlanzón.

Al final de siglo, la ciudad de Burgos se debate entre la nostalgia del pasado y las incertidumbres del futuro. En primer lugar, el desarrollo de las comunicaciones –primero las carreteras y después el ferrocarril— la sitúan en una excelente posición estratégica en el tercio norte peninsular, posición que más se debe a las exigencias de los emergentes núcleos industriales periféricos que al dinamismo interno. Y, en segundo término, la consolidación como una ciudad-sede de las instituciones propias del Estado liberal –Audiencia Territorial y Diputación Provincial— y de las instancias de poder más antañonas, ahora renovadas --Capitanía General, con sus cuarteles anejos, Sede Arzobispal— van a conferir a esta capital un aire funcionarial netamente conservador, en cuyas calles predominarán los tipos humanos representados por los clérigos, los militares, los altos funcionarios y una minoría de comerciantes y artesanos de vuelo corto y vida social recogida en los casinos y clubes de la alta sociedad.
Al calor de estas instituciones y grupos más adinerados de la población, la ciudad mejora su aspecto con el alzado de nuevos edificios oficiales y la rehabilitación de la inmensa mayoría de las casas que componían los barrios bajos de la ciudad medieval, al tiempo que, tras el derribo de los
tramos de la muralla pegados al río, se abre a la luz del sur proyectando nuevas calles para dar forma a los espacios de solaz colectivo que adornan las orillas del Arlanzón. Por supuesto, el ejemplo se repetirá en numerosas villas de la provincia, en las que el modelo de caserío medieval, cercado y apretado, dará paso a las calles amplias y los barrios abiertos donde se alojarán los miembros de las burguesías locales emergentes.
Fuente: turismoburgos.org

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