«2 de Abril de 1812. Ejecución de la Junta de Burgos. Entre los muchos españoles que, durante la gloriosa guerra de la Independencia dieron su vida por la patria, merecen un puesto de honor D. Pedro Gordo, vicepresidente, D. Eulogio Josef Muro y D. José Ortiz de Covarrubias, vocales, e intendente interino, el último, y D. Pedro Velasco, tesorero, que con otros constituían la Junta de Burgos, y fueron ahorcados por los franceses en Soria el día 2 de Abril de 1812.
Dominada la capital por las tropas invasoras, no pudo constituirse en ella la Junta de defensa que, como en las demás provincias, se formó en la de Burgos para fomentar el levantamiento y organizar fuerzas que combatiesen a los franceses, y por esta causa se estableció en Salas de los Infantes el día 13 de junio de 1809, bajo la presidencia del inolvidable marqués de Barriolucio, burgalés insigne que además organizó por su cuenta y mandó personalmente una partida llamada «Voluntarios de Burgos», en la que figuraban jóvenes de familias distinguidas, y que constaba de dos batallones de infantería y dos escuadrones de caballería.
Las vicisitudes de la campaña y lo azaroso de los tiempos impedían a la Junta tener una residencia fija, así es que anduvo errante por varios lugares, prestando grandes servicios y siendo constantemente blanco del odio de los enemigos, que la perseguían por todos los medios imaginables.
La felonía de un mal español llamado Moreno, que renegando de su patria se puso al servicio de los franceses, hizo que cayeran en poder de éstos los cuatro vocales cuyos nombres quedan consignados, los cuales pagaron con la vida su amor a la independencia española.
En Marzo de 1812, se hallaba la Junta en el pueblo de Grado, provincia de Segovia, y sabedores de ello los franceses, enviaron una columna de caballería, que guiada por Moreno, salió sigilosamente de Aranda el día 20, y forzando la marcha llegó a Grado, en la madrugada del 21. Cercado el pueblo antes de que los españoles se dieran cuenta del peligro que corrían, fueron apresados el vicepresidente y dos vocales de la Junta, el intendente, dos empleados y veinte militares de la escolta, apoderándose también los franceses de los fondos y la documentación. Otros tres vocales lograron escapar.
Después de ser objeto de toda clase de insultos y malos tratamientos, los prisioneros fueron conducidos a pie, sin comer y medio desnudos, sufriendo en el camino tales fatigas que tuvieron que asirse a las colas de los caballos para continuar andando, porque el cansancio les vencía. Pernoctando en Ayllón, llegaron al siguiente día a Aranda, y de allí continuaron su triste viaje a Soria, cargados de grillos y arrojados en un carro.
Un tribunal militar, con la precipitación que en tiempo de guerra se acostumbra, los condenó a muerte, ejecutándose la cruel sentencia el día 2 de Abril. Aquellos buenos patriotas fueron ahorcados, sufriendo la horrible pena con asombrosa entereza, y sus cadáveres quedaron un día entero pendientes de la horca.
Al siguiente, concedido permiso para su inhumación, fueron llevados a enterrar a la iglesia del Salvador, concurriendo al acto el clero, la nobleza, las cofradías y casi todo el pueblo de Soria, que quiso así rendir un homenaje a los infortunados mártires de la Patria.
Pero sin duda la improvisada manifestación disgustó a los franceses, porque antes de que terminase la ceremonia, fue interrumpida en la misma iglesia por la tropa, que a viva fuerza obligó a los celebrantes a cargar con los cadáveres y llevarlos al lugar de la ejecución, para colgarlos nuevamente de la horca y enterrarlos luego al pie de ella.
Un sacerdote, revestido como estaba para el fúnebre acto, tuvo que transportar por sí mismo el cuerpo de D. Pedro Gordo, y ayudar a ponerle en la horca.
Pendientes de ésta permanecieron los cadáveres durante muchos días, al alcance de las aves y los perros, que los devoraron en parte, hasta que rotas las cuerdas y caídos aquellos al suelo, fueron enterrados sin ceremonia alguna en el sitio mismo del suplicio.
Algunos meses después fue evacuada por los franceses la ciudad de Soria, y los restos de los vocales fueron trasladados solemnemente a la iglesia del Salvador, con asistencia del Ayuntamiento, las autoridades y el pueblo en masa, e inhumados en el panteón de la noble familia de los Sotomayores.
Al día siguiente pronuncio la oración fúnebre el Dr. D. Juan Narciso de Torres, vicepresidente de la Junta, y poco después en el lugar de la ejecución se levantó un sencillo monumento, consistente en un obelisco de piedra con expresiva dedicatoria.
No olvidó la Patria a los abnegados ciudadanos que tan bravamente habían sacrificado su vida. En Salas de los Infantes, la Covadonga de los burgaleses, como la ha llamado un distinguido escritor local (don Mauro Muñoz, Diario de Burgos, 20 de mayo de 1912) por ser la residencia oficial de la Junta, se celebraron el día 2 de Mayo de 1812 solemnes exequias, en las que pronunció fray Domingo de Silos Moreno, monje de Silos, un elocuente sermón, que fue impreso en Madrid dos años más tarde, seguido de algunas curiosas noticias.
Aquel mismo año, en la sesión que las Cortes de Cádiz celebraron en 13 de Mayo, el obispo de Calahorra y la Calzada, diputado a Cortes por esta provincia, y sus compañeros de diputación, presentaron una exposición, relatando los méritos de la Junta de Burgos y el trágico fin de parte de ella, exposición que sirvió para que las Cortes declarasen por decreto de 19 del mismo mes a los ajusticiados en Soria Beneméritos de la Patria, acordando también conceder socorros a sus familias, y celebrar un solemne funeral que tuvo lugar en la iglesia del Carmen.
En 1908, al cumplirse el centenario del Dos de Mayo, la ciudad de Soria acudió procesionalmente al monumento erigido en honor de aquellos héroes, y tributó un patriótico homenaje a su memoria.
Y en Burgos, por iniciativa del docto catedrático y erudito escritor D. Eloy García de Quevedo tan entusiasta de las glorias burgalesas (Diario de Burgos, 7 de mayo de 1912), se celebró en la Catedral, el día 19 de Mayo de 1912, centenario de la declaración de Beneméritos de la Patria, un solemnísimo funeral, con asistencia de las autoridades, corporaciones, comisiones oficiales y enorme concurso de pueblo.
Pronunció la oración fúnebre el canónigo D. Ricardo Gómez Rojí, y entonó un responso delante del túmulo el arzobispo, revestido de pontifical.»
Fuente: (Juan Albarellos Berroeta [†1922], Efemérides burgalesas [1919], 4ª edición, Burgos 1980, págs. 95-97.)
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