El mayor espía de todos
los tiempos hubiera cumplido este 2012 los cien años. El británico Kim
Philby, el agente doble por antonomasia, el hombre de Moscú que
traicionó a los aliados durante lustros, desarrolló en Burgos una de sus
misiones más importantes. Sucedió en plena guerra civil. Philby, nacido
en La India con el nombre de Harold Adrian Russel pero rebautizado Kim
por la novela homónima de Rudyard Kipling, era hijo de un administrador
del gobierno británico en la exótica colonia asiática. Con la mayoría de
edad, fue enviado a estudiar al Trinity College de Cambridge, campus
universitario de la alta aristocracia del imperio de Su Graciosa
Majestad. Entonces, en aquellos años, aquel vivero juvenil padecía de un
virus maligno para los intereses británicos: el marximo.
Philby fue uno de los estudiantes que pronto coqueteó con aquellas
ideas, que aprehendió a la par que comenzaba a odiar las que regían su
país, al que consideraba corrupto.
Es muy probable que en aquellos años
estudiantiles Philby fuese captado por los soviéticos, aunque en sus
memorias (Mi guerra silenciosa) confesó que fue durante una estancia en
Viena y mientras se enamoraba de una espía llamada Litzi Friedman -con
la que acabó contrayendo matrimonio- cuando se puso a las órdenes de
Moscú. Lo cierto es que a su regreso de aquel viaje, Philby reapareció
en Londres con una personalidad marcadamente conservadora, cercana a los
ambientes germanófilos de la metrópoli. Así, con ese perfil, comenzó a
trabajar como periodista para un rotativo local; frecuentó los ambientes
en que se movían algunos de los jerarcas del III Reich, a algunos de
los cuales llegó a acompañar a Alemania en varios viajes a Berlín. Ya
entonces era un hombre de Stalin, a quien informaba de las relaciones
entre británicos y germanos.
Por esa condición de periodista germanófilo, en 1937 fue enviado a
España en calidad de corresponsal de la agencia de noticias London
General Press. Muy pronto, aquel inglés alto y vestido con exquisita
pulcritud -un elegante pañuelo asomando siempre de su chaqueta, el pelo
brillante peinado hacia atrás- se ganó al aprecio de las autoridades
sublevadas, realmente encantadas con las entusiastas crónicas de aquel
espigado periodista. Su fama llegó pronto a Gran Bretaña. El periódico
más importante del imperio contrató sus servicios. Así, Philby se
convirtió en el corresponsal de The Times. Lo que nadie sabía, claro,
era que Philby no estaba en Burgos para contar las hazañas bélicas de
los golpistas. De un lado, se encontraba en la capital para informar a
los soviéticos (que en teoría apoyaban al bando republicano) de todos
los planes de guerra de los sublevados, cuyas decisiones se estaban
tomando desde el despacho de Franco en el Palacio de la Isla. De otro,
tenía una misión mucho más concreta, y que de llevarla a cabo con éxito
podría modificar el rumbo de los acontecimientos: debía asesinar al
general. Así consta en los archivos que hace unos años desclasificó el
servicio de inteligencia británico. Tuvo ocasiones de hacerlo. Al menos
dos. Y en ambas estuvo cara a cara frente al futuro dictador de España.
Alojado en el Hotel Condestable, vivero de plumillas de todo el mundo,
Philby vivió meses de aventura. De todo tipo de aventuras, también
amorosas. Así, mientras hacía todas las labores propias de un periodista
y espía, también gozaba: como en todas las ciudades en guerra,
multiplicada su población, las oportunidades y los lugares para el
entretenimiento de la tropa eran mayores, y Burgos se llenó de locales
cabareteros y de no pocos prostíbulos. En uno de los primeros conoció a
una canzonetista inglesa, Lindsay Hogg, con quien vivió un tórrido
romance que a punto estuvo de terminar en boda si hubiese el agente
doble conseguido el divorcio de su primera esposa.
Durante aquel año de 1937 Philby estuvo en alguno de los principales
teatros de guerra de la contienda, como la caída de Bilbao o el frente
del Ebro. Pero antes de viajar a Teruel, tuvo la primera oportunidad
para ejecutar su plan, cuando Franco accedió a dejarse entrevistar por
Philby. El encuentro se publicó a la vez en The Times y en ABC de
Sevilla, y tuvo una enorme repercusión. El agente trabaja a destajo.
Desde Burgos indaga sobre la presencia cada vez mayor de italianos y alemanes en la zona sublevada,
que él considera que puede terminar por inclinar la balanza de lado
rebelde. Pero debe seguir ejerciendo su papel de corresponsal. Y así, el
2 de enero de 1938, en el frente de Teruel, soportando unas
temperaturas inhumanas, cuando viajaba en compañía de otros periodistas,
una granada hizo volar el vehículo que los transportaba. Todos murieron
excepto Philby, que sufrió heridas leves que le obligaron a llevar un
aparatoso vendaje en la cabeza durante meses.
Curiosamente, aquel accidente acabó reportándole una nueva oportunidad
para ejectur el plan ideado por Stalin, toda vez que el 2 de marzo el
Caudillo en persona condecoró a Philby con la Gran Cruz de la Orden del
Mérito Militar. Parece ser que días antes del segundo encuentro del
espía a las órdenes de Moscú con el general Franco, recibió de sus
superiores la orden de abortar cualquier tipo de atentado.
Una vida de aventura. Philby continuó cubriendo para The Times la
guerra española hasta su conclusión. Pero su azarosa existencia no
concluyó ahí. Consiguió formar parte del Servicio Secreto Británico
(MI-6) e incluso tomó parte en la creación de la CIA norteamericana para
alborozo de Moscú, que durante veinte años tuvo información
privilegiada de cuanto británicos y americanos se traían entre manos,
consiguiendo que estos fracasaran en numerosos planes merced al anticipo
de los soviéticos. En 1963, desenmascarado, recaló en Moscú. Al amparo
del KGB, vivió como un general en la capital rusa hasta su muerte,
acaecida en 1988. Phily es considerado el agente doble más importante de
todos los tiempos.
Fuente: www.diariodeburgos.es
Jose A. Antognelli, celebre topo de origen boliviano de la ex URSS vivio un torrido romance con Philby en Nueva York en el verano de 1960.
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