Se cumple medio siglo del descubrimiento en la Trinchera del Ferrocarril
de los primeros fósiles humanos en uno de los yacimientos más
importantes del mundo.
Visita a Atapuerca realizada con Basilio Osaba el 15 de abril de 1963. (Foto: Ical)
Junio de 1968. El espeleólogo burgalés José Luis Ulibarri escribe una
carta a su colega Francisco Jordá. Es breve, precisa. Le indica que
"unos 700 metros antes de la localidad de Ibeas de Juarros (Burgos) y a
200 metros a la izquierda de la carretera, en unas tierras labradas, ha
encontrado numerosos sílex, la mayoría de buen tamaño. Muy pocos
trabajados. De gran importancia. Similares a los primeros que
aparecieron en 1962, pero de apariencia más antiguos”.
Atapuerca
está de enhorabuena. Se cumplen 50 años del comienzo de un sueño. Del
inicio de una aventura emprendida por el destinatario y el autor de la
anterior misiva en una época en la que poco o nada se conocía sobre la
Evolución Humana, la Paleontología y la Arqueología en una España que
intentaba superar los ecos de la posguerra para abrirse al exterior. Los
primeros científicos que llegaron al que hoy es uno de los yacimientos
más importantes de toda Europa, lo hicieron sin medios, por casualidad y
sin la ayuda económica de ninguna administración.
Todo comenzó
en el otoño de 1962. Sin constancia del día exacto, los miembros más
veteranos del grupo de espeleología burgalés Edelweiss lo sitúan en
octubre. Fue el propio José Luis Uribarri, miembro del grupo, quien en
una de las cavidades situadas en el trazado de la Trinchera del
Ferrocarril localizó diversos huesos fosilizados, lo que le permitió
evidenciar la gran antigüedad de aquel yacimiento inabarcable al que
bautizaron como Trinchera, sin diferenciar como hoy entre los
yacimientos de Galería y Gran Dolina.
Ana Isabel Ortega y Miguel
Ángel Martín, miembros de Edelweiss y conocedores de aquella historia
que después marcó sus vidas, hacen memoria desde el despacho que Ortega
ocupa en la actualidad en el Centro Nacional de la Evolución Humana,
anexo al Museo de la Evolución Humana. “Fueron los veteranos del grupo
los que iniciaron el trabajo de campo en unas condiciones de extrema
dureza, en las que prácticamente no había nada para picar aquella
gigante pared en la que al parecer había restos humanos”, explica Ical
Ortega.
Pese a que el descubrimiento tiene lugar en 1962 no es
hasta abril del año siguiente cuando se produce la visita oficial al
yacimiento. “Fueron muchas personas, se hicieron todos la foto y fue el
momento en el que se dieron cuenta de lo viejo que tenía que ser
aquello, relata Martín, quien escuchó en su momento contar esta historia
a quienes la vivieron en primera persona, ya fallecidos. Es en este
momento cuando comienzan a aparecer nuevas piezas que hacen que muchos
arqueólogos y paleontólogos fijen su mirada en la sierra burgalesa.
“Apareció el primer bifaz del que hay constancia y se dató en el
Paleolítico Inferior”.
Por aquel momento, el Museo de Burgos era el único espacio dedicado a
la Historia Antigua de una pequeña ciudad de provincias que se abría a
vecinos de los pueblos limítrofes que llegaban a trabajar a las
industrias que se iban instalando en los polígonos de las afueras.
Basilio Osaba era el director por aquel entonces del Museo de Burgos y
no dudó en ponerse en contacto con el mejor especialista del Paleolítico
que había en aquel momento, Francisco Jordá, quien trabajaba en la
Universidad de Salamanca.
Es el propio Jordá quien se pone en
contacto con el director del Museo Paleontológico de Sabadell por aquel
entonces, Miquel Crusafont, e inicia en el verano de 1964 la primera
campaña de excavaciones. Poco o nada tuvo que ver aquella campaña con
las que se realizan en la actualidad. Sin andamios ni útiles para hincar
el diente a la pared de la Trinchera, sí que se hicieron otros
importantes trabajos de campo como un croquis a mano del yacimiento de
Gran Dolina, obra de Llopis Lladó que permitió conocer el entresijo de
la cavidad en la que años después aparecerían los restos de la especie
Homo Antecessor. “Era poca gente pero se hizo mucho”, destaca Martín,
quien agrega que en estas primeras campañas se desplazaron personas de
todo el norte del país entusiasmados con el yacimiento.
La
ausencia de una ley estatal que velase por el patrimonio y la carencia
de una administración centralizada en la que no existían gobiernos
autonómicos, y mucho menos ayudas por parte de éstos, hizo que los
primeros años de Atapuerca fuesen caóticos y algo confusos. El eco de
las noticias que llegaban desde los medios de comunicación, que ya por
aquel entonces hablaban de Atapuerca como “el yacimiento prehistórico
más importante del país”, llevó a paleontólogos de todo el país a
intentar rascar algo en la sierra de Atapuerca. “No se ha contabilizado
todo lo que pudieron llevarse, pero fue mucho”, sentencia Martín, quien
explica que muchos de los grupos de trabajo de la época eran “obreros”
que pasaban horas y horas picando hasta encontrar fósiles que llevarse.
Uno
de los museos al que fueron a parar los restos de Atapuerca fue el de
Sabadell. El equipo encabezado por Crusafont se llevó muchas de las
piezas que encontró en la campaña de excavaciones a su museo y, ante la
ausencia de reclamación alguna, exhibió durante años los restos en una
vitrina en la que podía leerse “restos del Paleolítico Inferior del
yacimiento de Trinchera. Atapuerca, Burgos”.
Alarmados por la
presencia de intrusos, el Boletín Oficial de la Provincia de Burgos
publica el 24 de octubre de 1968 una norma en la que se indica que
"queda absolutamente prohibida la entrada a las cuevas que poseen
interés artístico o yacimientos prehistóricos a toda persona que no vaya
debidamente provista de un permiso especial que otorgará el Servicio
Espeleológico Provincial". Sin embargo, no sería hasta la promulgación
de la Ley de Patrimonio en 1985 cuando todos estos incidentes quedasen
resueltos por completo y ningún particular pudiese salir del yacimiento
con restos en sus manos o furgonetas.
Ana Isabel Ortega y Miguel Ángel Martín, pioneros de Atapuerca. (Foto: Ricardo Ordóñez)
La primera exposición que oficialmente exhibió el material más
importante hallado en las cavidades de la sierra burgalesa tuvo lugar en
1968 en el Museo de Burgos, ubicado en la calle Calera. En junio de ese
año, el grupo Edelweiss recibe los primeros restos paleontológicos
estudiados por el profesor Villalta, datados en unos 500.000 años, que
sirven de excusa para atraer la atención hacia el recién remodelado
museo provincial de la capital.
La exposición coincide en el
tiempo con el descubrimiento de otro gran hito del arte prehistórico:
Ojo Guareña. La mayor parte de los estudiosos que participaban en
Atapuerca se dieron cuenta de lo fácil que resultaba encontrar restos en
Ojo Guareña y las horas que había que emplear en Atapuerca y deciden
abandonar temporalmente el proyecto burgalés. Se inicia un parón de
años, recuperado por Trinidad Torres. ‘Trino’, como le conocían sus
amigos, inicia sus trabajos en la Sima de los Huesos en 1975.
“Queda
muy sorprendido al entrar en la gran cueva de los osos”, relata Martín,
quien describe aquel espacio como una gran cavidad con restos de osos
de todos los tiempos. En una de las campañas de Trinidad Torres aparecen
junto a los restos de osos los primeros fósiles humanos que Trino
muestra a su director de tesis, Emiliano Aguirre. “Eran dos trozos de
mandíbula sin mentón que casaban perfectamente y de los que se supo nada
más verlos que eran del Pleistoceno Medio”.
El antes y después de Atapuerca lo marcó Emiliano Aguirre,
considerado como el padre de Atapuerca, pese al camino emprendido antes
por muchas otras personas. “Emiliano decidió montar su propio equipo,
excavar la roca de arriba abajo y pasó años enteros preparando el
yacimiento para que luego se fuera descubriendo lo que después se
descubrió”, agrega Ortega, quien recuerda con gran cariño su primera
campaña en 1983 en la que conoció a “José Mari, Eudald y Juan Luis”;
quienes con el paso de los años se convertirían en codirectores y el
rostro vivo de Atapuerca.
Ana Isabel Ortega recuerda
perfectamente cómo fue su primera incursión en Atapuerca. Fue un
profesor de su Facultad quien le permitió participar en la campaña
aunque le advirtió que “la mayoría de los integrantes eran vascos y que
se iba a pasar el verano lavando en el río”. No le importó. Meses
después y tras ese primer contacto, acudió al despacho del profesor
Emiliano Aguirre para pedirle participar en su equipo. “Vente mañana
mismo, me dijo. Al día siguiente me cogí el autobús y me presenté en
Ibeas de Juarros con mi mochila”, recuerda con emoción.
El equipo
de Emiliano Aguirre lo formaban jóvenes entusiastas con estudios en
Paleontología y Arqueología que sentían auténtica pasión por el
yacimiento y lo que en él pudiesen hallar. La mayor parte de los que
formaron ese equipo ocupan hoy puestos de importancia en el CENIEH y en
el MEH donde pueden leerse en las placas de los despachos científicos el
nombre de los alumnos del profesor Aguirre. Eran las mismas personas
que dormían en una pequeña casa cedida por el Ayuntamiento de Ibeas de
Juarros y que hipotecaban los veranos en la playa con sus amigotes para
ir a limpiar piezas al río y pasar horas y horas excavando en la roca.
No fue en vano.
Martín, quien participó como miembro de Edelweiss
en las campañas de Aguirre, recuerda la dureza de aquellos primeros
años y el miedo que el profesor Aguirre tenía a la Sima de los Huesos
por el desconocimiento de sus gateras y profundidades. “Nosotros
montábamos los andamios el primer día y los recogíamos el día del final
de campaña”, evoca Martín, quien entiende que hubo “un antes y un
después” en la llegada del Aguirre a Atapuerca.
Uno
de los episodios menos conocidos de Atapuerca fue el que enfrentó al
Ministerio de Defensa con los responsables del yacimiento al encontrarse
parte de éste en terreno militar. En un momento en el que comenzaba a
oírse el nombre de Atapuerca en toda Europa y comenzaban a aparecer
restos de mayor importancia era habitual que los miembros de la campaña
coincidiesen en tiempo y espacio con militares que hacían sus maniobras a
pie de yacimiento. “En una ocasión estuvieron a punto de hacer saltar
por los aires Gran Dolina porque el mando superior dio orden de hacer
una voladura sin percatarse de que estaban al lado de los yacimientos”,
explica Martín.
La pugna con Defensa duró varios años hasta que
finalmente, y al amparo de la recién promulgada Ley de Patrimonio, se
prohibió el paso a los militares al entorno del yacimiento. En 1987 se
incoa el yacimiento a favor de Patrimonio y a partir de ese momento se
declara Bien de Interés Turístico Nacional.
La
guinda del pastel se pone en el año 2000 cuando la UNESCO declara a
Atapuerca Patrimonio de la Humanidad. Ortega recuerda aquel día con
especial emoción. “Me llamaron de la radio para pedirme una valoración y
les dije que todavía no me lo creía. Lloramos mucho aquel día”, afirma.
La declaración de Patrimonio de la Humanidad puso un punto y aparte en
los descubrimientos. Ayudas estatales, regionales y fondos europeos de
todo tipo llegaron en un momento crucial. Al mismo tiempo comenzó a
fraguarse una idea con intensidad: construir un gran espacio en el que
conservar las piezas que habían ido apareciendo en los yacimientos e
iniciar una serie de viajes al exterior para dar a conocer los tesoros
de la sierra.
El sueño de Atapuerca lo componen muchos restos:
los 3.500 restos de homínidos pertenecientes a un mínimo de 32
individuos de la especie Homo heidelbergensis; el cráneo número 5,
‘Miguelón’, que se encontró en la Sima de los Huesos en 1992, y que es
el resto mejor conservado del registro fósil mundial; la pelvis ‘Elvis’,
encontrada en 1994 y perteneciente a un homínido de hace más de 500.000
años y el bifaz ‘Excálibur’, encontrado en 1998 y que se supone que fue
la primera herramienta simbólica que pudiera explicar posibles ritos
funerarios, entre otros. Todos estos tesoros pasaron años en
laboratorios de la capital española para proceder a su estudio y dieron
la vuelta al mundo convirtiendo a Atapuerca en un centro de referencia
científica para todo el mundo.
Diez años después de la
declaración de Patrimonio de la Humanidad Aguirre y sus alumnos,
convertidos en doctores y prestigiosos científicos se permiten el lujo
de ver cumplido otro sueño. La apertura del Museo de la Evolución Humana
y del Centro Nacional de Investigación de la Evolución Humana ofrece un
billete premiado a todos aquellos que hablaron de crear el “Museo de
Atapuerca”. Junto a él, el llamado Sistema Atapuerca crea una conexión
entre el Complejo de la Evolución Humana y los yacimientos, así como los
centros de recepción de visitantes de las localidades de Ibeas de
Juarros y Atapuerca. Para ello fue necesario contar con el decidido
apoyo de la Junta que en todo momento vio Atapuerca como un tesoro que
había que proyectar.
Marzo
de 2012. La profesora Ortega revisa desde su despacho del CENIEH las
primeras fotos tomadas en Atapuerca. No puede creerse que hayan pasado
50 años ni que en todo este tiempo se hayan cumplido “tantos y tantos
sueños”. Rodeadas por mapas del sistema kárstico de los diferentes
yacimientos coincide en lo que a menudo discute con sus amigos Arsuaga,
Bermúdez o Carbonell: “Atapuerca ha cumplido muchos sueños, pero esto no
ha hecho más que empezar porque la sierra depara aún muchos secretos”.
Cuando se cumpla el siglo de su descubrimiento, allá por el 2062, la
profesora augura que se harán visitas a cavidades hoy desconocidas y se
evaluará el trabajo realizado desde otra perspectiva. Para ella,
Atapuerca ha marcado su vida. No le importaría tener el poder de vivir
otros cincuenta años con la pasión que acompaña a quienes tienen el
privilegio de haber escrito un capítulo de la Historia de la Evolución
Humana.
Una imagen de Atapuerca, poco después de descubrirse el yacimiento. (Foto: Ical)
Fuente: http://www.leonoticias.com
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