domingo, 10 de mayo de 2009

-Túnel de la Engaña


Hay días en que las fauces oscuras y húmedas del túnel de La Engaña vomitan con fuerza un humo denso y blanco. La escena puede resultar espeluznante, pero no hay que atribuirla a ningún fenómeno misterioso, sino a un suceso natural: indica que en Vega de Pas, la comarca que se halla al otro lado de la montaña, hay una niebla espesa que, empujada por la húmeda corriente, atraviesa los casi siete kilómetros de galería excavada en las entrañas de la sierra y emerge al otro lado para después esfumarse. La naturaleza exhibe así, con tan inquietante metáfora, la infausta historia de este lugar. Por ese túnel, construido para conectar por ferrocarril la meseta y el Cantábrico, jamás pasó el tren. Hoy sólo lo hace la niebla, como la pesadilla de un sueño en el que una vez se creyó a ojos ciegas. La maleza y la herrumbre del tiempo han ido devorando en silencio el poblado de La Engaña, un lugar fantasmal, tétrico en su ruinoso armazón de piedras, guardián decadente de una historia fabulosa.

Uno de sus capítulos más fascinantes sucedió hace exactamente 50 años. Tras casi dos décadas de trabajos, una de las obras más faraónicas del franquismo se acercaba a su fin: el día 8 de mayo se produjo la última voladura que permitió unir el lado burgalés con el cántabro en el vientre abisal de la montaña. Había luz al final del túnel. Matías, de 86 años, que trabajó durante quince en esta obra ingente, recuerda perfectamente el momento mientras se le vidrian los ojos: «hubo uno que salió a todo correr voceando ¡cinco centímetros, cinco centímetros! Se preparó un revuelo fenomenal y se tiraron hasta cohetes». Manolo, que trabajó diez años en los talleres, asegura que no se hizo fiesta más impresionante que aquella después de perforar el túnel. «Fue algo histórico. Se montó una celebración tremenda», apunta.

Este hecho fue algo más que histórico. Aquella última voladura encerraba un significado mucho mayor. Por un lado, ponía la guinda a una época importante para la zona, a la vez que clausuraba episodios trágicos; por otro, abría las puertas a un futuro halagüeño que tenía nombres propios: ferrocarril, progreso, bienestar. La construcción del túnel de La Engaña constituyó la piedra angular de aquel proyecto que fue el ferrocarril Santander-Mediterráneo.
Salvada la cordillera cantábrica, podría abrirse el tráfico de mercancías entre ambas costas con mucha mayor rapidez y con un costo infinitamente menor.

El túnel de La Engaña comenzó a horadarse en 1941. Para ello, en las inmediaciones de la roca se construyó un poblado al que no le faltó de nada. Había escuela, iglesia, economato, hospital, viviendas, cine... De forma permanente vivieron allí 300 personas. Además, pueblos de la zona como Pedrosa o Santelices vieron incrementado notablemente su censo. La Engaña era un hervidero de aluvión: gallegos, asturianos, andaluces o extremeños llegaron hasta allí para ganarse la vida. En aquellos casi 20 años de obra, 16.000 personas trabajaron a tres relevos a un lado y a otro de la montaña. «Nadie puede imaginarse lo que era esto entonces. Estaba lleno de vida. Había trabajo, dinero», señala Tito, que trabajó diez años allí.

En los primeros años, que fueron los más duros, trabajaron en la perforación del túnel centenares de presos republicanos, muchos de los cuales redujeron la pena y acabaron obteniendo la libertad por aquellos trabajos forzados. Cuando hace ahora 50 años Cantabria y Burgos quedaron unidas por ese brazo de aire, se había invertido una cantidad estratosférica de dinero, superior, dijeron las autoridades, a 300 millones de pesetas. Pero hubo otro coste, que ha ido desangrando esta historia hasta nuestros días: una veintena de obreros perdieron la vida en el corazón de la montaña y varias decenas más lo hicieron años después, paulatinamente, a causa de esa enfermedad llamada silicosis.

Un precio demasiado caro para que, al final, el sueño quedara en nada. Así, 50 años después, el poblado de la Engaña y su túnel oscuro como boca de lobo languidecen en el más absoluto olvido. Sus ruinas son una herida abierta que no cicatrizará mientras vivan personas como Matías, Manolo o Tito, para quienes este episodio es una parte esencial de sus vidas. Cada vez que visitan este lugar no pueden evitar sentir el escalofrío de la tristeza y de la rabia. Túnel adentro, el agua que lleva años filtrándose lo inunda todo. En el kilómetro 2,800 se ha desplomado parte de la estructura. Ya ni los más osados se atreven a entrar.

Aunque en varias ocasiones se han ilusionado ante tímidas promesas de recuperación, íntimamente son conscientes de que si el tren no pasó nunca, difícilmente vaya a hacerlo cualquier otra posibilidad de desarrollo. Ya ni siquiera ostenta el título de túnel para ferrocarril más largo de España, arrebatado hace dos años por los del Guadarrama. Por el túnel de La Engaña ya no atraviesan ni los sueños. Únicamente, de cuando en cuando, lo hace la niebla.

Matías
Trabajó 15 años en el Túnel
«Tanto esfuerzo y tantas ilusiones para nada»
Matías trabajó durante tres lustros en La Engaña, siete de los cuales los pasó haciendo hormigón «de 8 de la tarde a 8 de la mañana». Además, hizo trabajos de cantería, profesión que aprendió de su padre y en la ‘mili’. Recuerda que, aunque las jornadas eran maratonianas, fue muy feliz «y gané mucho dinero». Cuando el sueño de esfumó, se quedó en Pedrosa, haciendo de cantero y cuidando del ganado familiar. «Cada vez que vengo me da mucha pena. Me quedo mirando y no lo creo. Tanto esfuerzo, tantas ilusiones para nada». Entre un sinfín de recuerdos, Matías no olvidará nunca haberse cruzado un día con un hombre a caballo que tocaba la armónica. Aunque no le dijo nada, sus miradas se cruzaron. Aquel tipo se llamaba Manuel Fraga.

Manolo
Trabajó diez años en el Túnel
«De haber funcionado no hubiéramos emigrado»
«Esto es parte de nuestra vida. La pena es que ha quedado en nada y que nadie se preocupa. Nos han dejado tirados como colillas», reflexiona Manolo, que trabajó diez años como mecánico en las obra del túnel. «Esta era una zona que tenía cinco estaciones de tren y donde ahora sólo hay una, pero encima no para en ella. Nos vimos impotentes y tuvimos que emigrar. Si esto hubiera continuado me hubiera quedado, sin duda», dice con pena. Manolo destaca que, gracias a esta obra, aprendió un oficio; además, en la ruinas que se ven a su espalda, además de la iglesia, estaba la escuela, donde recibió educación. Al truncarse el proyecto, trabajó en Bilbao y en San Sebastián. «Tuvimos ilusión y esperanza. Pero nos dejaron olvidados».

Fuente: diariodeburgos.es

2 comentarios:

  1. mi abuelo torcuato hernandez murio en esta contruccion mi padre estaba en otro turno y yo me dedico al mismo oficio me gustaria visitar ese tunel y conocer a matias en persona .tengo una foto de hace 50 años en la que esta acompañado de mi padre y otra persona y mis dos hermanos nacieron en las instalaciones de la obra. me gustaria recibir mas informacion de la obra mi dieccion: carlosbricio5@gmail.com

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  2. Pues yo tengo uan casa muy cerca del tunel y quiero decirles que allí no murieron 20 obreros,allí murieron muchisimos presos y no de silicosis solamente sino de frio,hambre y golpes!!
    Es paradójico como una zona tan olvidada cuente entre sus pocos habitantes con tantos falangistas...

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