Fuente: https://www.burgosconecta.es/2016/07/10/santa-maria-de-tejuela-historia-medieval-tallada-en-roca.html
A medio camino entre Villanueva Soportilla y la localidad alavesa de
Puentelarrá, al arrullo del Ebro, en un paisaje dominado por la quietud y
la naturaleza, descansa una de las joyas de la corona del patrimonio
histórico burgalés. Una joya que, quizá demasiado a menudo, pasa
desapercibida para el gran público. Allí, en un enorme roquedal
custodiado por una frondosa vegetación, que lucha por sobrevivir entre
cultivos de cereal, se erige la necrópolis altomedieval de Santa María
de Tejuela, una de las más grandes e interesantes de cuantas se esparcen
por el tercio norte peninsular. Razón más que suficiente como para
estudiarla y ponerla en valor.
Y eso es precisamente lo que lleva haciendo la Diputación desde hace
casi una década. Las primeras investigaciones en el yacimiento,
descubierto por Mariano Valdizán, arrancaron en los 70′ de la
mano del catedrático Alberto del Castillo. Suyos fueron los primeros
trabajos de excavación, que se vieron paralizados durante años hasta que
en la década pasada, la Diputación tomó el testigo, encomendando la
labor de puesta en valor a la empresa arqueológica Aratikos.
Fruto de esa decisión, en 2008 comenzó una excavación que ha arrojado
grandes resultados y que ha permitido conocer mucho más sobre una de las
necrópolis más misteriosas de cuantas se localizan en la provincia. En
ella se han documentado hasta la fecha 340 tumbas talladas en la roca
viva, así como dos sarcófagos, los restos de un templo, de un pequeño
poblado y de un edículo, quizá el elemento más interesante y a la vez
desconcertante de todo el conjunto.
Según explica María Negredo, una de las responsables de las diferentes
campañas de excavación, las dataciones llevadas a cabo apuntan a que la
zona tuvo una población más o menos estable entre los siglos VIII y XII.
Poco se sabe de la comunidad que habitó esas tierras, ya que apenas
quedan registros históricos sobre su paso, si bien, las evidencias
indican que se dedicaban fundamentalmente a la agricultura y la
ganadería, aprovechando el roquedal para practicar sus ritos funerarios y
litúrgicos.
Así, las tumbas no corresponden a un único periodo, sino que su uso se
prolongó durante varios siglos. A medida que iban muriendo, los
habitantes iban siendo enterrados en los agujeros practicados en la
roca, realizados todos ellos con orientación este/oeste y
fundamentalmente con perfiles antropomórficos. La cabeza siempre mirando
hacia la salida del sol y un único cadáver por tumba. Esa de hecho es
otra de las características de las tumbas, en las que no se han
localizado evidencias de uso compartido, como así se ha documentado en
otros lugares.
Acompañando a las 340 tumbas situadas en el roquedal, también
aparecieron dos sarcófagos, inicialmente destinados a figuras relevantes
de la comunidad, así como las trazas de un templo dominando todo el
conjunto. Los restos indican que el edificio, construido con piedra y
tejas, se dividía en tres piezas, utilizadas para diferentes menesteres.
Más dudas hay en torno al uso del Edículo, un gran bloque de arenisca
tallado en forma de cubo y vaciado por dentro. Su extraña morflología ha
generado multitud de hipótesis, ideas e incluso leyendas, pero los
investigadores creen que formaba parte de una estructura más amplia
destinada a albergar el centro de poder de todo el poblado. Quedaría por
descubrir, en este sentido, si tenía un carácter religioso o meramente
civil. Puede que ambas cosas, puesto que la línea que separaba ambos
conceptos era hasta cierto punto difusa.
Pero el roquedal, su historia y su uso no podrían entenderse sin el
entorno. Hoy apenas quedan vestigios de la presencia de un poblado en
sus alrededores, si bien, los investigadores creen que “probablemente
haya más tumbas” en la zona, vinculadas en mayor o menor medida a la
necrópolis de Santa María de Tejuela. No en vano, la zona tiene
“indicios de distintas fases de ocupación” y de otras estructuras en los
alrededores, fundamentalmente cabañas como las documentadas hasta
ahora, de unos 6 u 8 metros cuadrados de superficie donde las familias
hacía su vida cotidiana.
Sea como fuere, las investigaciones en los alrededores deberán llegar
algún día. Mientras tanto, los esfuerzos se centran en conservar lo
excavado hoy en día -el roquedal se encuentra protegido bajo un tejido
mallado- y en facilitar su visita para ponerlo en valor. En esta línea,
la Diputación ha ido haciendo esfuerzos económicos en los últimos años y
el complejo cuenta ahora con una señalización completa, paneles
informativos, un pequeño aparcamiento, un pabellón cubierto, una zona de
juegos tradicionales, un pequeño paseo, un humilde mirador sobre el
Ebro e incluso la recreación de un altar.
Y todo ello realizado, según destacan desde Aratikos, gracias a la
“enorme colaboración” no sólo de la Institución Provincial, sino del
ayuntamiento de Bozoó -municipio en el que se sitúa la necrópolis-, a la
junta vecinal de Villanueva Soportilla y a los vecinos de la zona, que
“desde el primer día se han implicado” e incluso “han recuperado la
romería” que históricamente se realizaba hacia la necrópolis.
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