sábado, 14 de mayo de 2022

-De paseo por la ruta del carbón.

 

 Fuente: https://www.diariodeburgos.es

La historia de San Adrián de Juarros está indisolublemente unida a su pasado minero. A la vida de cientos de hombres que en durísimas condiciones extrajeron durante casi un siglo el carbón escondido en las entrañas de esta comarca burgalesa. A un 'oro' negro como el del polvo que se colaba en los pulmones de los valientes obreros que picaban la tierra y como el que aún hoy tamiza el firme de los caminos que surcan el llamado 'sendero minero'. Un ameno y didáctico recorrido circular, de diez kilómetros entre bosques de roble y pino, que nos lleva hasta los restos de nueve pozos, viejas bocaminas y una calera, donde es fácil imaginar la intensa actividad que hubo en la zona con los sonidos de los martillos golpeando la roca.

La idea de poner en valor este recurso patrimonial surgió en el año 2000 cuando la localidad se dio cuenta del potencial que tenía desde el plano turístico su recuperación, ya que hasta este lugar acudían numerosas personas interesadas en visitar las minas que hubo en estos bosques y disfrutar de un paraje salpicado de arroyos y miradores en pleno contacto con la naturaleza. Con una inversión cercana a los 300.000 euros se acondicionó el sendero, se señalizó el recorrido, se instalaron paneles informativos y se arreglaron los accesos de algunos de los pozos para acercar al caminante lo que fue este territorio carbonero, como explica el alcalde de San Adrián, Florencio Martínez, al tiempo que destaca el 'tirón' que tiene este trazado entre los senderistas (muchos llegados de comunidades limítrofes como La Rioja o País Vasco) y el impulso que ha supuesto para un pueblo de 95 vecinos que ha sabido conservar su arquitectura popular con casas construidas en piedra rojiza y teja árabe. «En su mejor época llegaron a vivir unas 400 familias provenientes de toda España; quizá eso hizo que San Adrián haya sido siempre un pueblo acogedor», apunta Florencio, tras anotar que el término municipal abarca más de 1.200 hectáreas, la mayor parte de ellas, monte.

La historia minera de la zona comienza en 1841 para suministrar carbón a varias empresas de Burgos. La mina Esmeralda, la única perteneciente a Brieva, fue una de la primeras en explotarse y una de las más peligrosas, por el exceso de agua y los hundimientos. En Burgos el carbón se utilizó en dos fábricas de papel, una de hilados, en alfarería, en producción de gas para alumbrado y en calderas. Las lavanderas lo usaban para calentar el agua. La compañía inglesa Ferrocarriles y Minas fue la que explotó la concesión los primeros años. A finales de los 60 la propiedad pasó a ser de Ibercominsa. Desde entonces, la producción de las minas sufrió oscilaciones, en función del precio de los carbones extranjeros. El problema del carbón en la comarca de Juarros consistía en su calidad inferior al de otras zonas cercanas como Palencia, León o incluso el carbón inglés. La única manera de que fuera competitivo era mediante un transporte rápido y barato.

Por eso, se realizaron estudios sobre la posibilidad de realizar un ferrocarril para llevar el carbón a Burgos, proyecto que nunca llegó a materializarse. La mina más conocida fue la Juarreña, que llegó a producir 5.000 quintales anuales y fue la primera en España en usar dinamita. En 1970, cuando se extraían casi 10.000 toneladas anuales, las minas se vieron obligadas a cerrar por falta de rentabilidad, lo cual supuso un fuerte mazazo demográfico para los pueblos de la zona.

Las entradas a la minas se realizaban por pozos verticales o por socavones cuando existía un desnivel en el terreno. En los primeros casos el acceso se realizaba mediante un caldero que servía de ascensor. Las condiciones de trabajo eran muy malas: trabajo con pico y pala, empuje de vagonetas, silicosis, problemas de visión por deslumbramientos de lámparas, respiración de los gases de las máquinas de vapor..., aunque fueron mejorando algo con la progresiva mecanización. No faltaron algunos sucesos luctuosos como el ocurrido en la mina Salvadora, donde llegaron a perder la vida 10 hombres.

El trazado del 'sendero minero', que carece de dificultad, arranca en San Adrián. Junto a la plazoleta, un gran panel nos informa del recorrido, que se inicia a escasos metros, tras cruzar una cancela. En ligero ascenso, se alcanzan unas viejas tenadas. Mientras ganamos altura, a nuestra izquierda, un castillete de hierro nos marca el primer indicio minero, el pozo San Ignacio, muy visible desde lejos por tener una gran torre de extracción, hoy rehabilitada de la ruina, y al que se llegará en el tramo final del paseo. Pero ahora toca seguir el camino, siempre bien señalizado. Pasamos un robledal, dejando la mina del Conde a la derecha y desembocamos en un gran valle transversal conocido como la Mata de los Campos.

Torcemos a la izquierda hacia el arroyo Salechón. Un mirador de madera y un panel informativo permiten disfrutar de las vistas, tapizadas por un pinar de repoblación. La siguiente parada la hacemos en la boca de la mina del Travesal de los Villares, de 100 metros de profundidad, que ha sido acondicionada para que los más curiosos, siempre que vayan provistos de cascos y linternas, puedan recorrer sus primeros metros bajo tierra.

El camino que sigue a la derecha nos llevaría a una decena de minas adicionales (entre ellas la Salvadora), pero nosotros tomamos un sendero que nace junto al río Brieva o Salgüero. En unos pasos llegamos a un pequeño puentecito enfrente del cual se abre la mina Esmeralda. En esta zona es fácil toparse con corzos y jabalíes. Un poco más adelante vemos los restos de un molino harinero que aún conserva la piedra de moler y algo más allá llegamos a la sencilla ermita de Las Nieves, del siglo XVIII. Desde este punto ya se vislumbra el cercano núcleo de Brieva, que se desparrama por una ladera rocosa al pie de la cual está el generoso manantial que da lugar al río Brieva. Desde aquí el paseo inicia el tornaviaje y apenas unos metros después nos encontramos con la bastante bien conservada calera de Brieva, de gran valor como arqueología industrial. Seguimos la senda que pasa junto a un gran ejemplar de roble y nos introducimos en una nueva zona boscosa. En el cercano cruce seguimos hacia la derecha, pasamos junto a una nueva boca de mina y llegamos a una zona más abierta y a la carretera de acceso a Brieva. Debemos torcer a mano izquierda por ella y recorrer los escasos 200 metros hasta salirnos otra vez a la izquierda por una amplia pista (en ascenso) que nos debe llevar de regreso a San Adrián. En este tramo final pasaremos por los pozos de La Escalera y de San Lorenzo (se comunicaban uno con otro), del Buey -que se visita- y por la escombrera de la mina la Juarreña. Un último repecho culmina en lo alto del collado y en una bifurcación más, donde tomamos la pista que sale por la derecha. Se nos ofrece enseguida la opción de ascender al Pico Sauce (máxima cota de la ruta y con excelentes vistas panorámicas), pero nosotros seguimos hacia el Pozo San Ignacio, justo encima de San Adrián. En este punto todavía podemos observar el cargadero y el castillete para el ascensor del pozo. Una reja de hierro permite asomarse a la negra profundidad del mismo, inalcanzable para la vista al superar los 200 metros. «Es uno de las instalaciones que más llama la atención y además es un mirador magnífico sobre el pueblo», concluye Florencio, no sin orgullo.

-El trazado urbano de la calzada romana languidece en el olvido.

 

Son apenas cien metros, pero los expertos aseguran que son los mejor conservados del término municipal de Burgos. El tramo de calzada romana perteneciente a la Vía Aquitania que se encuentra entre la estación del ferrocarril y el hospital, en el llamado sector S-27, es apenas perceptible: el hecho de que nunca se haya actuado allí poniendo en valor el trazado está poniendo en riesgo su conservación. Hace una década, el Ayuntamiento de Burgos valoró la posibilidad de intervenir aprovechando la comisión territorial de Patrimonio avala hacerlo en aquellos tramos que pudieran encontrarse en adecuado estado de conservación. No en vano, cuando se llevó a cabo la modificación del PGOU asociado a la variante ferroviaria, se preservó este trazado, calificando el tramo como 'suelo de rústico de protección' y subrayando que cuando se desarrollara el sector se realizaría una prospección arqueológica, se pusiera en valor la calzada y s e creara «un itinerario recreativo conectado a l os sistemas generales de espacios libres incluidos en él». Al haberse desarrollado urbanísticamente esta zona, el proyecto quedó en nada.

Este tramo es hoy pasto del olvido. Sí puede apreciarse, casi oculto por la maleza y escombros de todo tipo, que la vía -paralela al camino que discurre a esa altura- se halla sobre un leve promontorio, pero hay que imaginar mucho para intuir que bajo la yerba se encuentra la calzada romana. Durante las obras de construcción de la ronda interior (Avenida Príncipes de Asturias) se documentaron algunos restos de interés arqueológico, concluyéndose que la calzada tenía una anchura de entre ocho y nueve metros. Aquella idea del Consistorio pasaba por que la calzada quedara integrada en el parque que se haría al desarrollarse ese sector, dejándola perfectamente excavada y conservada, ofreciendo a la vista el corte de los distintos niveles, como una manera de mostrar cómo construían sus carreteras los ingenieros romanos en el siglo II. 

Las calzadas romanas eran caminos de entre cinco y seis metros de ancho, sumando la cuneta. En algunas bien conservadas, según asegura Isaac Moreno, historiador burgalés experto en la materia, su anchura llega hasta los ocho metros, caso del tramo que nos ocupa. Las vías principales debían tener la anchura suficiente para permitir que dos legiones formadas pudieran cruzarse en sentido opuesto sin que hubiera problemas de paso. Su construcción consistía en una zanja de aproximadamente un metro de profundidad para hacer unos cimientos de piedras grandes (statumen). Sobre ellos se colocaba una capa de cascajo (rudus), otra de grava fina (nucleus). En las zonas de mayor tráfico, como las cercanías a las grandes urbes, se añadía un empedrado de piedras anchas y planas (summa crusta). Cada pocos metros, se dejaba un drenaje. Las calzadas eran tan rectas como fuera posible y no se desviaban ante una colina, sino que la remontaban. Solamente ante altas montañas desviaban su trayectoria, faldeándolas. 

Las calzadas eran construidas por civiles, soldados y e esclavos para las tareas más pesadas con piedras de distintos tamaños con el objetivo de conseguir un firme sólido. Las piedras grandes se colocaban en la base y sobre éstas se establecía una capa de piedras más reducidas. En algunos casos, por norma general en las rutas más importantes, sobre estos cimientos se colocaba un firme de adoquines. Las calzadas tenían sistemas eficaces de desagüe, logrado mediante la construcción de una curvatura en las orillas.

La vía del oro. Las calzadas o vías fueron el cordón umbilical de aquel fabuloso Imperio Romano. La metrópoli estaba conectada con todas y cada una de las localidades de tan extenso territorio. Por Burgos cruzaban varias, pero quizás la más importante fuera la vía 34 del itinerario de Antonino, denominada Vía Aquitania. Unía Tarragona (Tarraco) con León (Legio VV), y en su trayecto por la actual provincia burgalesa atravesaba localidades importantes como Cerezo de Río Tirón (Segisamunculum), Briviesca ( Virovesca), Alto del Monasterio de Rodilla ( Tritium), Tardajos (Deobrígula) y Sasamón (Segisamone). Durante siglos, fue la columna vertebral de las comunicaciones este-oeste de la península. Por esta ruta se transportaba el preciado metal de las minas de León rumbo a Roma. Y no era una vía cualquiera. Por ella discurría oro. 

Como recoge Isaac Moreno en su libro Descripción de la vía romana de Italia a Hispania en las provincias de Burgos y Palencia, esta calzada fue la primera carretera construida en esta parte del mundo do por los romanos. Por ella transitaron cientos de cargamentos de oro procedentes de las minas leonesas, que eran embarcados en Tarragona rumbo a Roma. «El camino es tan desconocido hoy, que no tiene nombre concreto. Si tenemos en cuenta que el destinatario preferente del producto de las grandes explotaciones auríferas del noroeste peninsular sería la capital del Imperio, este camino bien podría llamarse Vía del Oro, con mucho más derecho que otro tan famoso cuyo apelativo de la Plata no guarda relación con el transporte de metales preciosos», escribe Moreno en su documentada obra. Sobre esta calzada, el historiador asegura que técnicamente es tan buena como las demás, «con unos paquetes de firmes espectacularmente gruesos en las zonas por donde pasa por terrenos arcillosos o húmedos, como el caso de Burgos capital o la zona de Las Mijaradas, cerca del campo de golf».

Muchos 'enemigos'. No sólo el olvido institucional afecta a este patrimonio histórico de la capital y su alfoz.Como ya denunció hace unos meses este periódico, el trazado de esta vía entre Quintanapalla y la capital que transcurre también por las localidades de Hurones y Villayerno Morquillas ha sido objeto de vandalismo: la señalética y los carteles informativos se han visto destrozados o malogrados, en actos que se antojan incomprensibles. A veces la maquinaria agrícola, otras los gamberros y la falta de conservación ha provocado que en los últimos años este tipo de hitos de los que está salpicada la calzada hayan desaparecido o se hayan visto afectados para mal.

 Fuente: https://www.diariodeburgos.es

-El yacimiento de La Quivilleja de Valparaíso revela nuevos secretos de los preneandertales.

 Fuente: https://www.elespanol.com

 

 Excavaciones en el  yacimiento de La Quivilleja de Valparaíso

La segunda campaña de excavación en el yacimiento La Quivilleja de Valparaíso, en el término municipal de Hortigüela, aporta nuevos datos sobre la tecnología de los preneandertales, y permite constatar la existencia de material arqueológico en posición estratigráfica en una antigua terraza del río Arlanza. Esta nueva intervención arqueológica, financiada por la Fundación Palarq y la Fundación Atapuerca, en colaboración con la Universidad de Burgos, finalizó hoy y estuvo dirigida por el arqueólogo y vicepresidente de la Fundación Atapuerca, Eudald Carbonell, según ha informado la agencia Ical. 

Según informaron desde la Fundación Atapuerca y la Universidad de Burgos, durante esta semana, un equipo de diez arqueólogos, muchos de ellos estudiantes de la UBU, terminó los trabajos de la cata de 25 metros cuadrados iniciada en la primera intervención, y se abrió una nueva cata de 15 metros cuadrados en otra área del yacimiento. Entre las herramientas recuperadas destaca una importante presencia de bifaces, hendedores, picos y lascas de gran formato, la mayor parte de ellas realizadas en cuarcita.

 Los bifaces, denominados así porque están tallados por sus dos caras, son las piezas más características del modo tecnológico II o achelense. En Europa esta tecnología la comenzaron a desarrollar los preneandertales hace medio millón de años y está bien documentada en los yacimientos de Galería y Gran Dolina en la sierra de Atapuerca. Estos yacimientos se encuentran a tan sólo 32 kilómetros en línea recta del yacimiento de La Quivilleja de Valparaíso.

Por este motivo el estudio de la colección de herramientas del yacimiento va a permitir conocer la relación tecnológica entre los grupos cazadores y recolectores que ocuparon la sierra de Atapuerca y los que se desplazaron por la cuenca media y alta del río Arlanza. Las herramientas descubiertas fueron talladas para se ser utilizadas directamente con la mano, sin necesidad de ir enmangados. Con estos objetos, los prenandertales podían despiezar un bisonte o trabajar una rama para fabricar una jabalina de madera.

Además del material descubierto en la excavación, toda una serie de prospecciones arqueológicas permitieron recuperar otro importante conjunto de piezas líticas de las mismas características. Estas herramientas quedaron dispersas por las tierras del alrededor, como resultado del desmantelamiento geológico de la plataforma donde se ubicaba el yacimiento. Una vez los grupos humanos abandonaron La Quivilleja de Valparaíso, el paso del tiempo y procesos naturales de carácter hídrico "fueron erosionando el antiguo yacimiento y dispersando por el espacio limítrofe las herramientas que estos humanos habían tallado", explican.

Los 35 metros cuadrados excavados permiten constatar la gran extensión de este sitio, que ocuparía la antigua vega del río Arlanza. "El estudio de La Quivilleja de Valparaíso nos introduce en la problemática de análisis del establecimiento de los nodos ocupacionales de las primeras redes poblacionales del territorio del Arlanza y establecer su relación con otras zonas como la cuenca del Arlanzón o la cuenca del Duero", afirman desde la Fundación. La recuperación de la industria en estratigrafía y el material en superficie permite caracterizar los procesos técnicos de talla y conocer la complejidad de las industrias del modo 2 contemporáneas a los yacimientos de la sierra de Atapuerca en la segunda parte del Pleistoceno medio.

La Quivilleja de Valparaíso es un yacimiento al aire libre ubicado en la margen derecha del río Arlanza en el término municipal de Hortigüela, localidad situada en el centro de la provincia de Burgos en las proximidades de la sierra de la Demanda. Estas excavaciones están dirigidas por vicepresidente de la Fundación Atapuerca, Eudald Carbonell i Roura; la profesora titular de Prehistoria de la UBU, Marta Navazo Ruiz; el investigador del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (Cenieh), Alfonso Benito Calvo; el beneficiario de una ayuda económica para investigación de la Fundación Atapuerca, Francisco Javier García Vadillo; y Rodrigo Alonso Alcalde del Museo de la Evolución Humana – Universidad de Burgos. Junto a ellos participaron un equipo de varios becarios predoctorales y alumnos de grado de la UBU. Esta intervención arqueológica organizada por la Fundación Atapuerca es posible gracias a la colaboración del Servicio Territorial de Cultura de la Junta de Castilla y León y el Ayuntamiento de Hortigüela (Burgos).