Fuente: https://www.diariodeburgos.es
La historia de San Adrián de Juarros está indisolublemente unida a su pasado minero. A la vida de cientos de hombres que en durísimas condiciones extrajeron durante casi un siglo el carbón escondido en las entrañas de esta comarca burgalesa. A un 'oro' negro como el del polvo que se colaba en los pulmones de los valientes obreros que picaban la tierra y como el que aún hoy tamiza el firme de los caminos que surcan el llamado 'sendero minero'. Un ameno y didáctico recorrido circular, de diez kilómetros entre bosques de roble y pino, que nos lleva hasta los restos de nueve pozos, viejas bocaminas y una calera, donde es fácil imaginar la intensa actividad que hubo en la zona con los sonidos de los martillos golpeando la roca.
La idea de poner en valor este recurso patrimonial surgió en el año 2000 cuando la localidad se dio cuenta del potencial que tenía desde el plano turístico su recuperación, ya que hasta este lugar acudían numerosas personas interesadas en visitar las minas que hubo en estos bosques y disfrutar de un paraje salpicado de arroyos y miradores en pleno contacto con la naturaleza. Con una inversión cercana a los 300.000 euros se acondicionó el sendero, se señalizó el recorrido, se instalaron paneles informativos y se arreglaron los accesos de algunos de los pozos para acercar al caminante lo que fue este territorio carbonero, como explica el alcalde de San Adrián, Florencio Martínez, al tiempo que destaca el 'tirón' que tiene este trazado entre los senderistas (muchos llegados de comunidades limítrofes como La Rioja o País Vasco) y el impulso que ha supuesto para un pueblo de 95 vecinos que ha sabido conservar su arquitectura popular con casas construidas en piedra rojiza y teja árabe. «En su mejor época llegaron a vivir unas 400 familias provenientes de toda España; quizá eso hizo que San Adrián haya sido siempre un pueblo acogedor», apunta Florencio, tras anotar que el término municipal abarca más de 1.200 hectáreas, la mayor parte de ellas, monte.
La historia minera de la zona comienza en 1841 para suministrar carbón a varias empresas de Burgos. La mina Esmeralda, la única perteneciente a Brieva, fue una de la primeras en explotarse y una de las más peligrosas, por el exceso de agua y los hundimientos. En Burgos el carbón se utilizó en dos fábricas de papel, una de hilados, en alfarería, en producción de gas para alumbrado y en calderas. Las lavanderas lo usaban para calentar el agua. La compañía inglesa Ferrocarriles y Minas fue la que explotó la concesión los primeros años. A finales de los 60 la propiedad pasó a ser de Ibercominsa. Desde entonces, la producción de las minas sufrió oscilaciones, en función del precio de los carbones extranjeros. El problema del carbón en la comarca de Juarros consistía en su calidad inferior al de otras zonas cercanas como Palencia, León o incluso el carbón inglés. La única manera de que fuera competitivo era mediante un transporte rápido y barato.
Por eso, se realizaron estudios sobre la posibilidad de realizar un ferrocarril para llevar el carbón a Burgos, proyecto que nunca llegó a materializarse. La mina más conocida fue la Juarreña, que llegó a producir 5.000 quintales anuales y fue la primera en España en usar dinamita. En 1970, cuando se extraían casi 10.000 toneladas anuales, las minas se vieron obligadas a cerrar por falta de rentabilidad, lo cual supuso un fuerte mazazo demográfico para los pueblos de la zona.
Las entradas a la minas se realizaban por pozos verticales o por socavones cuando existía un desnivel en el terreno. En los primeros casos el acceso se realizaba mediante un caldero que servía de ascensor. Las condiciones de trabajo eran muy malas: trabajo con pico y pala, empuje de vagonetas, silicosis, problemas de visión por deslumbramientos de lámparas, respiración de los gases de las máquinas de vapor..., aunque fueron mejorando algo con la progresiva mecanización. No faltaron algunos sucesos luctuosos como el ocurrido en la mina Salvadora, donde llegaron a perder la vida 10 hombres.
El trazado del 'sendero minero', que carece de dificultad, arranca en San Adrián. Junto a la plazoleta, un gran panel nos informa del recorrido, que se inicia a escasos metros, tras cruzar una cancela. En ligero ascenso, se alcanzan unas viejas tenadas. Mientras ganamos altura, a nuestra izquierda, un castillete de hierro nos marca el primer indicio minero, el pozo San Ignacio, muy visible desde lejos por tener una gran torre de extracción, hoy rehabilitada de la ruina, y al que se llegará en el tramo final del paseo. Pero ahora toca seguir el camino, siempre bien señalizado. Pasamos un robledal, dejando la mina del Conde a la derecha y desembocamos en un gran valle transversal conocido como la Mata de los Campos.
Torcemos a la izquierda hacia el arroyo Salechón. Un mirador de madera y un panel informativo permiten disfrutar de las vistas, tapizadas por un pinar de repoblación. La siguiente parada la hacemos en la boca de la mina del Travesal de los Villares, de 100 metros de profundidad, que ha sido acondicionada para que los más curiosos, siempre que vayan provistos de cascos y linternas, puedan recorrer sus primeros metros bajo tierra.
El camino que sigue a la derecha nos llevaría a una decena de minas adicionales (entre ellas la Salvadora), pero nosotros tomamos un sendero que nace junto al río Brieva o Salgüero. En unos pasos llegamos a un pequeño puentecito enfrente del cual se abre la mina Esmeralda. En esta zona es fácil toparse con corzos y jabalíes. Un poco más adelante vemos los restos de un molino harinero que aún conserva la piedra de moler y algo más allá llegamos a la sencilla ermita de Las Nieves, del siglo XVIII. Desde este punto ya se vislumbra el cercano núcleo de Brieva, que se desparrama por una ladera rocosa al pie de la cual está el generoso manantial que da lugar al río Brieva. Desde aquí el paseo inicia el tornaviaje y apenas unos metros después nos encontramos con la bastante bien conservada calera de Brieva, de gran valor como arqueología industrial. Seguimos la senda que pasa junto a un gran ejemplar de roble y nos introducimos en una nueva zona boscosa. En el cercano cruce seguimos hacia la derecha, pasamos junto a una nueva boca de mina y llegamos a una zona más abierta y a la carretera de acceso a Brieva. Debemos torcer a mano izquierda por ella y recorrer los escasos 200 metros hasta salirnos otra vez a la izquierda por una amplia pista (en ascenso) que nos debe llevar de regreso a San Adrián. En este tramo final pasaremos por los pozos de La Escalera y de San Lorenzo (se comunicaban uno con otro), del Buey -que se visita- y por la escombrera de la mina la Juarreña. Un último repecho culmina en lo alto del collado y en una bifurcación más, donde tomamos la pista que sale por la derecha. Se nos ofrece enseguida la opción de ascender al Pico Sauce (máxima cota de la ruta y con excelentes vistas panorámicas), pero nosotros seguimos hacia el Pozo San Ignacio, justo encima de San Adrián. En este punto todavía podemos observar el cargadero y el castillete para el ascensor del pozo. Una reja de hierro permite asomarse a la negra profundidad del mismo, inalcanzable para la vista al superar los 200 metros. «Es uno de las instalaciones que más llama la atención y además es un mirador magnífico sobre el pueblo», concluye Florencio, no sin orgullo.