lunes, 10 de enero de 2011

-Un burgalés en la hoguera de la Inquisición.

Juan del Castillo fue uno de los españoles elegidos para acaudillar el mayor movimiento reformista en el país. Formó parte de los llamados ‘Doce apóstoles de Medina de Rioseco’. Huyó de España perseguido por la Inquisición, que lo halló en Bolonia, lo juzgó y ajustició.



El 18 de marzo de 1537, en Toledo, el burgalés Juan del Castillo ardió en la hoguera. No sólo su cuerpo quedaba chamuscado: también, reducido a cenizas, desaparecía un sueño que había compartido con otro hombres como él. Un anhelo imposible en aquella España en la que la Inquisición campaba a sus anchas. Juan del Castillo era luterano. Un hereje a ojos de la Iglesia. Un iluminado. Un elemento que había que exterminar. Erudito en griego, sus primeros contactos con el movimiento alumbrado tuvieron lugar en los Países Bajos después de que cursara estudios en la Universidad de Lovaina, cuna de humanistas, hacia 1523 y después de haber hecho lo mismo en París. Gracias a un primo carnal, llamado Diego del Castillo, a la sazón próspero comerciante de libros burgalés en Flandes, tuvo acceso a publicaciones humanista de Vives y Erasmo.

A su regreso a Castilla permaneció en contacto con el movimiento reformista al amparo del almirante don Fadrique Enríquez. Más tarde, en Toledo, enseñó griego a erasmistas y luteranos. Al parecer, el burgalés se acopló muy bien a la vida cultural y espiritual en la ciudad manchega, donde recibió las órdenes sacerdotales y se doctoró en Teología. De aquel magisterio tomó buena nota Bernardino de Tovar, profesor de griego de la Universidad de Alcalá y uno de los estiletes que apoyaban la Reforma acaudillada por Lutero.
El luterano burgalés formó parte de uno de los proyectos más ambiciosos de los reformistas españoles, un movimiento que se conoce como ‘Los doce Apóstoles de Medina de Rioseco’ y que patrocinó el citado almirante. Un proyecto evangelístico del que habrían de formar parte doce de los más prestigiosos reformistas y que tendría como objetivo pedir una bula papal que les autorizara a realizar esa tarea evangélica. Fue en 1525 cuando se dieron los primeros pasos. Al parecer, la relación entre Tovar y Castillo fue estrecha: amistad, pensamiento, armonía espiritual , intercambio de libros y experiencias...

En la confesión que Juan del Castillo haría a la Inquisición después de ser detenido y torturado, la misión encomendada a cada uno de los ‘apóstoles’ venía avalada por don Fadrique y consistía en reclutar a cuantos clérigos tuvieran a bien abrazar las ideas iluministas. Al parecer, Castillo era un gran orador, un predicador de fuste. Durante el germen de aquella aventura, habría transmitido el mensaje de liberación y de convencida exaltación individual.
Juan del Castillo fue uno de los elegidos. Sin embargo, el grupo de ‘apóstoles’ no pudo reunirse nunca: sintiendo el almirante el aliento de la Inquisición, decidió abortar el proyecto. Los tentáculos de tan siniestra organización se lanzaron sobre los protagonistas de aquella empresa, que fueron perseguidos. En 1530 el burgalés decidió huir de España. Primero se instaló en París, después en Roma y, finalmente, en Bolonia, en cuya universidad volvió a dar clases de griego.

La Inquisión no descansó hasta dar con él. Lo consiguió tres años después de su marcha. En manos de la Inquisición obraban varias cartas escritas por el luterano burgalés. En una de ellas, remitida a su hermana, decía: «Que el Espíritu Santo esté contigo de una manera nueva, para que alguna vez por el sacrificio de adoración la pureza de nuestras almas, nosotros podamos ofrecernos a nuestro Padre bendito para que Él, con su dulzor inefable y la paz sobrerana que sobrepasa todo entendimiento, envíe a Su Único Hijo engendrado Jesucristo para morar para siempre en nuestras almas. En Su presencia todas las cosas se hacen una, porque Él contiene la Esencia que todas las cosas deben tener, conforme al orden admirable y provisión de Dios...».
En otra, el burgalés deslizaba alguna de sus teorías dogmáticas, lo que sirvió a los inquisidores para incrementar las acusaciones. Así, el erasmista castellano sostenía que aquella vida de ángeles experimentada por San Pablo en su ascenso al Paraíso podía vivirse en la tierra por cualquier alma que hubiese aceptado abandonar la propia voluntad y las obras de muerte para hacer vivir a Cristo en sí misma.



No era la única demostración escrita del sentir del burgalés. El testimonio de un tal Diego Hernández, chivato de la Inquisición, fue capital para el juicio. «El maestro Juan del Castillo me dijo que si se le prendiese, él moriría en la secta luterana, alabando a Dios y, si fuera quemado vivo, no revelaría los nombres de ninguno de los que él sabía que eran de su secta, para que ellos pudieran seguir viviendo y extender y glorificar a Dios y que si no fuera por la Inquisición él mismo predicaría esto, pues había más penas para los luteranos en España que en Alemania, él mismo como lo hizo Juan de Celaín se dejaría quemar y moriría en la secta como un noble y no traicionaría a nadie».

Ese Juan de Celaín era, junto a Bernardino de Tovar, uno de los caudillos de aquel proyecto luterano de Medina de Rioseco, y ya había sido llevado a la hoguera cuando Juan del Castillo fue prendido. El burgalés fue llevado a Barcelona e interrogado por el inquisidor general Manrique. El proceso del luterano burgalés se prolongó durante varios años. En ese tiempo fue torturado y confesó su luteranismo y todas sus creencias: que la salvación sería tanto para pecadores como para no pecadores; que los preceptos de la Iglesia no son obligatorios; que un sacerdote podía dejar las rezar las horas canónicas.

Al parecer, llegó incluso a confesar cosas que no pensaba y que no había escrito nunca. Que, como diría él mismo, se había autoinculpado de «más de los que avía menester». Juan del Castillo intentó suicidarse en varias ocasiones. Su hermana Petronila, quien también había sido juzgada aunque absuelta después de pagar mucho dinero, intentó que se suspendiera el juicio asegurando que su hermano estaba loco. Pero dio igual. Las torturas no cesaron, y así la Inquisición fue añadiendo nuevos cargos de acusación contra él hasta que se firmó la pena de muerte. Instantes antes de morir en la hoguera el 18 de marzo de 1537, Juan del Castillo no dudó ni se arrepintió de nada.

Fuente: www.diariodeburgos.es

domingo, 9 de enero de 2011

-CSI Atapuerca.

Miguelón decidió ubicar la residencia de su clan familiar, al menos temporal, en la Sierra de Atapuerca, hace 500.000 años. No se sabe por qué, pero un día otro congénere suyo le propinó un golpe en la cabeza, quizás con una piedra tallada que los homínidos elaboraban para defenderse, o quizás con otra cualquiera. El caso es que recibió tal impacto que le deformó el cráneo y puede que le causara la muerte, aunque también pudo fallecer por enfermedad.



500.000 años más tarde, Miguelón es un emblema de las investigaciones realizadas en el extraordinario yacimiento burgalés al estilo de la serie CSI, las siglas de Criminal Scene Investigation. Se trata de un Homo heidelbergensis que vivió en la Sierra y es uno de los individuos que más datos han aportado a los científicos que allí trabajan, como Ana Gracia, una de las investigadoras del lugar, que nos recuerda que gracias a los trabajos del profesor Ignacio Martínez sabemos hoy que Miguelón y sus compañeros de la Sima de los Huesos poseían un aparato auditivo similar al nuestro y que, por lo tanto, muy probablemente eran capaces de escuchar y hablar como nosotros.

En la Gran Dolina de Atapuerca se han encontrado restos que datan de más de 800.000 años. Y es que nuestros antepasados, desde los hombres que vivían en las cavernas hasta hoy en día, se han caracterizado por luchas violentas que en muchas ocasiones terminaban en tragedias humanas.
Buen ejemplo de ello es ese gran yacimiento burgalés, la Gran Dolina, donde los investigadores han encontrado restos de, al menos, 11 hombres, mujeres y niños fósiles de Homo antecessor que presentan, casi todos, restos de marcas de corte: pequeñas líneas paralelas en las zonas de inserción de los músculos y tendones, una prueba irrefutable de que fueron descarnados, tal y como afirma Ana Gracia, quien matiza que es imposible distinguir si les dieron muerte para comérselos o los consumieron después de fallecidos.

Casi un millón de años más tarde, las ‘escenas de crímenes sin resolver’ se reabren en Atapuerca al estilo de CSI, siglas que todo el mundo relaciona rápidamente con una serie americana de televisión, si bien es una de las expresiones más utilizadas en el ámbito de la investigación: cuerpos deformados que sitúan el contexto de una escena criminal, malheridos, objetos que pueden determinar un tipo de muerte, sangre, coches, ropa…, pero también huesos, muchos huesos, característica primordial de la sierra burgalesa y que tienen en común los yacimientos de Atapuerca y cualquier escena de un crimen que pueda tener lugar en cualquier parte del mundo, en un día D y en una hora H.

El caso es que el proceso de descifrar lo que pudo ocurrir desde que se encuentra un cráneo u otro hueso con alguna evidencia antrópica comienza en la propia excavación: se procede a su limpieza, identificación, reconstrucción y análisis, es decir, casi de idéntica forma que el tratamiento otorgado a una escena criminal actual. Hay que tener en cuenta que sólo un lanzazo, hallando la pieza causante en una zona letal, podría ser un indicio concluyente de una causa de muerte criminal. Normalmente, en hueso seco es imposible distinguir entre un golpe producido en vida y causante de la muerte y uno propinado justo después.

Para dar con las respuestas, los investigadores utilizan todas las técnicas que están en sus manos. La metodología es básicamente la misma que para casos del siglo XXI, ya que se aplica el método científico: observación de los datos, planteamiento de las hipótesis, contrastación e interpretación de los resultados. Es decir, analizando ‘organolépticamente’, con lupa, microscopio, TAC, radiografías, programas de simulación, estudio del lugar donde han aparecido los restos -el equivalente a la escena del crimen-, su relación con otros huesos y objetos en el yacimiento… y si se puede, mediante análisis histológicos, químicos, sedimentológicos, se intenta descubrir el porqué de esos restos en ese lugar.
En cualquier caso, las investigaciones son complicadas y los instrumentos fabricados con madera no han llegado hasta nuestros días en yacimientos de la Península Ibérica, algo que sí ha ocurrido en Schöningen (Alemania), donde han aparecido lanzas muy bien trabajadas en madera de abeto. Por lo tanto, se puede concluir que las únicas ‘armas potenciales’ recuperadas en los yacimientos de Atapuerca son las piedras, talladas o en cantos. Por lo tanto, se aprecian grandes paralelismos en las presuntas escenas criminales de las sociedades primitivas y actuales. Lo que resulta hoy en día imposible de averiguar es el componente cultural que llevaba a matar, algo que no fosiliza.

Las investigaciones también han permitido descubrir evidencias de canibalismo en la cueva de la Gran Dolina, que acogió los primeros casos por este tipo de muerte descubiertos mundialmente, lo que se explica que muchos de los huesos aparecidos unidos conformaban restos abandonados de una comida.
Este canibalismo que se practicaba fue producto, con toda seguridad, de una hambruna, y carecía de cualquier intención ritual, por lo que se efectuó por lo que se ha denominado como canibalismo gastronómico.
Gracia, doctora en Biología y Paleontología, comenta que esto ocurrió en Atapuerca en Homo antecessor, pero no en Homo heidelbergensis, la especie descendiente (la de Miguelón).

En otro yacimiento de Atapuerca, la cueva de El Mirador, aparecieron de nuevo restos humanos canibalizados de la Edad de Bronce (Homo sapiens, de hace unos 5.000 años). Estos huesos también presentan marcas de corte y evidencias de haber sido cocinados.
Muchos de los Homo heidelbergensis que se recuperan en la Sima de los Huesos presentan más o menos pequeños golpes en los cráneos con signos de regeneración, prueba de que han sobrevivido a ellos. La investigadora señala que, de hecho, se elaboró un estudio de etología comparada con unos grupos de agresión intraespecífica en ‘Papuas’, donde se observó una bilateralidad (se agredían unos a otros con la mano derecha, por lo que una frecuencia elevada de los golpes aparecía en el lado izquierdo del cráneo).
Por el contrario, en la Sima no hay bilateralidad manifiesta de los golpes, en ninguno de los dos lados, lo que descarta, a priori, la agresión intraespecífica.

Todas las investigaciones realizadas en Atapuerca se sostienen sobre cientos y cientos de estudios al respecto de los huesos encontrados. Varios se han convertido ya en emblemas. Pero las exploraciones han permitido descubrir no sólo muertes violentas o naturales, sino por enfermedades. En Atapuerca existe un aprecio especial por ‘Benjamina’, un caso no calificado como crimen, pero sí definido como uno de los más emotivos para los investigadores.
‘Benjamina’ era una niña que murió alrededor de los 10 años, y sufrió una enfermedad llamada ‘craneosinostasis’. Se trata del cierre prematuro de las suturas que separan los huesos del cráneo. Esta malformación también existe hoy en día, pero se opera en cuanto se detecta. Se registran dos casos de cada 200.000 nacimientos.

Gracia cree que ‘Benjamina’ tuvo que recibir cuidados como cualquier niño. Pero al haber nacido con una malformación congénita, probablemente necesitó, además, cuidados especiales: «Algo ocurrió durante el embarazo que provocó que dos huesos de su cabeza se empezaran a fusionar antes de tiempo. Esta malformación probablemente tuvo un origen traumático: su madre pudo caerse, la niña pudo estar mal colocada en el útero, pudo tener problemas de falta de líquido amniótico, o torticolis congénita. El caso es que el cerebro de ‘Benjamina’ creció como pudo y, probablemente, tuviera dificultades en su vida como consecuencia de ello», afirma.

Fuente: www.diariodeburgos.es