Fuente: https://www.burgosconecta.es
La de los yacimientos de Atapuerca es una historia compleja y apasionante, que, a la luz de los hallazgos encontrados en las últimas décadas, se remonta millones de años. Sin embargo, como suele suceder con los grandes descubrimientos, fue el azar el que sacó a la luz esa historia. Aunque numerosas crónicas de la Edad Media ya apuntaban a la presencia de cuevas en el entorno de Atapuerca, éstas pasaron prácticamente inadvertidas durante siglos. Sólo los lugareños las conocían, y de manera muy superficial, sin imaginar lo que escondían sus entrañas. Tampoco les interesaba, por cierto. En una época en la que la supervivencia era el objetivo prioritario, poco interés despertaban los huesos y restos que contenían. Si acaso, eran caldo de cultivo de historias de fantasmas.
Y así permanecieron los yacimientos
durante muchas generaciones hasta que a finales del XIX, la zona
despertó interés comercial. En 1896, en pleno apogeo del ferrocarril, la
empresa birtánica The Sierra Company Limited posó su atención en la
sierra de Atapuerca. Su objetivo era conectar la minas del entorno de
Monterrubio de La Demanda con la ría de Bilbao, donde los altos hornos
necesitaban ingentes cantidades de materia prima para seguir sacando su
producción.
Aunque inicialmente, el proyecto del ferrocarril no atravesaba el complejo de los yacimientos, la compañía decidió crear un paso a través de ella para, en teoría, aprovechar la piedra caliza del entorno. Y fruto de esa decisión, se abrió una herida a través de la sierra de Atapuerca. Una trinchera de poco más de medio kilómetro de longitud que dejó al descubierto varias cavidades colmatadas de sedimentos milenios atrás. Esa obra, que se llevó por delante toneladas de restos -sólo la Historia conoce su valor-, fue, sin embargo, clave para los yacimientos. Richard Preece, promotor del ferrocarril, no tenía ni idea- y seguramente no le importaba-, pero acababa de sacar del olvido la Gran Dolina, la Galería y la Sima del Elefante, los tres primeros yacimientos de Atapuerca en ser investigados de manera exhaustiva.
Sin embargo, aún hubo que esperar mucho para que comenzara de verdad el estudio de los yacimientos.
La compañía férrea cerró en 1911, dejando tras de sí maquinaria,
material y, sobre todo, toneladas de sedimentos con numerosos restos
fósiles al alcance de la mano. Eso atrajo durante décadas a
investigadores, curiosos y expoliadores a partes iguales, pero en ningún
momento se profundizó en el estudio de aquellas cuevas cercenadas. De
hecho, durante algunos años continuó el trabajo de extracción de
materiales en el entorno, destruyendo, nuevamente, restos que ya nunca
verán la luz.
En todo caso, no fue hasta la década de los 60' del siglo pasado cuando de verdad arrancó el espíritu investigador de la mano del equipo de Francisco Jordá y del Grupo espeleológico Edelweiss, que durante varios años documentaron las principales cavidades del complejo. Sin embargo, el punto de inflexión llegó en 1976 de la mano de Emiliano Aguirre , quien comenzó a estudiar en profundidad los yacimientos. El paleontólogo gallego, uno de los más reputados de su generación, vio claramente el potencial de los yacimientos, donde los restos, a menudo, se encontraban a la vista debido a la acción humana que ya había modificado para siempre el paisaje del complejo.
A la vista de aquel potencial, Aguirre se volcó en el proyecto de investigación, reclutando para ello a varios jóvenes paleontólogos que colaboraron estrechamente en el desarrollo de las primeras campañas de excavación intensivas. Entre ellos, por cierto, ya estaban Eudald Carbonell, José María Bermúdez de Castro y Juan Luis Arsuaga. Durante las décadas de los 70' y los 80', su atención se centró en los yacimientos más visibles y a priori con mayor potencial, como la Gran Dolina, la Galería o la Sima de los Huesos. Los hallazgos fósiles y líticos se amontonaban poco a poco.
Fue entonces, en 1990, cuando
Aguirre cedió el testigo a Arsuaga, Carbonell y Bermúdez de Castro. Y
lo suyo fue prácticamente llegar y besar el santo. Y es que, en
los años siguientes, Atapuerca alcanzó fama mundial gracias a los
hallazgos prácticamente consecutivos de los cráneos nº4 (Agamenón) y nº5
(Miguelón), así como de un bifaz de cuarcita (Excalibur), todos ellos en la Sima de los Huesos. No
obstante, el descubrimiento más importante de Atapuerca aún esperaba en
la Gran Dolina. Allí, en un estrato especialmente rico en material
fósil, salieron a la luz en 1994 restos humanos datados hace
800.000 años. Unos restos que finalmente fueron catalogados como Homo
Antecessor, un antepasado del Sapiens que hasta entonces no se
había documentado y que permitió conectar parte del árbol genealógico de
los humanos.
Aquel hallazgo fue, sin duda, clave, ya que se trataba de los restos del 'primer europeo'. La repercusión del descubrimiento fue mundial, con centenares de artículos en las principales publicaciones científicas y un reconocimiento unánime, que sirvió para que el complejo, que ya era Bien de Interés Cultural, fuera inscrito en la lista del Patrimonio Mundial de la Unesco en el año 2000. Apenas tres años antes, el equipo investigador había recibido el Premio Príncipe de Asturias en 1997.
Ese fue el espaldarazo definitivo del proyecto. A raíz de aquellos dos hitos, administraciones, empresas y sociedad en general se volcaron con el proyecto, que fue aumentando en recursos humanos y materiales a medida que avanzaban los años. En este sentido, resultó fundamental la intervención de la Junta de Castilla y León, que durante la década de los 90' abrazó el proyecto y comenzó a inyectar recursos, consciente de que lo que el equipo investigador tenía entre manos era de una magnitud hasta entonces impensable.
Y con esos recursos, la
investigación pudo expandirse a todo el complejo, localizando,
documentando y analizando cavidades aún por explorar (el último frente
se abrió hace apenas un par de años en Cueva Fantasma) y profundizando
en el estudio de las ya localizadas. Y es que, el trabajo en la Sima de
los Huesos, Cueva Mayor o Gran Dolina está lejos de acabar. De hecho, en
la campaña de 2008 se localizó una mandíbula datada en 1,2 millones de
años.
Sea como fuere, entrado ya el siglo XXI, el proyecto investigador ya había sentado unos más que sólidos cimientos para continuar su trabajo durante décadas. No obstante, todavía quedaba un hito por conseguir. Y es que, de poco sirven los hallazgos científicos si no vienen acompañados de divulgación. Eso bien lo sabían los miembros del equipo investigador, que desde un primer momento intentaron por todos los medios involucrar en el proyecto a la población local y crear una suerte de nicho cultural y científico alrededor de los yacimientos.
Para ello, a finales de los 90' se sistematizaron las visitas guiadas y la Junta adaptó en Ibeas el Aula Arqueológica Emiliano Aguirre, un pequeño espacio donde mostrar los hallazgos más relevantes. Aquella instalación, gestionada por Asociación Cultural de Amigos del Hombre de Ibeas y Atapuerca (ACAHIA), supuso una primera experiencia, pero pronto se comprobó que no estaba a la altura de los descubrimientos. Había que hacer algo. Algo grande, capaz de poner a los yacimientos de Atapuerca a la altura que se merecían. Y de ahí, surgió el Complejo de la Evolución Humana.
Iniciado el milenio, la Junta de Castilla y León, el Ayuntamiento de
Burgos y la administración central se pusieron manos a la obra para
sacar adelante un proyecto llamado a ser un referente cultural y científico en todo el mundo.
Para ello, se eligió la parcela del antiguo cuartel de Caballería,
usada durante décadas como aparcamiento en pleno centro de la capital
provincial. Allí, tras un concurso de ideas en el que
participaron algunos de los estudios de arquitectura con mayor
proyección internacional, Juan Navarro Baldeweg proyectó un complejo de tres edificios independientes, pero interconectados entre sí, dedicados
respectivamente a la investigación (CENIEH), la divulgación (MEH) y la
cultura (Fórum Evolución). Un complejo que, a pesar de no ser el que
mejor recuerdo dejó de los proyectos presentados, se ha convertido en
todo un símbolo de la ciudad una década después de su inauguración.
Y mientras tanto, los hallazgos siguen llegando año tras año. Incluso en este 2020, cuya campaña se vio condicionada por la pandemia de la covid-19. Sólo el tiempo dirá qué más secretos guarda en sus entrañas la Sierra de Atapuerca.