sábado, 5 de diciembre de 2020

-De Atapuerca al mundo. 20 años de Atapuerca.

 Fuente: https://www.burgosconecta.es

La de los yacimientos de Atapuerca es una historia compleja y apasionante, que, a la luz de los hallazgos encontrados en las últimas décadas, se remonta millones de años. Sin embargo, como suele suceder con los grandes descubrimientos, fue el azar el que sacó a la luz esa historia. Aunque numerosas crónicas de la Edad Media ya apuntaban a la presencia de cuevas en el entorno de Atapuerca, éstas pasaron prácticamente inadvertidas durante siglos. Sólo los lugareños las conocían, y de manera muy superficial, sin imaginar lo que escondían sus entrañas. Tampoco les interesaba, por cierto. En una época en la que la supervivencia era el objetivo prioritario, poco interés despertaban los huesos y restos que contenían. Si acaso, eran caldo de cultivo de historias de fantasmas. 

Los tres codirectores mostrando los hallazgos de una campaña.

Y así permanecieron los yacimientos durante muchas generaciones hasta que a finales del XIX, la zona despertó interés comercial. En 1896, en pleno apogeo del ferrocarril, la empresa birtánica The Sierra Company Limited posó su atención en la sierra de Atapuerca. Su objetivo era conectar la minas del entorno de Monterrubio de La Demanda con la ría de Bilbao, donde los altos hornos necesitaban ingentes cantidades de materia prima para seguir sacando su producción. 

Aunque inicialmente, el proyecto del ferrocarril no atravesaba el complejo de los yacimientos, la compañía decidió crear un paso a través de ella para, en teoría, aprovechar la piedra caliza del entorno. Y fruto de esa decisión, se abrió una herida a través de la sierra de Atapuerca. Una trinchera de poco más de medio kilómetro de longitud que dejó al descubierto varias cavidades colmatadas de sedimentos milenios atrás. Esa obra, que se llevó por delante toneladas de restos -sólo la Historia conoce su valor-, fue, sin embargo, clave para los yacimientos. Richard Preece, promotor del ferrocarril, no tenía ni idea- y seguramente no le importaba-, pero acababa de sacar del olvido la Gran Dolina, la Galería y la Sima del Elefante, los tres primeros yacimientos de Atapuerca en ser investigados de manera exhaustiva.

Sin embargo, aún hubo que esperar mucho para que comenzara de verdad el estudio de los yacimientos. La compañía férrea cerró en 1911, dejando tras de sí maquinaria, material y, sobre todo, toneladas de sedimentos con numerosos restos fósiles al alcance de la mano. Eso atrajo durante décadas a investigadores, curiosos y expoliadores a partes iguales, pero en ningún momento se profundizó en el estudio de aquellas cuevas cercenadas. De hecho, durante algunos años continuó el trabajo de extracción de materiales en el entorno, destruyendo, nuevamente, restos que ya nunca verán la luz.

En todo caso, no fue hasta la década de los 60' del siglo pasado cuando de verdad arrancó el espíritu investigador de la mano del equipo de Francisco Jordá y del Grupo espeleológico Edelweiss, que durante varios años documentaron las principales cavidades del complejo. Sin embargo, el punto de inflexión llegó en 1976 de la mano de Emiliano Aguirre , quien comenzó a estudiar en profundidad los yacimientos. El paleontólogo gallego, uno de los más reputados de su generación, vio claramente el potencial de los yacimientos, donde los restos, a menudo, se encontraban a la vista debido a la acción humana que ya había modificado para siempre el paisaje del complejo.

A la vista de aquel potencial, Aguirre se volcó en el proyecto de investigación, reclutando para ello a varios jóvenes paleontólogos que colaboraron estrechamente en el desarrollo de las primeras campañas de excavación intensivas. Entre ellos, por cierto, ya estaban Eudald Carbonell, José María Bermúdez de Castro y Juan Luis Arsuaga. Durante las décadas de los 70' y los 80', su atención se centró en los yacimientos más visibles y a priori con mayor potencial, como la Gran Dolina, la Galería o la Sima de los Huesos. Los hallazgos fósiles y líticos se amontonaban poco a poco.

Fue entonces, en 1990, cuando Aguirre cedió el testigo a Arsuaga, Carbonell y Bermúdez de Castro. Y lo suyo fue prácticamente llegar y besar el santo. Y es que, en los años siguientes, Atapuerca alcanzó fama mundial gracias a los hallazgos prácticamente consecutivos de los cráneos nº4 (Agamenón) y nº5 (Miguelón), así como de un bifaz de cuarcita (Excalibur), todos ellos en la Sima de los Huesos. No obstante, el descubrimiento más importante de Atapuerca aún esperaba en la Gran Dolina. Allí, en un estrato especialmente rico en material fósil, salieron a la luz en 1994 restos humanos datados hace 800.000 años. Unos restos que finalmente fueron catalogados como Homo Antecessor, un antepasado del Sapiens que hasta entonces no se había documentado y que permitió conectar parte del árbol genealógico de los humanos. 

Aquel hallazgo fue, sin duda, clave, ya que se trataba de los restos del 'primer europeo'. La repercusión del descubrimiento fue mundial, con centenares de artículos en las principales publicaciones científicas y un reconocimiento unánime, que sirvió para que el complejo, que ya era Bien de Interés Cultural, fuera inscrito en la lista del Patrimonio Mundial de la Unesco en el año 2000. Apenas tres años antes, el equipo investigador había recibido el Premio Príncipe de Asturias en 1997.

Ese fue el espaldarazo definitivo del proyecto. A raíz de aquellos dos hitos, administraciones, empresas y sociedad en general se volcaron con el proyecto, que fue aumentando en recursos humanos y materiales a medida que avanzaban los años. En este sentido, resultó fundamental la intervención de la Junta de Castilla y León, que durante la década de los 90' abrazó el proyecto y comenzó a inyectar recursos, consciente de que lo que el equipo investigador tenía entre manos era de una magnitud hasta entonces impensable.

Y con esos recursos, la investigación pudo expandirse a todo el complejo, localizando, documentando y analizando cavidades aún por explorar (el último frente se abrió hace apenas un par de años en Cueva Fantasma) y profundizando en el estudio de las ya localizadas. Y es que, el trabajo en la Sima de los Huesos, Cueva Mayor o Gran Dolina está lejos de acabar. De hecho, en la campaña de 2008 se localizó una mandíbula datada en 1,2 millones de años.

Sea como fuere, entrado ya el siglo XXI, el proyecto investigador ya había sentado unos más que sólidos cimientos para continuar su trabajo durante décadas. No obstante, todavía quedaba un hito por conseguir. Y es que, de poco sirven los hallazgos científicos si no vienen acompañados de divulgación. Eso bien lo sabían los miembros del equipo investigador, que desde un primer momento intentaron por todos los medios involucrar en el proyecto a la población local y crear una suerte de nicho cultural y científico alrededor de los yacimientos.

Para ello, a finales de los 90' se sistematizaron las visitas guiadas y la Junta adaptó en Ibeas el Aula Arqueológica Emiliano Aguirre, un pequeño espacio donde mostrar los hallazgos más relevantes. Aquella instalación, gestionada por Asociación Cultural de Amigos del Hombre de Ibeas y Atapuerca (ACAHIA), supuso una primera experiencia, pero pronto se comprobó que no estaba a la altura de los descubrimientos. Había que hacer algo. Algo grande, capaz de poner a los yacimientos de Atapuerca a la altura que se merecían. Y de ahí, surgió el Complejo de la Evolución Humana.

 Iniciado el milenio, la Junta de Castilla y León, el Ayuntamiento de Burgos y la administración central se pusieron manos a la obra para sacar adelante un proyecto llamado a ser un referente cultural y científico en todo el mundo. Para ello, se eligió la parcela del antiguo cuartel de Caballería, usada durante décadas como aparcamiento en pleno centro de la capital provincial. Allí, tras un concurso de ideas en el que participaron algunos de los estudios de arquitectura con mayor proyección internacional, Juan Navarro Baldeweg proyectó un complejo de tres edificios independientes, pero interconectados entre sí, dedicados respectivamente a la investigación (CENIEH), la divulgación (MEH) y la cultura (Fórum Evolución). Un complejo que, a pesar de no ser el que mejor recuerdo dejó de los proyectos presentados, se ha convertido en todo un símbolo de la ciudad una década después de su inauguración. 

Y mientras tanto, los hallazgos siguen llegando año tras año. Incluso en este 2020, cuya campaña se vio condicionada por la pandemia de la covid-19. Sólo el tiempo dirá qué más secretos guarda en sus entrañas la Sierra de Atapuerca.

 

-Atapuerca, 20 años después del 'renacimiento'.

Fuente:  https://www.lavanguardia.com

 Son mundialmente conocidos y los hallazgos de las últimas décadas en esta sierra próxima a la ciudad de Burgos han sido objeto de múltiples publicaciones especializadas y generalistas, aunque Atapuerca despertaba la curiosidad científica décadas antes.Desde que en 1997 sus tres codirectores fueran galardonados con el Premio Príncipe de Asturias y sobre todo gracias a la declaración pomo patrimonio de la humanidad por la Unesco, tres años más tarde, los trabajos en Atapuerca, con antecedentes a mediados del siglo XIX, se han intensificado en los últimos años.Este reconocimiento y protección reforzada por ser un referente obligatorio para cualquier estudio de la evolución humana, fue el detonante de un desarrollo que afectó a todo el complejo, pero también a las instalaciones que lo complementan.

Excavación en Atapuerca

 El Museo de la Evolución Humana, el Centro Nacional de Investigación sobre Evolución Humana y dos centros de interpretación y recepción de visitas más próximos a los yacimientos, en Ibeas de Juarros y Atapuerca, han amplificado el efecto Atapuerca con el apoyo de la fundación que refuerza la divulgación de todo lo relacionado con la evolución humana y contribuye a potenciar el carácter científico de los yacimientos. La clave está sin duda en la habilidad de los tres codirectores de Atapuerca -Juan Luis Arsuaga, José María Bermúdez de Castro y Eudald Carbonell- para diseñar en torno a Atapuerca todo un proyecto de “socialización científica”. Los tres atribuyen buena parte del mérito a la riqueza de los yacimientos, un complejo que se reparte por toda la sierra y que es el único del mundo capaz de ofrecer una panorámica completa de la evolución humana desde hace al menos 1,2 millones de años hasta prácticamente la actualidad, lo que ofrece una perspectiva inédita hasta ahora.

Declarada Espacio Cultural por la Junta de Castilla y León en julio del año 2007, la sierra de Atapuerca cuenta en su interior con un auténtico hormiguero de simas y galerías en un corredor natural, a caballo entre el clima atlántico y el mediterráneo, lo que permite encontrar en ese entorno restos de homínidos y su presencia, pero también de fauna y especies vegetales que ofrecen una visión muy completa de las diferentes épocas. Las primeras exploraciones de la zona se remontan a la mitad del siglo XIX; de hecho en 1863 Felipe de Ariño solicitó la concesión en propiedad de la cueva y cinco años más tarde, en 1868, Pedro Sampayo y Mariano Zuaznávar realizaron una descripción detallada de esa cueva, conocida entonces como “Sima de los Huesos”.

Pese a las pequeñas exploraciones, muchas veces sin ningún cuidado de la zona, y la multitud de robos y destrucción en su interior, la Sima de los Huesos sigue siendo hoy una de las partes más ricas del complejo de yacimientos, en la que se han encontrado 7.600 restos que, según el último estudio científico, podrían corresponder a 29 individuos, que vivieron hace unos 450.000 años.  Fue un hecho casual el que permitió redescubrir Atapuerca, cuando la construcción de una línea de ferrocarril, para transportar hierro y carbón a las siderúrgicas vascas por esta zona de Burgos, dejó en el lugar una gran trinchera, que aún da nombre a los yacimientos más emblemáticos: “La Trinchera del Ferrocarril”. La línea ferroviaria dejó de funcionar en 1910 y ese mismo año el arqueólogo Jesús Carballo descubrió el yacimiento y las pinturas de la cueva Mayor, que despertaron el interés de algunos de los arqueólogos más importantes del momento, entre ellos el abate Henri Breuil, uno de los padres del estudio del arte rupestre en Francia, o Hugo Obermaier, autor de El hombre fósil (1926), quienes acudieron a estudiarlos entre 1911 y 1912.

Tras un parón de varias décadas, en 1964 el profesor Francisco Jordá Cerdá inició las primeras excavaciones y unos años más tarde miembros del Grupo Espeleológico Edelweiss, que aún colabora con los codirectores de Atapuerca, descubrieron la galería del Sílex, que contiene restos de rituales funerarios y pinturas de la edad del bronce. En la misma época, el profesor Juan María Apellániz inició una serie de once campañas de excavaciones en el portalón de la cueva Mayor, en el que aún hoy trabaja un equipo comandado por Juan Luis Arsuaga. Pero uno de los chispazos que permite redescubrir Atapuerca se produjo en 1976, cuando el ingeniero de minas Trinidad Torres, que entonces realizaba su tesis doctoral sobre osos fósiles, acudió al antropólogo Emiliano Aguirre con lo que parecían restos humanos encontrados en la Sima de los Huesos.

Entre esos restos se encontraban una mandíbula, dos fragmentos de cráneo y algunos dientes que resultaron efectivamente ser humanos. Emiliano Aguirre, considerado el padre de las actuales prospecciones de Atapuerca, planteó en 1977 un proyecto de investigación cuyo objetivo era conocer la evolución humana en Europa durante el pleistoceno inferior y medio y formar un equipo de científicos españoles capaces de llevar a cabo tal misión. En el año 1991, Aguirre se jubiló y dejó el proyecto en manos de los tres codirectores actuales, entonces jóvenes investigadores muy prometedores que venían cada verano a trabajar en la sierra con sus propios medios y se mantenían buena parte de la jornada con agua en un botijo y algún bocadillo. Desde entonces, Bermúdez, Arsuaga y Carbonell han trabajado en paralelo en el avance de los yacimientos en el plano científico y en la divulgación de los hallazgos, en una estrategia que ha situado a Atapuerca en la cima del estudio de la evolución humana en Europa y uno de los principales yacimientos del mundo.

 

 

-Hallan en Atapuerca evidencias directas del origen de la gastronomía actual.

 Fuente: https://www.burgosconecta.es

El profesor e investigador del Laboratorio de Evolución Humana de la Universidad de Burgos Eneko Iriarte dio a conocer en la feria de Bérgamo la colaboración que la UBU está llevando a cabo entre la investigación en evolución humana y la gastronomía, donde se abordan asuntos directamente relacionados con la Agricultura, Tierra, Alimentación y Salud.En una ponencia conjunta con Burgos Gastronomy Creativity City, en la Feria Gastronómica 'Forme Creative', Iriarte subrayó el trabajo que vienen desarrollando en diferentes programas relacionados con la biotecnología y la nutrición, la tecnología de los alimentos o la gastronomía de vanguardia y el papel de Burgos como Ciudad Creativa de la Gastronomía, en la red de la que forma parte desde 2015. 

 Portalón de Atapuerca. /UBU

 Gracias a la cercanía de Burgos a los yacimientos arqueológicos de la Sierra de Atapuerca, a tan solo 15 km, este enclave excepcional distinguió la candidatura de la ciudad, convirtiéndola en un referente para el estudio de la evolución humana que también fue reconocido por la UNESCO, que la declaró Patrimonio de la Humanidad en 2000.

Eneko Iriarte afirma que «a lo largo de la evolución humana, la gastronomía ha definido a la humanidad, sus características, su propia evolución, sus atributos fisiológicos y más. La caza y la recolección han sido nuestro método de supervivencia hasta hace muy poco. La llegada de la agricultura y la domesticación de los animales se produjo en diversas partes del planeta hace menos de 10.000 años; fue la Revolución Neolítica, el inicio de nuestra forma de vida incluyendo no sólo los alimentos actuales (cereales, leche, alimentos fermentados, etc.) y los orígenes de la gastronomía, sino también la mayoría de nuestras enfermedades relacionadas con la dieta, por ejemplo Intolerancias relacionadas con la dieta o problemas de asimilación del gluten, entre otros».

El investigador subrayó que «los yacimientos arqueológicos no son solo huesos, sino restos de la vida cotidiana del pasado ... y, por supuesto, estudiamos muchos restos e indicadores de la dieta, los alimentos, la salud y la evolución del paisaje ... y encontramos abundantes indicadores relacionados con la agricultura, la tierra, la alimentación y la salud pretéritos y actuales».

Este profesor presentó en la feria al niño del Neolítico, llamado Matojo, que murió a la edad de seis años en el sitio El Portalón en Atapuerca: una cueva increíble para estudiar los últimos 10.000 años de vida humana y Evolución socioeconómica. «Nuestro análisis paleogenético y paleoantropológico de los restos de Matojo reveló que sufría de raquitismo y escorbuto severo relacionado con la dieta ... probablemente debido a problemas metabólicos relacionados con el consumo de lácteos durante episodios de hambruna ... ya que él, como la mayoría de la gente del Neolítico, era intolerante a la lactosa ... Exactamente como un número creciente de personas hoy en día. Nuestra investigación tiene como objetivo descubrir, por ejemplo, los mecanismos que llevaron a convertir nuestra sociedad en tolerante a la lactosa ... un tema de gran interés en la medicina alimentaria actual, y donde parte de la solución podría descubrirse gracias a investigadores creativos y colaborativos de áreas investigadoras aparentemente lejanas».

Como lo hicieron sus habitantes neolíticos, gracias a su geografía caracterizada por una gran variedad de climas y altitudes, la provincia de Burgos genera una gran abundancia de productos diferentes de su cuidada agricultura, ganadería y manteniene, casi invariables, costumbres como la caza y la pesca.

Eneko Iriarte esgrimió que Burgos también es conocida en toda España por su alimentación gracias a los productos que llevan su nombre, los más populares, la morcilla de Burgos o el queso fresco, disponibles en diferentes variedades locales; y el cordero lechal, los asados y los guisos que atraen cada vez más a los amantes de la comida.

Y, por supuesto, no olvidó las legumbres, base de la dieta mediterránea, la magnífica judía de Ibeas y la judía caparrón de Belorado que tiene una piel muy fina y se cuece a fuego lento con un trozo de tocino y constituye el famoso guiso de la olla podrida, un plato delicioso y contundente; y, por supuesto, la patata de Burgos como guarnición imprescindible para estos platos.

También se refirió al pan y el vino el complemento perfecto de estos productos de la región destacando el manjar del pan de la torta de Aranda regado con los vinos de la Denominación de Origen de Arlanza o Ribera del Duero, dos comarcas vitivinícolas consolidadas en el mercado nacional e internacional.

A esta oferta culinaria se suman los platos en miniatura que preparan y con los que nos tientan en restaurantes, bares, cafeterías, tabernas y posadas, desplegando una atractiva selección de tapas o raciones, que constituyen una excusa más que suficientes para ir a Burgos y disfrutar de una escapada gastronómica.

Estas, a su juicio, son solo algunas de las razones por las que Burgos se ha convertido en una Ciudad Creativa de la Gastronomía, en el corazón de la provincia, donde puedes disfrutar de estos manjares.

En los yacimientos arqueológicos de la sierra de Atapuerca se han encontrado evidencias directas del origen de esta gastronomía actual:

«Encontramos –advirtió el profesor Iriarte- evidencias de los más antiguos cereales y legumbres peninsulares, principal cultivo en Burgos en la actualidad, que fueron introducidos por las primeras poblaciones del Neolítico hace 7500 años y, lo que es más importante, su evolución desde entonces hasta la actualidad a través de diferentes culturas y costumbres».

Lo mismo ocurre con los animales domésticos que nos alimentan desde entonces y tienen una especial tradición en la gastronomía burgalesa, como el cordero, la morcilla, etc . o el queso, el pan o bebidas como la cerveza o el vino, todos productos locales bien conocidos que fortalecen nuestra economía y definen nuestra dieta y salud alimentaria.

El profesor de la Universidad de Burgos señaló que «a través de las técnicas de análisis arqueológicos y biomoleculares, estamos descubriendo restos de diferentes productos y alimentos, incluso recetas, que contenían las vasijas de cerámica que recuperamos hace miles de años ... y trazamos su evolución en el tiempo hasta nuestros platos. Abrimos nuevas fronteras en el uso y elaboración de productos y recetas realmente ancestrales a nuestros magníficos y muy creativos cocineros».

En el actual escenario climático y social incierto y cambiante, el profesor argumentó que todos estos productos y formas de vida deben preservarse y fomentarse para las generaciones futuras ... »Es nuestra responsabilidad compartida preservar nuestros productos, nuestra forma de vida y el medio ambiente para dejar a las generaciones futuras un mejor legado; un mejor legado que vendrá de personas conscientes que viven en ciudades creativas como Burgos y el resto de las ciudades presentes en este congreso».