Fuente: https://www.diariodeburgos.es
El monte de Castrillo del Val es enorme pulmón verde y oxigenante en las faldas de la Sierra de la Demanda, en el mismo alfoz de Burgos, pero entre encinas, rebollos milenarios y quejigos esconde un auténtico tesoro rupícola. A las cuevas del Carrascal, Portal de Belén y Carrera se suman el abrigo de Las Cocinas y el menhir de Peñalada. Las cavidades y portalones triangulan una espectacular ruta a pie o en bicicleta por unos parajes de ensueño, donde además de naturaleza y geología pura se acreditan huellas de ese pasado prehistórico y medieval, incluso cidianas. Nada extraño si tenemos en cuenta su cercanía a la sierra de Atapuerca. Es casi seguro que los Antecessor también vagaron por estos bastiones cársticos en busca de abrigo, comida y espacios para sus rituales. Los sondeos y catas -fueron catalogadas en 2002 por el grupo Edelweiss- en algunas de ellas han permitido descubrir diversos elementos líticos y fósiles de la Edad del Bronce. También tiene evocaciones medievales y cidianas porque por estos lares discurre el Camino del Destierro, que une Vivar del Cid con el monasterio de San Pedro Cardeña.
Todos, o casi todos, los caminos llevan al valle de Valdecuevas y a ese frondoso bosque de San Mamés, situado a poco más de 2 kilómetros al sureste del municipio. A falta de GPS, Gustavo Salas, concejal de Obras, y Santiago Ruiz, responsable de Cultura, hacen de solícitos guías. La pista inicial, después de un trecho muda en angosto y serpenteante sendero -horadado por las roderas de ciclistas- a medida que se interna en el monte. Encinas y robles -algunos enormes- jalonan esta ruta. Bajo el protector dosel arbóreo se llega a la cueva del Carrascal, una pequeña y rocosa catedral cárstica, con cuatro puertas, se alza entre el arbolado. El trazado de la cavidad no es extenso y se interrumpe por el relleno, pero impresiona. Los pequeños muros de cerramiento indican que estuvieron habitadas, también esa pequeña lasca de sílex y algunos restos óseos de macrofauna. Los más viejos del lugar recuerdan que, en ocasiones, sirvió de aprisco para guarecer ovejas. El negro de sus paredes y esos círculos de piedra desvelan antiguas fiestas, casi iniciáticas, además de cárnicas meriendas de quintos y quintas. Los tizones apuntan a que aún hoy algunos siguen haciendo hogueras. Una pena.
Siguiendo el sendero, a poco más de 60 metros se encuentra otro pequeño complejo de tres cavidades que el agua y el tiempo tallaron en el rocoso abrigo. Se trata de la cueva del Portal de Belén. Las entradas se asemejan a esos portales de los nacimientos navideños, solo que sus dimensiones son de tamaño natural. La primera es la mayor de las 34 y tiene un desarrollo de 34 metros. Falta la estrella de los Magos, pero en su interior se conservan los últimos misterios que depositaron los vecinos antes de la pandemia. Rodeando los abrigos, sobre la entrada, se abre un estupenda panorámica del entorno. En frente, la cueva del Carrascal.
Toca seguir de nuevo por el estrecho y algo empinado sendero -es destacable el porte de algunas encinas, quejigos y rebollos- durante unos 700 metros. En el cruce, a la derecha hay que seguir un tramo la pista que conduce a San Pedro de Cardeña -por la izquierda se llega a la rasa de Espinosa de Juarros- y, escondida entre los árboles, se encuentra la tercera gruta, cueva Carrera. Casi a ras de suelo, da la impresión de que es una simple hoya, pero no. Se trata de una dolina de hundimiento. Es necesario bajar la cabeza para llegar hasta el interior. No tiene más de 15 metros de recorrido antes de toparse con el relleno de este yacimiento arqueológico, en el que, por cierto, aparecieron restos cerámicos, algunos óseos y cantos rodados, que hablan también de ocupación humana. Son admirables y extasían sus estalactitas, algunas con lo macarrones fragmentados por la incuria de los visitantes. Las gotas de agua, que fluyen desde el techo, son perceptibles bajo la luz. Las formaciones calcáreas en las oquedades de la techumbre son también una lección de geología viva. Cada cueva tiene su leyenda y esta no iba a ser menos. Cuentan -pura tradición oral- que una vez el perro de un pastor se metió por la cueva del Portal de Belén y apareció en cueva Carrera. Misterio sin resolver aún, pero investigadores de los yacimientos de Atapuerca, según cuentan, ya ha hecho algunos estudios en la zona sobre esta y otras posibles conexiones.
Para completar la ruta es obligada la visita al abrigo de Las Cocinas y el menhir de Peñalada. La escapada se puede hacer sin regresar a Castrillo del Val, tomando un atajo por el valle y las tierras de labor, aunque desde la población también se puede acceder por el camino de los Molineros -que comunica a través del monte con San Millán de Juarros- a este singular paraje, que está a 1.800 metros del casco. No tiene pérdida porque el roquedal que hace de pétrea boina emerge y es visible entre los árboles. Donde termina o empieza -según se mire- un denso pinar de repoblación se accede al roquedo y a este abrigo, que en realidad son varios y con forma de eso, cocinas. De su interior también se extrajo material arqueológico. Salvar la ladera exige su esfuerzo, pero compensa porque la peña es además una perfecta atalaya para disfrutar de magníficas vistas de Castrillo y su entorno. Un poquito más abajo, a unos 50 metros, pegado a los postes y alambradas del pinar, hincado en tierra, se encuentra el menhir de Peñalada. Echando un ojo a las alturas es fácil deducir que se desprendió el roquedal, que fue colocado de manera premeditada y también que fue trabajado por mano humana. Lo complicado es saber cuándo, pero no sería descabellado pensar que este paraje fue un santuario natural prehistórico. Por cierto, junto al menhir hay un gran fragmento que se desprendió de la mole. Seguir por el monte, sin duda, atrae, pero no es recomendable si no se va a acompañado por algún vecino que sepa de caminos, senderos y trochas o disponer de un buen GPS y mapas.
*Este reportaje se publicó en el suplemento Maneras de Vivir del 17 de abril de 2021.