Fuente:https://lacantabriaburgalesa.wordpress.com/2017/06/05/castro-de-san-pantaleon-de-losa/
Sobre el peñasco donde se encuentra la ermita de San Pantaleón hay
algunos vestigios, escasos, de un poblamiento de tipo castral, que se
corresponden con uno de los castros de mayor tamaño de la zona oriental
de Merindades (19,5 Ha, según Ruíz Vélez, 2003), similar al de Momediano
(18 Ha) y ambos mayores que el de Peñarrubia (10 Ha). Ningún autor
conocido lo ha definido de forma clara como perteneciente a autrigones o
a cántabros. Hay elementos que permiten sospechar que podría ser
cántabro, como el hecho de que su monumentalidad se aprecie mejor
viniendo del este y con una retaguardia por el occidente más bien
discreta y relativamente más accesible. Pero la ausencia de campamentos
de asedio romanos localizados en la zona y la presencia de elementos
defensivos romanos en su interior (turris de vigilancia) nos hacen
pensar como más probable el que fuese un castro autrigón. O tal vez
estemos ante un castro antaño cántabro ocupado posteriormente por los
autrigones en su búsqueda de una salida al mar desde La Bureba. Resulta
imposible concluir nada mínimamente serio con el estado actual de
nuestro conocimiento arqueológico de toda esta zona que es aún muy
escaso.
El conjunto castral está ubicado sobre la ladera occidental que
desciende hacia el río Jerea, uno de cuyos meandros delimita el recinto.
Los otros dos flancos aparecen marcados por los escarpes del espolón
rocoso, de una altura superior a los 20 m. En superficie aparecen
amontonamientos de piedras labradas correspondientes a las viviendas del
antiguo poblado. Se concentran en la zona próxima al río, en la parte
más baja del recinto. Las casas debían estar construidas sobre terrazas
muradas que contrarrestaban la pendiente. (Bohigas, Campillo y Churruca,
1984). Apenas quedan rastros de la muralla exterior que cerraba el
acceso desde el río ya que posiblemente fue usada como cantera para
construir la conocida ermita románica que se encuentra en el interior
del castro. En superficie han aparecido materiales cerámicos
correspondientes a un amplio espectro cronológico, aunque sin cerámica
romana sigilata. Solo cerámica prerromana con desgrasantes micaceos
elaborada a mano y de época medieval.
En la parte más alta del conocido crestón calizo en forma de proa de
barco se localiza una pequeña zona de poco más de 1000 m2 y separada del
resto del castro por una segunda línea de defensa consistente en dos
amurallamientos y otros tantos fosos apoyados contra los ángulos de la
peña. Hoy en día solo se aprecia un foso entre dos taludes, un muro
transversal de un metro de espesor y más de 10 metros de largo con
puerta lateral de esviaje. El acceso se hace por esta puerta a través
del foso que separa ambas murallas y recorre el recinto hasta el lado
contrario y entra por detrás del muro. Este podría ser el único caso
conocido de acrópolis amurallada en castros de nuestra comarca, pero
existen varios ejemplos en otros castros del Noroeste hispano. Los más
cercanos son los que se han localizado en los oppida cántabros de Monte
Bernorio (Montaña Palentina), La Ulaña (Las Loras) o en el castro de
Espina del Gallego (entre las cuencas del Besaya y el Pas), que cuentan
todos con acrópolis protegidas por líneas defensivas (Peralta, 2000).
Estos recintos eran la residencia de las élites guerreras que
controlaban el territorio y la explotación de los recursos ganaderos,
mientras que las viviendas del resto de la población se concentraban en
la parte baja del castro (Álvarez-Sanchis, 1993), lo que nos muestra que
la sociedad de las gentes de la Edad de Hierro estaba fuertemente
jerarquizada y militarizada, con una cima coronada por una aristocracia
militar.
No obstante, esta misma interpretación del yacimiento tampoco es
segura, dado que hay expertos que opinan que no existe el menor rastro
de muralla exterior anexa al río. No hay piedras ni morcueros en las
cercanías que necesariamente hubiera dejado una muralla, ni cascotes
internos de pequeño tamaño que llevan en el interior y no sirven para la
construcción. Ni hay cerámica ni manchones de ceniza, nada de nada.
Podría haber existido una línea de muralla inferior siguiendo el camino
que permite acceder al actual aparcamiento, por lo que la extensión
total de este castro sería bastante menor, en torno a las 2 Ha. Por eso
opinan que estaríamos ante un castro de tipo guardia, con origen en la
Edad del Bronce final y posteriormente abandonados y reutilizados en la
Edad del Hierro. Otro ejemplo de castro de este tipo sería el de La
Muela (Merindad de Sotoscueva).
Dentro de la acrópolis se ha localizado un pequeño recinto de forma
rectangular, seguramente posterior de época romana, y que podría
corresponder con los restos de una turris o castellum de vigilancia
militar (s.III-IV d.c.), similar a la localizada en el cercano Herrán y
cuya misión sería controlar el estratégico paso del rio Jerea que
comunica las zonas fuertemente romanizadas de Losa y Tobalina.
En las siguientes fotografías presentamos la interpretación que ha
hecho el investigador Jesús Pablo Domínguez junto con Aitor Cabezas de
los restos de la acrópolis que hoy día son visibles.
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