miércoles, 6 de julio de 2011

-Año 1818. Un meteorito sobre las tropas francesas.

Las tropas del general Dorsenne, famoso a partes iguales por su elegancia y por su crueldad con los españoles, estuvieron a punto de caerse de sus monturas la tarde del 8 de julio de 1811. Por un momento pensaron que esos picajosos labriegos habían ideado un arma diabólica y letal, capaz de emitir una batería de cañonazos consecutivos. Tampoco los agricultores ribereños entendían muy bien qué ocurría, paralizados por el ruido -cuentan que se escuchó a una distancia de 7 leguas- y el torbellino de polvo que se levantó en el lugar del impacto, alrededor del que correteaba un gato. Una escena más propia del Medievo, de brujas y hechizos, que del siglo XIX.

El comandante de Aranda de Duero envió a Dorsenne, gobernador del Burgos de Bonaparte, 2 de los fragmentos recogidos por los labradores en la carretera entre la capital ribereña y Roa. Aunque este recogió en sus escritos el lugar del impacto como Berlanguillas, hoy nadie duda de que todo ocurrió en la actual Berlanga de Roa, entonces Berlangas.

El laureado general, cuyo nombre figura en el Arco del Triunfo parisino, donó al Museo del Jardín de Plantas de la capital gala uno de los 3 fragmentos caídos, de aproximadamente un kilogramo de peso. Apenas hacía 8 años que los meteoritos habían sido reconocidos como tales y el interés de los científicos franceses por ellos era enorme. «Su sensibilidad científica era mucho mayor que la española entonces, quizás también ahora», reconoce Jesús Martínez Frías, investigador del Centro de Astrobiología del Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (CSIC/INTA) y gran experto nacional en la materia.
El lado negativo de esta peculiar historia radica en que España perdió un extraordinario ejemplar de análisis, protegido por las leyes actuales de patrimonio. Positivamente, nos queda pensar que de otra manera probablemente se hubiese perdido.

El único meteorito caído en suelo español que se encuentra fuera de la península no se conserva solo en el Museo de Ciencias Naturales de París. También existe un fragmento, de menor tamaño, en la colección del Observatorio Astronómico del Vaticano, que por su diversidad está considerada una de las mejores del mundo.

Fuente: www.diariodeburgos.es

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