Muchos años después, trabajando como guarda de campo, Ruperto Martín contaría su historia con nostalgia y pasión, como si, en un suspiro, se trasladara a aquellos día de 1896, a la región de Camagüey, cuando era apenas un soldado imberbe que,
henchido de valor y de aventura, compartió tragos de ron y puros habanos con su capitán cada vez que los insurrectos atacaban con bombazos. Cuba, la última joya del decadente imperio español, se hallaba en pie de guerra. En la pequeña localidad de Cascorro se encontraba acuartelado el Regimiento de Infantería María Cristina nº 63 cuando el 22 de septiembre fue cercada por una tropa superior de soldados insurrectos. Ruperto Martín, natural de Barbadillo del Mercado, tenía apenas 20 años. Sólo unos meses antes había abandonado su pueblo y su país para alistarse como voluntario y combatir en la guerra que se había desencadenado en la colonia del Caribe. Salió del puerto de Santander a bordo del ‘Montevideo’ con otros 5.000 hombres rumbo a La Habana, desde donde le destinaron a la región de Camagüey, primero a Puerto Príncipe y después a Cascorro.
Hasta su muerte mantuvo una memoria intacta de aquellos días de fuego que pasaron a la posteridad gracias a la heroica resistencia de los asediados y al papel desempeñado por Eloy Gonzalo, a quien Madrid erigió una estatua en la plaza llamada de Cascorro precisamente como homenaje a aquella gesta. Durante días, los insurrectos mantuvieron a la guarnición atrincherada, friéndola a cañonazos. Durante varios días con sus noches resistieron el asedio. «Aguantamos a pie firme, sin comer y menos aún sin dormir. A los diez cañonazos preguntaba el capitán: ¿cuántos van? ¡Van diez! ¡Pues trago de ron!», le contó Ruperto Martín a la escritora María Cruz Ebro, que recogió el testimonio en su libro Memorias de una burgalesa.
El capitán se llamaba Francisco Neila y fue el responsable de una decisión que podía haber resultado fatal para los españoles sitiados: dado que los insurrectos eran mayoría, éstos les ofrecieron la rendición. Neila se negó. Entretanto, como le contó Martín a Ebro, el burgalés salvó la vida de milagro cuando estaba en su puesto de vigía: «A mí me salvó la Divina Providencia. Una noche estaba yo en el corredor de la casa cuando oí una voz que me decía: ¡Quítate de ahí! Me volví rápidamente y nada. Ni por detrás, ni a uno ni a otro lado había alma viviente. Ocupé de nuevo mi puesto y de nuevo volví a oír: ¡Quítate de ahí! Y así tres veces. Intrigado por aquellas misteriosas voces, abandoné el corredor y entré en la sala contigua. Una bala me pasó rozando y fue a estrellarse justo en el sitio que yo antes había ocupado...».
Al tercer día los insurrectos enviaron a un parlamentario con bandera blanca y un documento en el que se elogiaba la valentía de los sitiados a la vez que se les ofrecía la rendición. Neila, más chulo que un ocho, le dijo que ningún soldado español se rendiría, y le entregó un par de puros, uno para el emisario y el otro para su jefe. El alcalde de Cascorro, que hasta entonces había estado del lado español, se pasó al bando insurrecto, que convirtió la casa del regidor en una de las principales amenazas para los sitiados. Visto lo cual Neila pidió un voluntario que intentase acercarse a ese flanco y prenderlo fuego. Ruperto Martín fue uno de ellos. Pero no el único. A pesar de lo arriesgado de la misión, fueron varios los españoles que se postularon. La responsabilidad recayó en un madrileño, Eloy Gonzalo, que tenía más experiencia y veteranía que los otros.
Al alba del último día de septiembre, Eloy Gonzalo se dispuso a ejecutar el plan. Sólo pidió una cosa: que le ataran con una cuerda para, en caso de no regresar con vida, los suyos pudieran recuperar el cadáver. Sin embargo, el soldado español cumplió. Y lo hizo con creces: consiguió dar fuego a la casa, sorprendiendo a los sublevados, y regresó con vida a la guarnición. Exaltados por el éxito, ebrios de patriotismo, el grueso de los españoles lanzó un ataque que resultó incontenible y desmoralizador para los sitiadores, que decidieron abandonar Cascorro poco después, cuando en su auxilio llegó el general Adolfo Jiménez Castellanos con sus hombres.
La resistencia de Cascorro fue noticia de primera plana en todos los periódicos de España. También Diario de Burgos se hizo eco de ello. Especialmente de la Orden General del Ejército de La Habana, que rezaba así: «Una compañía del primer batallón del Regimiento María Cristina que guarnecía el poblado de Cascorro, se ha defendido durante trece día contra fuerzas insurrectas muy superiores, mandadas por los principales cabecillas de Oriente. Ni las 219 granadas que le dispararon ni la debilidad de los muros de sus tres fuertes, ni las repetidas intimidaciones de rendición, ni los cuatro muertos y once heridos que tuvieron, fueron bastante para conseguir que el ánimo de los defensores decayese un instante, seguro como estaban de que serían socorridos, como lo fueron, por las fuerzas del general Castellanos.
Tan brillante hecho me complace publicarlo en orden general para conocimiento de su ejército, y en nombre de S.M. la Reina Regente, felicito a los defensores de Cascorro, que serán recompensados cual merecen, porque han sabido con su valor demostrar que no en vano lleva su regimiento en nombre de tan Augusta Señora, poniendo una vez más de relieve las cualidades de este ejército de operaciones que se honra en mandar vuestro general. Valeriano Weyler».
Ruperto Martín y el resto de sus compañeros fueron condecorados con una medalla y les fue entregado un diploma emitido por el Casino Español de Puerto Príncipe. Ambos recuerdos fueron siempre motivo de orgullo del burgalés. Tras la guerra, Martín regresó a Burgos. En 1945 la ciudad le tributó un homenaje y por decreto fue reconocido como teniente del ejército español. Falleció en mayo de 1954.
Fuente:www.diariodeburgos.es
una de las cosas que me gustó de madrid y sevilla, cuando las visité, fue que hay mas monumentos a pintores y músicos que a guerreros. e increiblemente hay más estatuas a patriotas latinoamericanos que a patriotas espanoles. sin embargo está la estatua del héroe de cascorro.
ResponderEliminarEloy Gonzalo, el héroe de cascorro creía en su causa (justa o no)... él no era rey, ni político, (los q realmente se beneficiaban de esa guerra) él era solo un soldado más. por eso es bien válida esa estatua.
es una lastima que en Cuba, mi país, esta anecdota es practicamente desconocida. en los libros de historia de cuba sucede como los libros de muchos paises, solo se hablan de sus victorias, en este caso de los mambises (independetistas cubanos) y no se detallen sus derrotas (las cuales son parte de la historia también)
Todo cuanto dice mi coterraneo(a) anónima es cierto, y aplaudo su criterio. Me gustaría conocer otras anécdotas similares de la guerra de Cuba. Bye, Jaime
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