- Fuentes: El exilio republicano en Cuba. Jorge Domingo Cuadrillero. Editorial Siglo XXI. Cartas a un escultor. Indalecio Prieto. Editorial Planeta. Hemeroteca de ABC.
"Antonio Rexach y Fernández de Parga era un virtuoso aviador. Sus temerarias piruetas se hicieron famosas en la España de los años 20 y 30. Era un exhibicionista del aire, audaz y valiente. Pero no sólo hizo cabriolas a los mandos de un avión: por su carácter impetuoso, agresivo en ocasiones, toda su vida, hasta el final, fue un salto al vacío. Nació en la ciudad de Burgos en el año 1900, en el seno de una familia de tradición militar, carrera a la que él dio continuidad estudiando en varias academias militares hasta su ingreso en el cuerpo de Aviación, donde destacó por su pericia. Muy pronto sus hazañas lo convirtieron en un piloto afamado, que protagonizó no sin riesgo aventuras aéreas de toda índole, algunas de las cuales le costaron varios sustos y muchas heridas. Así le sucedió, por ejemplo, en junio de 1929, en La Coruña.
Siendo capitán a la sazón encargado de instalar en la ciudad una escuela de aviación, y con motivo de la celebración del Corpus, realizó a los mandos de un aparato una serie de vuelos extraordinarios, en uno de los cuales arrojó sobre la procesión varios ramos de flores. Tras la exhibición, con la ciudad boquiabierta y ya sobrevolando la bahía, unos problemas en el depósito de combustible obligaron al piloto burgalés a realizar un aterrizaje forzoso sobre el mar, del que resultó gravemente herido aunque salvara la vida.
Con la llegada de la República, y ya siendo comandante -máximo grado militar que alcanzó-, coqueteó Rexach con la política después de que el primer gobierno republicano le cesara de sus funciones como delegado gubernamental de la Compañía de Líneas Aéreas Subvencionadas S.A. (CLASSA) dentro de su plan de nacionalización de los servicios públicos aéreos. El piloto burgalés se presentó por el Partido Republicano Revolucionario en las elecciones a las Cortes Constituyentes de 1931 por la provincia de Sevilla. Durante la campaña se destacó como un orador vehemente, en ocasiones incendiario.
En uno de los mítines en los que participó días antes de los comicios, Rexach se dirigió así al público que abarrotaba el Salón Imperial de la capital sevillana: «He sido perseguido por Primo, por Berenguer y hoy me honro de haber sido destituido por este Gobierno de traidores. Esta República es una continuación de la Monarquía (...) Os ofrecemos nuestra experiencia, y os decimos que con nuestras vidas defenderemos la revolución, caiga quien caiga». No hubo suerte, y el piloto burgalés, desencantado, se centró en su carrera. En octubre de ese mismo año fue uno de los catorce aviadores que participaron en la Copa de España de Aviación.
Pese a que no tuvo sintonía con los sucesivos gobiernos republicanos, tras la sublevación militar de julio de 1936 fue de los pilotos leales que con mayor convicción defendió al gobierno legítimo, tomando parte en algunas de las acciones aéreas más importantes de los primeros meses de la guerra: bombardeó las localidades levantisca de África: aeródromo de Aumara, campamentos de la legión, cuarteles de Tetuán y Ceuta... Y, sobre todo, se destacó en la liberación del Cuartel de la Montaña, en el cerro de Príncipe Pío de Madrid, donde se habían acantonado militares y falangistas sublevados. Primero dejó caer octavillas en las que se instaba a los rebeldes a la rendición.
Como se viera que éstos no accedían, la siguiente pasada rasante, bien que peligrosa para la integridad del aparato, dejó en el interior del cuartel dos emisarios diferentes: sendas bombas que permitieron el asalto del recinto por los guardias republicanos que lo acechaban.
Considerado nuevamente por el gobierno de la República por sus acciones bélicas, Antonio Rexach empezó a frecuentar el Ministerio de la Guerra, adonde entraba como Pedro por su casa. Ya en 1937, convenció al ministro del ramo, Francisco Largo Caballero, de la necesidad de adquirir nuevos aviones que reforzaran la flota republicana. Y se postuló, dados sus conocimientos, para gestionar la compra en Francia. Largo accedió, y según cuenta Indalecio Prieto, entonces presidente del Gobierno, en su libro Cartas a un escultor, fueron 25 millones de francos la cantidad que se le entregó a Rexach para esta operación. El comandante burgalés viajó hasta París. Y si te he visto, no me acuerdo.
Desapareció con el botín. Y ya no hubo noticias del burgalés hasta meses después, ya en 1938. Rexach se había instalado en La Habana, donde abrió una tienda de de moda femenina. Consiguió sortear las denuncias de desfalco y traición que tanto los responsables de la Embajada de España en Cuba como algunos exiliados vertieron sobre él, pero su carácter violento y -ya sin duda- falto de escrúpulos le permitió salir indemne. Sin embargo, se vio envuelto en un asunto turbio que acabó en tiroteo y por el que resultó muerto un agente de la policía. Fue detenido y encarcelado. Pero sólo dos años después, en 1940, el Tribunal Supremo de Justicia lo absolvió de la acusación de homicidio imperfecto por considerar que había actuado en legítima defensa. Durante su presidio, y para limpiar su nombre y posiblemente congraciarse con los vencedores de la contienda española pensando, tal vez, en un regreso a la madre patria, escribió un libro titulado Lo que yo sé de la Guerra Civil, en el que vertió críticas contra los responsables políticos de la República pasando de puntillas por sus otrora adversarios.
La experiencia carcelaria podría haberle apaciguado el carácter bronco y malencarado, pero no fue así. En noviembre 1944, en otra turbia reyerta fue herido a balazos. Una vez más, salvó la vida. Pero, rodeado como estaba de enemigos, abandonó la isla. Se instaló durante un tiempo en el estado norteamericano de California, donde se casó y pudo desplegar nuevamente su pericia al mando de aviones, si bien en esta ocasión no con fines lúdicos ni bélicos, sino estrictamente comerciales: contrabandeó todo tipo de mercancías con México. Precisamente acabó instalándose en esta país, donde terminaría sus días. Y no de cualquier manera.
Instalado en la capital mexicana, Antonio Rexach convivió con varios refugiados españoles de toda condición e ideología: anarquistas, comunistas, socialistas, poumistas... Con todos mantuvo siempre una actitud altiva e insolente, especialmente con un miembro de la Federación Anarquista Internacional llamado Juan Duarte Camacho. Las discusiones entre ambos se subían habitualmente de tono. Y aunque la agresividad del burgalés era bien sabida, sólo el Duarte, como le conocían todos los españoles, le desafiaba con frecuencia. Más tarde se sabría el porqué: el anarquista había reconocido al ex piloto, sobre quien pesaba la acusación de haber desertado en plena guerra llevándose consigo una importante suma de dinero.
El 29 de septiembre de 1955, a las dos de la tarde, en la calle López de la capital mexicana, frente al hotel Toledo, el Duarte consumó su venganza. Harto de las amenazas del otro, de su altanería y ferocidad, en el fragor de la enésima discusión le disparó seis tiros a bocajarro. El burgalés murió en el acto. El homicida se entregó a la policía y, en su confesión, lo contó todo. Los ecos del suceso llegaron hasta España. El olvido que se cebó sobre todos los exiliados sepultó también sus nombres, al cabo una pequeña pieza más del mayúsculo puzle de la historia. El aviador que tantas piruetas dibujara en el aire se estrelló contra el suelo de su destino. Haciéndose añicos."
Fuente: www.diariodeburgos.es
Tenia descendientes?
ResponderEliminarTuvo descendencia
ResponderEliminarTuvo descendientes?
ResponderEliminar