viernes, 28 de julio de 2023

-Lavadero del río Arlanzón, la segunda excavación de Atapuerca.

 Fuente: https://www.elcorreodeburgos.com/

 

Todo el sedimento que acompaña a fósiles tan señeros como la caja de herramientas de Pink en Elefante, o los cinco pequeños trozos del cráneo de antecessor y hasta la pequeña falange del dedo del pie que han sido protagonistas de portada este año, se revisa. Si algo se escapa al ojo del avezado arqueólogo que está en la cuadrícula del yacimientos, no pasa nada. 

 

Está el equipo del Lavadero del Río Arlanzón, un grupo de 13 personas coordinadas por el grupo de microvertebrados de la Universidad de Zaragoza y del Iphes. «Aquí se estudia todo el relleno integral del yacimiento y todo lo que no sea microfauna se lo pasamos a los especialistas de huesos, de fauna o de lítica», explica el investigador del Instituto de Paleoecología Humana y Evolución Social (IPHES) de Tarragona, Juan Manuel López García. Los pequeños se quedan en el equipo de microvertebrados.

 Es una reexcavación de cada rincón abierto en Atapuerca. En toda la campaña se han lavado unas 25 toneladas de sedimento donde a restos de otras especialidades hay que sumarse los pequeñines de la casa. Los microvertebrados. «Este año se han encontrado todo tipo de pequeños vertebrados desde aves, anfibios, reptiles, musarañas, topos, erizos, murciélagos o roedores», señalan.

 Los ‘peques’ de Atapuerca son importantes por dos razones: ponen fecha a los yacimientos y hablan del clima de ese momento. «Al tener unos rangos evolutivos cortos te permite acotar cronológicamente los niveles en función de los bichos que salen», explica López García. También son claves para definir el entorno en el que los ‘protas’ de Atapuerca (antecessor, Miguelón y su tribu o Pink) tenían que sobrevivir.

 En el Lavadero del Río Arlanzón se depositan los sedimentos en cubos con agua. Se ablandan para recuperar microfauna que ayude a datar y definir el clima de cada época. SANTI OTERO

«Son muy útiles para hacer reconstrucciones del pasado ambientales y climáticas, porque hay muchas especies que cambian muy rápidamente precisamente porque son pequeñas, tienen unos requerimientos ambientales y climáticos muy concretos, y cambian durante los diferentes periodos de evolución climática y ambiental y nos ayudan a reconstruir ese clima», explica.

Todo arranca en una explanada bajo una carpa donde el suelo está lleno de cuadros dibujados con chinchetas y cuerdas. Cada cuadrado recrea una cuadricula de la superficie que se excava en cada uno de los yacimientos abiertos. Esto permite mantener la cadena de custodia del material que se identifica con un yacimiento, un nivel y una cuadrícula determinada. Es como un código de barras que coincide con el de los fósiles más grandes.

Cada bolsa de sedimento se dispone en cubos de plástico, agrupados por yacimientos, con su correspondiente etiqueta de identificación. Aquí, los más expertos del lavadero, ya no miran la etiqueta. El color del sedimento identifica el yacimiento. Dolina, es «mucho más arcillada, es como tierra muy fina se lava muy bien»; los niveles de Galería presentan «más grava, tienen mucha piedra lo lavas y quedan muchas gravas»; y Elefante, lo más antiguo de Atapuerca, «son arcillas más plástica, compactada, como el barro, y se queda todo muy enganchado porque está muy húmedo, es más difícil de lavar»; aunque para encontrar arcilla para elaborar una pieza de cerámica hay que bajar a la Sima de los Huesos donde el trabajo es mayúsculo dado que, por la humedad, los fósiles están envueltos en arcilla.

Para estas arenas más compactadas, el equipo dispone las muestras a remojo. Aquí están unas horas antes de someterse a la sentencia de las aguas del río Arlanzón que separará la piedra y el barro de los fósiles. «Tenemos diferentes mallas de tamices, son tres, el superior, que son 10 milímetros, que lo usamos sobre todo si se ha colado alguna piedra grande, y luego tenemos dos tamices, uno mediano y uno más fino, que son los diferentes grosores para localizar los huesos de microfauna»., explica el investigador del Iphes.

Estos pequeños restos, con los granos de arena que han superado la sentencia de las aguas del Arlanzón, se dejan reposar. Cuando el material esta seco, se inicia la exploración con pinzas , mucho ojo y toneladas de paciencia.

Este año, por ejemplo, la microfauna ha confirmado las sospechas sobre el yacimiento de Penal, el nuevo abierto este año. Los arqueólogos consideran que es coetáneo, la continuidad de los niveles bajos de Gran Dolina, donde han vuelto a aparecer restos de Homo antecessor 20 años después. Para describir la especie hay que mirar a un pequeño roedor, el Mimomys savini que fue clave para defender la antigüedad de los primeros restos de antecessor hace 30 años. 

Pues este pequeño ratoncito está presente en los niveles superficiales de Penal. El Estrato Aurora y la parte superior de Penal también coinciden en otros pequeños habitantes: Allophaiomys chalinei, Microtus arvalidens o Microtus huescarensis.

El grupo del lavadero del río Arlanzón está compuesto por expertos en microfauna, aves o incluso huevos cuyo cascarón ha aparecido en algunos momentos, o restos de caparazón de tortuga y hasta uñas del pie. Un ejemplo de que nada se escapa en Atapuerca.

A este proceso de lavado por chorros de agua se le añaden otros procesos que, siguiendo la misma dinámica de limpieza del sedimento, apuestan por otros mecanismos para extraer otras minúsculas piezas. En la presentación de resultados de campaña sorprendieron las semillas de cereal de 7.300 años extraídas en Portalón de Cueva Mayor. Son iguales que las semillas de cereal que hoy siembran los agricultores de Ibeas de Juarros. Solo que las antiguas están quemadas. 

¿Cómo se logran recuperar estos restos tan pequeños? Pues tiene que ver con el sistema de limpieza del sedimento arqueológico por flotación. Las maderas y semillas carbonizadas flotan. Es la única manera de recuperarlas. «Nos dan por un lado una idea del uso de los recursos forestales, de los carbones que se estaban quemando y las semillas que se estaban consumiendo», añade Saúl Manzano de la Universidad de León. Semillas, pequeñas esquirlas, hoces minúsculas, húmeros y mandíbulas de milímetros, nada se escapa a la segunda excavación de Atapuerca en el río Arlanzón.

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