Carlos Hernández publica la más completa obra sobre uno de los más cruentos sistemas represivos del franquismo. Por los cinco campos de concentración de la provincia pasaron miles de prisioneros
Prisioneros en el campo de concentración de San Pedro Cardeña. - Foto: DB
El libro lo abre una cita escalofriante, atribuida a un prisionero de los campos de concentr
ación alicantinos de Los Almendros y Albatera: Pronto envidiaremos a los muertos. El periodista y escritor Carlos Hernández de Miguel ha firmado la que es, hasta la fecha, obra más completa sobre uno de los capítulos más siniestros de la dictadura: en Los campos de concentración de Franco. Sometimientos, torturas y muerte tras las alambradas (Ediciones B) su autor indaga con toda crudeza en la terrible realidad de aquel eficaz sistema represivo.En cerca de 300 campos, repartidos por toda la geografía española pasaron, según la investigación del autor, pasaron entre 700.000 y un millón de prisioneros.
«El número de víctimas supera con creces los 10.000 y el de indirectas es incalculable si tenemos en cuenta que los campos fueron lugar de tránsito para miles y miles de hombres y mujeres que acabarían frente a pelotones de fusilamiento o en cárceles que, especialmente en los primeros años de la dictadura, fueron verdaderos centros de exterminio. En los campos de concentración franquistas no hubo cámaras de gas, pero se practicó el exterminio y se explotó a los cautivos como trabajadores esclavos. En España no hubo un genocidio judío o gitano, pero sí hubo un verdadero holocausto ideológico, una solución final contra quienes pensaban de forma diferente».
De esos alrededor de 300 campos, cinco se ubicaron en la provincia de Burgos. Y no fueron unos recintos cualquiera: el de Miranda de Ebro fue uno de los más grandes y longevos (por sus alambradas llegaron a pasar más de 100.000 prisioneros entre 1937 y 1947); el que se ubicó en el monasterio de San Pedro de Cardeña se distinguió por acoger a brigadistas internacionales y porque sirvió de laboratorio para experimentos delirantes como el que dirigió el doctor Vallejo-Nágera, quien utilizó a los prisioneros como cobayas para sostener teorías como la de la existencia de un «gen rojo». Acerca de ambos campos (Miranda y Cardeña) ofrece Carlos Hernández de Miguel información suficiente para saber a carta cabal cuanto sucedió en ambos recintos. «Aparte de ser tratados como monos de feria y como moneda de cambio, los brigadistas fueron obligados a jugar un papel todavía más perverso. Antonio Vallejo-Nágera decidió utilizarlos como conejillos de Indias para intentar demostrar sus teorías supuestamente científicas (...) No hizo sino dar una justificación ‘científica’ al exterminio que ejecutaría el franquismo: Necesitamos emprender una denodada lucha higiénica contra los gérmenes morbosos que carcomen la raza hispana para conducirla a la más abyecta de las degeneraciones...).
A lo largo de la obra, su autor desmenuza la cotidianidad de cama campo. Y habla de las torturas cotidianas, del frío, del hambre... Respecto del campo de Miranda, recoge la experiencia de Félix Padín, superviviente de este centro: Era uno de esos días de invierno en que la temperatura se ponía unos cuantos grados por debajo de cero. Un compañero desesperado había intentado escapar, pero lo detuvieron. Por la tarde lo ataron por las manos al mástil de la bandera y lo dejaron así de noche. Nosotros no dormimos pensando en él y en el frío que estaría pasando. A la mañana siguiente nos levantaron para cantar junto a la bandera.El pobre hombre había muerto congelado y su cuerpo estaba rígido, sujeto al palo, en una posición como si estuviese un poco agachado. Habíamos entendido la lección y cantamos como si no pasara nada...
Los campos de concentración de Franco también abunda en el de Aranda, que fue de larga duración. Ubicado en la estación de tren y en el terreno anexo, fue ampliado y llegó a tener capacidad para 4.000 prisioneros. Operó entre julio de 1937 y noviembre de 1939. También de larga duración fue el de Lerma, que se ubicó en el Palacio Ducal y en la Granja del Carmen. Aunque no en exclusiva, estuvo destinado principalmente a prisioneros considerados ‘inútiles’.Siendo su capacidad máxima de 500 hombres, llegó a doblar esa cifra. Operó entre julio de 1937 y noviembre de 1939. Por último, recoge la existencia en Burgos capital de un campo estable pero de ubicación desconocida. Señala el autor del libro que fue un recinto con más de 600 prisioneros que estaban a disposición de la Jefatura de la Inspección de Campos de Concentración de Prisioneros y que operó, al menos, entre marzo de 1939 y febrero de 1940.
El libro lo abre una cita escalofriante, atribuida a un prisionero de los campos de concentr
ación alicantinos de Los Almendros y Albatera: Pronto envidiaremos a los muertos. El periodista y escritor Carlos Hernández de Miguel ha firmado la que es, hasta la fecha, obra más completa sobre uno de los capítulos más siniestros de la dictadura: en Los campos de concentración de Franco. Sometimientos, torturas y muerte tras las alambradas (Ediciones B) su autor indaga con toda crudeza en la terrible realidad de aquel eficaz sistema represivo.En cerca de 300 campos, repartidos por toda la geografía española pasaron, según la investigación del autor, pasaron entre 700.000 y un millón de prisioneros.
«El número de víctimas supera con creces los 10.000 y el de indirectas es incalculable si tenemos en cuenta que los campos fueron lugar de tránsito para miles y miles de hombres y mujeres que acabarían frente a pelotones de fusilamiento o en cárceles que, especialmente en los primeros años de la dictadura, fueron verdaderos centros de exterminio. En los campos de concentración franquistas no hubo cámaras de gas, pero se practicó el exterminio y se explotó a los cautivos como trabajadores esclavos. En España no hubo un genocidio judío o gitano, pero sí hubo un verdadero holocausto ideológico, una solución final contra quienes pensaban de forma diferente».
De esos alrededor de 300 campos, cinco se ubicaron en la provincia de Burgos. Y no fueron unos recintos cualquiera: el de Miranda de Ebro fue uno de los más grandes y longevos (por sus alambradas llegaron a pasar más de 100.000 prisioneros entre 1937 y 1947); el que se ubicó en el monasterio de San Pedro de Cardeña se distinguió por acoger a brigadistas internacionales y porque sirvió de laboratorio para experimentos delirantes como el que dirigió el doctor Vallejo-Nágera, quien utilizó a los prisioneros como cobayas para sostener teorías como la de la existencia de un «gen rojo». Acerca de ambos campos (Miranda y Cardeña) ofrece Carlos Hernández de Miguel información suficiente para saber a carta cabal cuanto sucedió en ambos recintos. «Aparte de ser tratados como monos de feria y como moneda de cambio, los brigadistas fueron obligados a jugar un papel todavía más perverso. Antonio Vallejo-Nágera decidió utilizarlos como conejillos de Indias para intentar demostrar sus teorías supuestamente científicas (...) No hizo sino dar una justificación ‘científica’ al exterminio que ejecutaría el franquismo: Necesitamos emprender una denodada lucha higiénica contra los gérmenes morbosos que carcomen la raza hispana para conducirla a la más abyecta de las degeneraciones...).
A lo largo de la obra, su autor desmenuza la cotidianidad de cama campo. Y habla de las torturas cotidianas, del frío, del hambre... Respecto del campo de Miranda, recoge la experiencia de Félix Padín, superviviente de este centro: Era uno de esos días de invierno en que la temperatura se ponía unos cuantos grados por debajo de cero. Un compañero desesperado había intentado escapar, pero lo detuvieron. Por la tarde lo ataron por las manos al mástil de la bandera y lo dejaron así de noche. Nosotros no dormimos pensando en él y en el frío que estaría pasando. A la mañana siguiente nos levantaron para cantar junto a la bandera.El pobre hombre había muerto congelado y su cuerpo estaba rígido, sujeto al palo, en una posición como si estuviese un poco agachado. Habíamos entendido la lección y cantamos como si no pasara nada...
Los campos de concentración de Franco también abunda en el de Aranda, que fue de larga duración. Ubicado en la estación de tren y en el terreno anexo, fue ampliado y llegó a tener capacidad para 4.000 prisioneros. Operó entre julio de 1937 y noviembre de 1939. También de larga duración fue el de Lerma, que se ubicó en el Palacio Ducal y en la Granja del Carmen. Aunque no en exclusiva, estuvo destinado principalmente a prisioneros considerados ‘inútiles’.Siendo su capacidad máxima de 500 hombres, llegó a doblar esa cifra. Operó entre julio de 1937 y noviembre de 1939. Por último, recoge la existencia en Burgos capital de un campo estable pero de ubicación desconocida. Señala el autor del libro que fue un recinto con más de 600 prisioneros que estaban a disposición de la Jefatura de la Inspección de Campos de Concentración de Prisioneros y que operó, al menos, entre marzo de 1939 y febrero de 1940.
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