martes, 11 de diciembre de 2007

-Oña.


Situada a los pies de la Sierra de Oña y en la misma entrada del desfiladero del río Oca, Oña
se enmarca en uno de los paisajes más bellos de toda la provincia burgalesa.
La villa ofrece una historia larga y fecunda. Los hombres del paleolítico habitaron hace 15.000 años las cuevas que se ocultan entre los pliegues de los escarpados montes que rodean a Oña.
La huella de su presencia la dejaron en grutas como las de la Blanca, el Caballón o Penches. Destacan los grabados rupestres de cinco cabras en la cueva de Penches, una de ellas cromatizada. En la cueva del Caballón se encontraron restos humanos fosilizados y un bastón de mando realizado con un cuerno de herbívoro, en el que aparece una cabeza de cabra grabada. De este objeto, única muestra del arte mueble paleolítico en Burgos, sólo se conserva un dibujo, ya que el bastón ha desaparecido.

Los autrigones, de filiación celta, se asentaron en estas tierras durante las invasiones del siglo V, y de la lengua que hablaban surgió, según las investigaciones más recientes, el topónimo Oña, que derivaría de la forma céltica reconstruida *ONNA, que significaba ‘fresno’, un árbol que se da en las zonas frescas y regadas por ríos, manantiales y arroyos, como es el caso.
Los romanos no dejaron rastro en Oña y muy poco en los alrededores. Lo mismo cabe decir de los árabes, de los que sí se sabe, por una crónica de Ibn Hayyam, que las tropas de Abderramán III arrasaron en el año 934 “la fortaleza de Oña, su llano y su monasterio”.

La aparición en la historia de este lugar se produjo en el siglo IX, cuando se convirtió en paso estratégico para las gentes refugiadas en el norte.
Pero la primera noticia de la existencia de Oña en un documento no aparece hasta el año 967. En el manuscrito se habla de su alfoz, lo que implica que existía un castillo o fortaleza. Estos distritos territoriales se convertirían en la base de la articulación del Condado de Castilla.
Es en este contexto en el que, en el año 1011, el nieto de Fernán González, el conde Sancho García, funda el monasterio de Oña para que en él profesara su hija Trigidia.
El esplendor del cenobio llegaría enseguida bajo el reinado de Sancho III el Mayor, que introdujo la reforma cluniacense y colocó a San Íñigo de Abad. El monarca navarro y Sancho II de Castilla están enterrados en el panteón de Oña.

Durante casi toda la Edad Media la abadía benedictina de Oña es una de las más importantes de Castilla. Sus privilegios fueron tales que incluso fue declarado autónomo del poder real. Uno de los momentos más oscuros de su historia sucedió durante toda la segunda mitad del siglo XV, cuando la Congregación benedictina de Valladolid, ayudada por el Condestable de Castilla y el obispo de Burgos, intentó y consiguió hacerse con el mando del convento oniense. Se recurrió incluso al poder de las armas. Roma falló finalmente a favor de Oña por ser un convento exento de jurisdicción y sujeto en lo espiritual sólo al Papa.
El poder del abad de Oña era enorme y su dominio se extendía incluso hasta el mar Cantábrico. La villa de Oña y sus gentes vivieron siempre a su sombra, sin desarrollar una auténtica autonomía municipal, civil y económica.

A partir del siglo XVIII la abadía comienza a languidecer y desaparece como tal con la exclaustración de 1835. Pero los habitantes de Oña se quedaron poco tiempo libres de la tutela eclesiástica, ya que en 1880 la Compañía de Jesús instaló en el viejo monasterio sus facultades de teología y filosofía. Los jesuitas fueron expulsados del convento durante la República, pero regresaron después de la Guerra Civil, periodo en el que el monasterio quedó convertido en un hospital militar al servicio de los heridos del bando nacional. Los jesuitas marcaron la vida del pueblo hasta 1967, fecha en la que vendieron el edificio a la Diputación de Burgos, que tomó el relevo e instaló un hospital psiquiátrico que todavía funciona.


Además del monasterio de San Salvador, en Oña se pueden visitar otros monumentos. Lo
más interesante se concentra en la plaza del Ayuntamiento o en sus inmediaciones. Allí encontramos la iglesia de San Juan, cuya construcción primitiva es románica, a pesar de que su fachada gótica nos sitúe en el siglo XIII. Posee planta en forma de “T”. El retablo barroco que la presidía se colocó en la sacristía y, en su lugar, se puso un calvario medieval traído de la cercana localidad de Tamayo. En la torre de la Iglesia está instalado un pequeño Museo.
El Ayuntamiento es un edificio de dos plantas de construcción moderna. En el centro, labrado en piedra, figura el escudo de Oña, en cuya parte superior aparece un águila sobre un risco con las alas extendidas y una cabra con las patas delanteras alzadas. En la inferior se representa al águila atacando con el pico el lomo de la cabra.
Del Ayuntamiento arranca la calle más típica y más antigua de Oña, la calle Barruso. Es estrecha, con el desfiladero de La Horadada como fondo. La villa conserva también una serie de edificios blasonados, entre los que sobresalen las casas de las familias Alonso de Prado y Díaz del Castillo y el palacio del obispo González Manso. Al final de esta calle se encuentra el Centro de Interpretación del Medievo.
Desde Oña podemos adentrarnos en el desfiladero del Oca, hacia su desembocadura en el río Ebro. Una cuidada senda peatonal, que comienza en la villa, invita a recorrer la angosta y profunda garganta que permite disfrutar de los encantos que atesoran la Sierra de Oña y las primeras estribaciones de la Sierra de La Llana.
Durante el mes de agosto tiene lugar la representación de “El Cronicón de Oña”, en el que personas del pueblo escenifican, cada año por las calles y en el interior de la vieja iglesia monacal de San Salvador, buena parte del pasado medieval de la villa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario