lunes, 17 de junio de 2013

-El viaje eterno del Cid Campeador.

Rodrigo Díaz de Vivar murió en 1099 en Valencia. Cuenta la leyenda que el Cid pidió que no se vistiera luto, que se le engalanara para la última batalla, ya muerto. Y dicen que ganó. No sabía el valeroso caballero que sus restos no descansarían en paz ni en el siglo XXI.

El expolio de los fósiles de un personaje «tan relevante para la ciudad y para el país fue lo primero que se me ocurrió para mi trabajo de investigación en Bachillerato Internacional y empecé a seguir la pista» reflexiona Leyre Barriocanal. La ahora estudiante de Comunicación Audiovisual en la UBU implicó en el proyecto a su madre, Ana Fernández, profesora de Francés en la Escuela de Idiomas.

Los textos están en francés, la nacionalidad de la mayor parte de los expoliadores. Con más o menos fortuna, con algún que otro viaje, los restos del Cid y Jimena permanecieron íntegros hasta la invasión francesa. Tras perder la batalla de Gamonal en 1808, la ciudad fue saqueada por las tropas napoleónicas, sus tumbas abiertas, sus edificios asaltados... La guerra alimenta la guerra decía Napoleón que no pagaba a sus tropas más que con el botín de los sitios conquistados. Según las referencias escritas que recogen las autoras de Los huesos del Cid y Jimena. Expolios y destierros, editado por la Diputación Provincial de Burgos, ni la presencia del propio Napoleón en el Palacio Arzobispal de Burgos redimía a los soldados saqueadores en una ciudad atestada de suciedad y cadáveres. El nombramiento de Darmagnac como gobernador de Burgos no ayudó. «Era un hombre corrupto, cruel, se apropió de la Cartuja y sacó todo lo que quiso. A su muerte, los herederos subastaron las obras de arte pero no sólo se llevaron cuadros y joyas», resume Ana Fernández.

Como dos detectives, con el ratón del ordenador como lupa y el teléfono como hilo de comunicación, las dos autoras han identificado hasta a diez expoliadores de los restos del Cid y Jimena y han identificado los lugares donde las referencias escritas los ubican logrando imágenes que los museos y espacios en los que se albergan les han enviado. La lista empieza con Soult que toma cabellos del Cid que no están localizados; Pierre Durand que toma trozos de ambos cráneos no localizados; Salm-Dyck se apropia de una mandíbula inferior, sin un diente, cráneo de parte de la oreja, esternón y fémur de Jimena que se localizaron en Sigmaeringen (Alemania) y volvieron a Burgos a finales del siglo XIX tras el descubrimiento y mediación del historiador y periodista Francisco María Tubino. Otro viaje, ya en el siglo XX, de Camilo José Cela a Francia permite a España recuperar el occiput, parte trasera del cráneo, recogida por Delamardell. Tiene una inscripción en el propio hueso como prueba de su autenticidad y ahora mismo se encuentra en la sala de directores de la Real Academia Española de la Lengua.

Existen fuentes escritas del robo del fémur de Jimena y de los cráneos de ambos nobles por parte de Girardin y Denné.  Un botín de estas características no pasó desapercibido para el barón Dominique Vivant-Denon que era un experto en arte y recorría los países conquistados por Napoleón. Es a «quién hoy se le debe la riqueza de un museo como el del Louvre», resume Ana Fernández. Su saqueo fue inmortalizado en un cuadro de Benjamin Zix que se reproduce en la portada del libro. Las autoras siguen la pista de los huesos hasta Polonia, Cracovia o Rusia. «Nos hemos dado cuenta con este trabajo, después de revisar más de un centenar de referencias, que el Cid era un personaje conocido en toda Europa en el siglo XIX y, por tanto, sus restos, que estuvieron abiertos durante tres meses, un botín para los soldados franceses», reconoce Leyre Barriocanal. También se recoge en el libro el interés de otro gobernador francés, Thièbault, por encumbrar la figura. Tanto así que agrupó los restos, cerró la tumba la trasladó al Espolón donde estuvieron en una especie de sarcófago que se instaló en la zona de Cuatro Reyes. Cuando las autoridades burgalesas lo retiraron se dispuso un acta donde estaban los esqueletos completos. «No puede ser que estuvieran completos porque se sabe que los cráneos se los llevaron, que el esternón y el fémur de Jimena volvieron gracias a Alfonso XII y se han recuperado más cosas, otras no se sabe ni donde están, por tanto allí no pueden estar los esqueletos completos como se recoge en el acta con el que se cierra la etapa en Espolón», resumen.

El viaje de los restos no cesó. Como recogen en su libro volvió a Cardeña, pasó por el Ayuntamiento donde se abría la tumba a las visitas, y posteriormente se depositaron lo que quedaba de los restos en la Catedral.

Un viaje apasionante y escrupulosamente documentado que han seguido madre e hija «hasta donde se nos han agotado las fuentes. Ahora solo queda recoger testimonios. Como aquél arrepentido que depositó restos que tenía en su poder en el confesionario de la iglesia de San Cosme y San Damián», reflexiona Ana Fernández. Ellas siguen dispuestas a seguir la pista del destino de los huesos del Cid.

Fuente: www.elcorreodeburgos.com

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