Rodrigo Díaz de Vivar murió en 1099 en Valencia. Cuenta la leyenda que
el Cid pidió que no se vistiera luto, que se le engalanara para la
última batalla, ya muerto. Y dicen que ganó. No sabía el valeroso
caballero que sus restos no descansarían en paz ni en el siglo XXI.
El
expolio de los fósiles de un personaje «tan relevante para la ciudad y
para el país fue lo primero que se me ocurrió para mi trabajo de
investigación en Bachillerato Internacional y empecé a seguir la pista»
reflexiona Leyre Barriocanal. La ahora estudiante de Comunicación
Audiovisual en la UBU implicó en el proyecto a su madre, Ana Fernández,
profesora de Francés en la Escuela de Idiomas.
Los textos están
en francés, la nacionalidad de la mayor parte de los expoliadores. Con
más o menos fortuna, con algún que otro viaje, los restos del Cid y
Jimena permanecieron íntegros hasta la invasión francesa. Tras perder la
batalla de Gamonal en 1808, la ciudad fue saqueada por las tropas
napoleónicas, sus tumbas abiertas, sus edificios asaltados... La guerra
alimenta la guerra decía Napoleón que no pagaba a sus tropas más que con
el botín de los sitios conquistados. Según las referencias escritas que
recogen las autoras de Los huesos del Cid y Jimena. Expolios y
destierros, editado por la Diputación Provincial de Burgos, ni la
presencia del propio Napoleón en el Palacio Arzobispal de Burgos redimía
a los soldados saqueadores en una ciudad atestada de suciedad y
cadáveres. El nombramiento de Darmagnac como gobernador de Burgos no
ayudó. «Era un hombre corrupto, cruel, se apropió de la Cartuja y sacó
todo lo que quiso. A su muerte, los herederos subastaron las obras de
arte pero no sólo se llevaron cuadros y joyas», resume Ana Fernández.
Como
dos detectives, con el ratón del ordenador como lupa y el teléfono como
hilo de comunicación, las dos autoras han identificado hasta a diez
expoliadores de los restos del Cid y Jimena y han identificado los
lugares donde las referencias escritas los ubican logrando imágenes que
los museos y espacios en los que se albergan les han enviado. La lista
empieza con Soult que toma cabellos del Cid que no están localizados;
Pierre Durand que toma trozos de ambos cráneos no localizados; Salm-Dyck
se apropia de una mandíbula inferior, sin un diente, cráneo de parte de
la oreja, esternón y fémur de Jimena que se localizaron en Sigmaeringen
(Alemania) y volvieron a Burgos a finales del siglo XIX tras el
descubrimiento y mediación del historiador y periodista Francisco María
Tubino. Otro viaje, ya en el siglo XX, de Camilo José Cela a Francia
permite a España recuperar el occiput, parte trasera del cráneo,
recogida por Delamardell. Tiene una inscripción en el propio hueso como
prueba de su autenticidad y ahora mismo se encuentra en la sala de
directores de la Real Academia Española de la Lengua.
Existen
fuentes escritas del robo del fémur de Jimena y de los cráneos de ambos
nobles por parte de Girardin y Denné. Un botín de estas características
no pasó desapercibido para el barón Dominique Vivant-Denon que era un
experto en arte y recorría los países conquistados por Napoleón. Es a
«quién hoy se le debe la riqueza de un museo como el del Louvre», resume
Ana Fernández. Su saqueo fue inmortalizado en un cuadro de Benjamin Zix
que se reproduce en la portada del libro. Las autoras siguen la pista
de los huesos hasta Polonia, Cracovia o Rusia. «Nos hemos dado cuenta
con este trabajo, después de revisar más de un centenar de referencias,
que el Cid era un personaje conocido en toda Europa en el siglo XIX y,
por tanto, sus restos, que estuvieron abiertos durante tres meses, un
botín para los soldados franceses», reconoce Leyre Barriocanal. También
se recoge en el libro el interés de otro gobernador francés, Thièbault,
por encumbrar la figura. Tanto así que agrupó los restos, cerró la tumba
la trasladó al Espolón donde estuvieron en una especie de sarcófago que
se instaló en la zona de Cuatro Reyes. Cuando las autoridades
burgalesas lo retiraron se dispuso un acta donde estaban los esqueletos
completos. «No puede ser que estuvieran completos porque se sabe que los
cráneos se los llevaron, que el esternón y el fémur de Jimena volvieron
gracias a Alfonso XII y se han recuperado más cosas, otras no se sabe
ni donde están, por tanto allí no pueden estar los esqueletos completos
como se recoge en el acta con el que se cierra la etapa en Espolón»,
resumen.
El viaje de los restos no cesó. Como recogen en su
libro volvió a Cardeña, pasó por el Ayuntamiento donde se abría la tumba
a las visitas, y posteriormente se depositaron lo que quedaba de los
restos en la Catedral.
Un viaje apasionante y escrupulosamente
documentado que han seguido madre e hija «hasta donde se nos han agotado
las fuentes. Ahora solo queda recoger testimonios. Como aquél
arrepentido que depositó restos que tenía en su poder en el
confesionario de la iglesia de San Cosme y San Damián», reflexiona Ana
Fernández. Ellas siguen dispuestas a seguir la pista del destino de los
huesos del Cid.
Fuente: www.elcorreodeburgos.com
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