domingo, 6 de septiembre de 2009

-El tesoro del Castillo

El reciente rechazo de la Dirección General de Patrimonio al proyecto de construcción de un aparcamiento subterráneo en una de las laderas del Castillo está argumentada en los restos arqueológicos que descansan bajo las mismas. La fortaleza -o, mejor dicho-, los restos que quedaron tras la voladura criminal que perpetraron los franceses durante la Guerra de Independencia y que fueron rehabilitados hace unos años no difieren demasiado de otros fortines medievales. Sin embargo, la vieja barbacana burgalesa destaca por su impresionante entramado subterráneo, una red de extensas galerías excavadas en la tierra que siguen siendo hoy un laberinto que subyuga a investigadores y curiosos. Los enigmas en torno a las razones por las que existen tantas cavidades no han sido despejados del todo, o al menos no existe una teoría que satisfaga completamente a los estudiosos.

Si en sus más de mil años de historia hubo una persona que trató de desentrañar éste y otros misterios fue Leopoldo Centeno Jiménez-Peña, general de la Guardia Civil, quien durante casi un cuarto de siglo recorrió sus entrañas obsesionado con la existencia de un tesoro que, aseguraba, en su precipitada huida no pudieron llevar consigo los franceses. Nacido en Sevilla en 1861, el General Centeno se convirtió en un popular personaje de la sociedad burgalesa a partir de 1925, año en el que por primera vez solicitó al Ayuntamiento de Burgos los permisos pertinentes para perforar en el cerro sobre el que se asentaba la fortaleza castellana.

Sin embargo, esa fama no se tradujo en el apoyo económico que reclamó siempre el buscador del tesoro, a pesar de que tratara de llamar la atención de los burgaleses con sugestivos mensajes en la prensa de la época. En ese cerro del Castillo, que con tanta indiferencia se le mira, hay oro en cantidad insospechada, y el conocer su volumen ha de causar sensación. A presencia mía se han hecho estudios por cultivadores de las ciencias geofísicas, eminentes prospectores, uno español y tres extranjeros, y los cuatro han coincidido en situación y naturaleza de los cuerpos explorados. Las radiaciones electromagnéticas captadas acusan la existencia de un yacimiento de oro de un metro cúbico aproximadamente.

Lo único que consiguió el General Centeno fue despertar la expectación de la sociedad y, sobre todo, pulirse todo su patrimonio, ya que las suscripciones populares que ingenuamente abriera no fueron nunca respaldadas por los burgaleses, que asistieron quizás más divertidos que intrigados a las excavaciones que trataban de desvelar el misterio del tesoro oculto.

El tesoro del que hablaba Centeno no era baladí. Según él, constaba de unas 400.000 monedas de oro, más 200.000 de plata, la lujosa vajilla que perteneció a Pedro I de Castilla, del siglo XIV, así como perlas y diamantes. El obstinado general sostenía que el pozo del Castillo no era la única cavidad horadada en las entrañas del cerro, y que en alguna de esas galerías debieron esconder las tropas napoleónicas el fastuoso botín. Lo cierto es que meses después de iniciar las perforaciones, en mayo de 1929, Diario de Burgos anunciaba con entusiasmo la noticia de la aparición de las galerías y abundaba en los misterios que aguardaban en los sótanos de la fortaleza, alentando la empresa de Centeno. La fantasía tiene ya una base y un principio para continuar sus derroteros. Los escalones descubiertos es probable que sigan, ¿hasta dónde? Del final de esta escalera es de suponer que arranque otra galería ¿en qué dirección?, y sobre todo, ¿adónde irá a parar?

Pero el tesoro no apareció, a pesar de la tozudez de Centeno, que diez años después de sus primeras investigaciones aseguraba haber encontrado la entrada a una nueva cámara, por lo que pedía más paciencia a la sociedad. Ítem más: pocos días antes de la sublevación militar de julio de 1936, Leopoldo Centeno volvió a dirigirse al alcalde de la ciudad pidiendo soporte económico para continuar excavando. No dejar de tener su gracia el paralelismo entre la idea peregrina de Leopoldo Centeno, obsesionado con adentrarse tierra adentro días antes del golpe, con la de don Cosme Herrera, el personaje de la afamada novela de Óscar Esquivias Inquietud en el Paraíso quien también días antes de la asonada militar propone un viaje a las entrañas de la Catedral con destino, en el caso de esta ficción, al mismísimo Purgatorio.

La vehemencia de Centeno pudo derivar en esquizofrenia, o al menos en disparate cuando, en 1948, casi 25 años después de su primera solicitud, requiriera por última vez el apoyo del consistorio capitalino. En esta ocasión, las posibles riquezas que decía se escondían en los subterráneos de la fortaleza eran inmensamente más importantes. Así, el general, que ya parecía perdido en un laberinto más mental que físico, aseguraba que en algún lugar de las galerías se encontraba enterrado el archivo con toda la documentación de la ocupación francesa entre 1808 y 1813; los citados bienes de Pedro I de Castilla, ¡una tumba egipcia!, oro sepultado en dos cámaras romanas y estaño acumulado en otras dos cavidades. El general Centeno aseguraba en su carta al regidor de la ciudad que, de ser este tesoro hallado, «España podría, quizá, convertirse en el país más solvente de Europa, pudiendo así volver la vida normal y de prosperidad que todos anhelamos».

La red de galerías subterráneas halladas durante el pasado siglo XX bajo el castillo es realmente impresionante. Destaca el llamado Pozo, una singular construcción de origen medieval (posiblemente siglos XII ó XIII) que consta de un cilindro hueco de más de 60 metros de profundidad con escaleras de acceso hasta el fondo. Junto al Pozo se encuentra la Galería Principal, bautizada como Cueva del Moro, con 60 metros de longitud y un sinuoso recorrido a 10 metros bajo tierra; la Galería de la Carretera, llamada de esta manera porque discurre bajo la vía actual, consta de 13 metros de longitud; la Galería de la Cavidad, a 30 metros bajo tierra, discurre en dirección a San Esteban; por último, en esta obra de ingeniería medieval, destaca la Galería de los bomberos, así bautizada por haber sido este Cuerpo quien lo descubriera y desescombrara; está a 10 metros de profundidad y su trayecto es de 15 metros.

Fuentes: El castillo de Burgos. José Sagredo. Ayuntamiento de Burgos. 1999. El pozo y galerías del castillo de Burgos. Una gran obra de ingeniería. Clemente Sáenz y Luis María García. Revista de Obras Públicas. 2001. Revista Estampa. Julio de 1936.

Fuente: diariodeburgos.es

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