Y si la cuna de la humanidad, de la primera civilización, hubiese surgido en Iberia? ¿Y si antes de los egipcios, fenicios, mayas, incas, griegos, hebreos o romanos hubiese existido otra cultura primigenia -de la que luego brotaron las otras- radicada aquí, en Hispania, y más concretamente en su vertiente septentrional? ¿Y si los íberos -cuya historia se exhibe estos días en la plaza de España gracias a una muestra organizada por la Caixa- fueran los herederos directos, los depositarios de esa civilización fundacional? Esta es la teoría que sostiene desde hace 25 años, contra viento y marea, con controversias y polémicas, el filólogo e historiador Jorge María Ribero-Meneses (Valladolid, 1945): que Iberia, lejos de ser el lugar en el que a lo largo de los siglos otras civilizaciones fueron depositando su legado, fue «el crisol de todas ellas al tiempo que la matriz incontrovertible de la civilización».
Ribero-Meneses es autor de un centenar de libros, la mayoría de los cuales están dedicados a avalar esta teoría. El investigador está a punto de dar un paso más allá: en su próxima obra, que verá la luz en breve, revelará -asegura- «el punto exacto de la costa cantábrica en el que las ya casi míticas Islas Atlantes yacen sumergidas». No en vano, la tesis de Ribero-Meneses hay que entenderla desde esa todavía no encontrada civilización, convertida ya en una leyenda del mundo antiguo, y de la que se ha llegado a sospechar de su existencia real.
Ribero-Meneses establece el marco geográfico de esa primera humanidad civilizada muy concretamente: entre los Picos de Europa, en Asturias, y el Cabo Machichaco, en Vizcaya, incluyendo, claro, Cantabria y el norte de la provincia de Burgos. «En unas islas existentes en ese tramo de costa hasta el desenlace de la última glaciación, hace en torno a 12.000 años, floreció la primera civilización del planeta, recordada en multitud de remotos testimonios históricos entre los que, por pura ignorancia, el único conocido y citado es el aportado por Platón en sus Diálogos y en el que conoce a ese ‘Primer Mundo’ como Atlantis o Atlántida, cuando sus nombres más extendidos y genuinos fueron Eskitia y Hesperia, nombre helénico este último de la Península (H)ibérica (según el historiador, en su genuina ortografía que él mantiene se escribía con H)».
El autor de Los orígenes ibéricos de la Humanidad o La España olvidada indica que esa misma cultura madre de la humanidad «fue aquella que también respondió al nombre de Tartessos «extrapolado como el de la Atlántida al Sur de España por mor de la colosal ignorancia geográfica de los historiadores clásicos y de su empeño por cohonestar las más viejas noticias históricas con el mundo mediterráneo que les era relativamente conocido. De ahí nació el dislate de denominar Atlas a la cordillera norteafricana, que jamás había respondido a tal nombre, o de confundir a las Islas Canarias con las Islas Afortunadas, que era el propio archipiélago de la Atlántida, o el de ubicar las Columnas de Hércules en el Estrecho de Gibraltar cuando ya autores de la talla de Herodoto o Aristóteles habían dejado escrito que se alzaban en algún lugar del Norte de España».vestigios.
Jorge María Ribero-Meneses apunta que el vestigio más evidente que se conserva de aquella primera civilización de la historia es el arte rupestre. «Que es lo único que ha sobrevivido, merced a que su carácter subterráneo y oculto le ha salvado de la permanente labor de destrucción a la que el Patrimonio Arqueológico se ha visto y sigue viéndose abocado en España, víctima unas veces de gentes llegadas de fuera y, siempre, de la insaciable ansia depredadora de los naturales del país. Que lo diga, si no, la propia Cueva de Atapuerca, expoliada durante siglos».
En este sentido, considera que es «tanto por su profusión como por la cima artística alcanzada la prueba viva y tangible» de que esa primigenia civilización floreció a orillas del Cantábrico. Que «fueron los Hesperios-Atlantes-Tartesios quienes pintaron Altamira, El Pindal, La Garma, El Pendo, Santimamiñe, Ekain, Candamo o Tito Bustillo o modelaron el prodigioso complejo troglodítico del Monte Castillo de Puente Viesgo. El cataclismo que puso fin a aquella Civilización hace entre 10 y 12.000 años arruinó para siempre aquel fecundísimo y pujante ‘Mundo Primigenio’, desplazándose sus supervivientes en todas direcciones, América incluida, en busca de zonas más protegidas y seguras.
Y es justo a partir de ese momento en que comienzan a despuntar los primeros indicios de civilización en Egipto, Babilonia, Persia, Grecia o en el propio Levante (h)ibérico, preñado de pinturas rupestres que tienen esa edad y que son una verdadera caricatura, como las de Egipto, el norte de África y otros lugares, de las creadas por los pueblos cantábricos antes de la consunción de su mundo». Cuando en 1984 el historiador la hizo pública, la teoría fue muy criticada en el ámbito científico. No le importó entonces ni ahora: «Decidí consagrar el resto de mi vida a reconstruir la verdadera historia de nuestros orígenes, dispuesto a enfrentarme a todos los científicos del planeta si ello fuera necesario. Como en efecto lo ha sido, cabiéndome el orgullo de haber rebatido y rectificado desde entonces a infinidad de ellos, sin que hasta la fecha haya habido nadie capaz de desmontar o desautorizar ni una sola de mis tesis. Cosa que sí he hecho yo mismo, por el contrario, al no cesar de evolucionar y, por ende de pulir, matizar y consolidar mis tesis a lo largo de los ya casi 25 años transcurridos.
Así, tras unos primeros años en los que no se produjo ni una sola confirmación científica ajena a su revolucionaria revisión de los orígenes de la humanidad, «a partir del año 1991 comenzó a producirse un goteo de corroboraciones que no ha cesado de incrementarse desde entonces y que, sobre todo a partir de 1999 adquirió ya el carácter de lluvia torrencial. Y es que, alertada la comunidad científica internacional de la excepcional importancia de la ‘Prehistoria (h)ibérica’, han sido numerosos los investigadores de todo el mundo que no sólo han empezado a tenerla muy en cuenta en sus estudios, sino que han llegado incluso a intuir que la tan buscada cuna de la humanidad africana, estuvo ubicada en realidad en España». A este respecto, asegura que Atapuerca ha sido uno de sus apoyos más fuertes, toda vez que en sus yacimientos han sido hallados los restos humanos más antiguos de Europa, lo que ha hecho replantearse el origen continental del primer humano. No en vano, en el II Seminario Internacional de Paleocología humana de la Cátedra Atapuerca celebrado en 2007 los científicos apuntaron la idea de que el origen de la especie Homo es euroasiática, y no africana, como habían creído siempre.
Aunque sigue siendo una teoría controvertida, el historiador vallisoletano se muestra esperanzado de cara al futuro. «Lo importante era dar el primer paso, así como alertar a todos respecto a la posibilidad, jamás contemplada, de que (H)iberia hubiese engendrado a los primeros seres humanos. Todo lo demás irá viniendo por añadidura porque, como suelo decir, una vez que alguien ha puesto al descubierto una verdad y ha conseguido desarrollarla y que trascienda públicamente, ya no existe fuerza en el mundo capaz de enterrarla y de frenar el impacto que ese descubrimiento produce en un sector, el más lúcido, de la sociedad. Máxime en una época como la presente, en la que el conocimiento y la información viajan de un extremo a otro del globo con celeridad y facilidad inusitadas.
Fuente:R. Pérez Barredo Burgos
diariodeburgos.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario