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Situado en el páramo de Villafría de Sargentes de la Lora, apenas perceptible en el entorno, con una acumulación de piedras y tierra que alcanza los 13 metros de diámetro, se encuentra el dolmen. Es la segunda campaña de excavación que embarca a un equipo de 10 investigadores dirigido por arqueóloga y antropóloga Angélica Santa Cruz del Barrio junto a Rodrigo Villalobos. En este verano continúan abriendo las entrañas de la tierra para desentrañar sus tesoros.
De momento, los resultados son prometedores. En los primeros cinco días de trabajo de campo han conseguido ahondar en la excavación. El pasado verano se dedicó a la limpieza y acondicionamiento para conocer mejor el potencial del lugar. Parecía que lo tenía. Y no se han decepcionado. «Nos ha sorprendido. Aunque el año pasado ya vimos en superficie, salían huesos y dientes. Pero ahora ya bajando está saliendo restos de bastantes individuos, junto a material arqueológico como láminas de sílex», explica Angélica Santa Cruz. Se sitúa en una cronología entre el 3.800 antes de Cristo y el 3.000.
El equipo formado este año por los dos directores junto a Miguel Moreno, Germán Delibes acompañados de estudiantes de la universidad de Burgos y de Salamanca. El equipo principal lleva trabajando en la zona durante años y han podido analizar otros lugares donde se han producido saqueos en diferentes épocas de la historia. Por ese motivo, el poder abrir un lugar donde se conserven los cuerpos, es especial.
«En otros lugares no se encontraban tanto hueso y menos en posición primaria, huesos que están conectados anatómicamente, aquí hemos recuperado dos», explica la directora de la excavación. Un descubrimiento que indica que el yacimiento no fue saqueado, «Nos dice que está intacto y es una buena noticia para nosotros».
Las investigaciones posteriores aclararán más sobre estos dos esqueletos, pero se sabe que pertenecían a un «un individuo infantil», no se puede determinar si era un niño o niña, junto a un adulto. «Creemos estos enterramientos intactos, que nos son propios del Megalítico, probablemente sean posteriores. Porque los dólmenes se reutilizaban. Posiblemente, sean del Calcolítico, de la Edad del Cobre», aclara la directora de la excavación.
En este tipo de excavaciones situadas al aire libre en el páramo, los investigadores suele recuperar los restos entre las raíces. La naturaleza ha continuado su camino y suele «borrar» algunas señales.
También están encontrando otra circunstancia poco habitual, ya que hasta el momento se han encontrado pocos restos de animales. «Se ha hallado algún hueso que pudiera ser de cabra o ciervo, Pero pocos», apunta Angélica.
Poco a poco se va conociendo también algo mejor su estructura. El trabajo de campo va determinando que es más pequeño que el Dolmen de La Cabaña de Sargentes de la Lora, uno de los más conocidos, que queda como referencia en la zona.
Por el momento, parece que el de Villfaría es simple, carece de corredor. «Solo tiene una cámara cerrada. Hay una acumulación que hay que estudiar en zona sureste por fuera, pero todo indica que no es un corredor, no es un pasillo».
Los elementos que conforman los dólmenes repiten su disposición. Este parece que reproduce el modelo de una cámara, un espacio central, generalmente con forma de círculo. Cerrado por grandes losas ancladas en la tierra, ortoestratos, el lugar funerario principal.
Seguramente el trabajo de campo se prolongue por lo menos una campaña más, «para intentar determinar la potencia de la cámara, se tiene que ir poco a poco registrando», apunta la directora de la excavación.
Los estudios posteriores de estas investigaciones determinarán muchos datos de estas comunidades, el número de individuos que estaban enterrados y la edad y el sexo de cada uno de ellos. Y es que los huesos hablan. Aportan información de su salud, de lo que comían, de los movimientos repetitivos que realizaban, de sus edades. Pero por las investigaciones anteriores se puede realizar ya una fotografía de los habitantes de las parameras.
No eran muy altos ni demasiado robustos. «Por lo que he estudiado, los huesos son más pequeños», indica la antropóloga y arqueóloga Angélica Santa Cruz. «Con una estatura media que para los hombres se situaba en torno al 1,60 para los hombres y 1,45, 1,50 para mujeres». Pudiera ser por la nutrición, ya que vivían a expensas de la naturaleza y los cultivos. Una población que no era del todo sedentaria, con una actividad que seguía los pasos del pastoreo. No se han hallado restos de habitaciones, de casas, o bien porque no los hubo o porque no se han conservado.
Los huesos recuperados muestran artrosis. Pero no es significativa, ya que muchos morían jóvenes. Con una esperanza de vida en torno a los 30 años, lo que no quiere decir «que algunos no llegaran a ancianos, en general morían muchos niños con tasas del 200 o 300 por mil».
Quedan en los huesos también las huellas de infecciones que padecieron. «Es algo muy común a partir del Neolítico, por la domesticación del ganado y del sedentarismo»
Curiosamente, no han encontrado muchas caries «menos de lo esperado, por lo que los cultivos no eran su dieta principal». Sí que han documentado un desgaste dental, seguramente debido a que molían trigo, y las partículas de arenisca de las piedras de moler, se posaba en el alimento y ellas rayaban los dientes.
Datos que poco a poco van uniendo una visión de estas gentes que vieron en las parameras de la Lora un lugar para vivir, de manera continua o estacional, pero sobre todo para reposar después de la muerte, ya que el dolmen es un sepulcro. Tumbas prehistóricas, colectivas. Posiblemente relacionadas con el territorio, como si fueran un hito, unas zonas de referencia. «Hay una veneración de los ancestros, seguramente implicaciones simbólicas, los corredores orientados a la salida del sol».
En algunos casos se utilizaban en periodos de entre los 800 y 1.000 años, «sobre todo los sepulcros más grandes. Los de menor tamaño tenían un clico de utilización más corta».
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