Prólogo
Aún no había amanecido en las tierras del Norte. Apenas una leve claridad acariciaba las crestas de los montes, anunciando el alba de un nuevo día.
Rompiendo la quietud, un hombre ascendía lenta, fatigosamente, la ladera pedregosa, trepando entre las rocas y los arbustos floridos hasta la peña que moteaba el valle. Al llegar, recuperó el resuello y comprobó la dirección del suave viento que soplaba. Se colocó de espaldas a él, llenó de aire los pulmones, todo lo que pudo, y sopló con fuerza a través de la boca del olifante que llevaba colgado al pecho. Surgió el rugido bronco, penetrante, del cuerno. Una. Dos veces. Una tercera más prolongada que las anteriores.
Enseguida, en la distancia, el bramido se fue repitiendo resonando en los collados, prolongándose por las colinas y cimas de cada monte, extendiendo por todos los confines del pequeño reino el temido mensaje enviado al aire. Aquel que nadie quería escuchar. Aquel que, de nuevo, convocaba a todos para la guerra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario