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A la entrada de los múltiples desfiladeros que conectan el Valle de
Miranda con La Rioja, en la provincia de Burgos, se encuentra Bugedo,
también llamado Bujedo de Candepajares, que debe su nombre a la
abundancia de boj, un tipo de árbol o arbusto pequeño. Situado al este
de la provincia, a ochenta kilómetros de la capital burgalesa y a 534
metros de altitud sobre el nivel del mar, este pueblo cuenta con una
población de aproximadamente doscientos habitantes en sus apenas diez
kilómetros cuadrados.
Por su situación privilegiada al abrigo de
los Montes Obarenes y con diversos ríos a sus alrededores, hace pensar
que esta zona debió de estar habitada desde hace muchos siglos puesto
que relativamente cerca se encuentra un yacimiento prehistórico como el
de Atapuerca. En cuanto a sus construcciones arquitectónicas destaca el
monasterio. Este antiguo cenobio premostratense fue fundado en 1162, a
los pies de la importante calzada romana que discurría por la cercana
hoz de Foncea y en lo que fue, durante buena parte de la Edad Media, uno
de los más conflictivos confines entre los reinos de Castilla y
Navarra, se levantó, entre otras cosas, para marcar la frontera.
Su
fundación se debe a Doña Sancha Díaz de Frías, quien lo puso bajo la
potestad del abad del monasterio de San Cristóbal de Ibeas de Juarros.
También llegó a contar con la directa protección de Alfonso VIII, lo que
supuso un rápido enriquecimiento y la adquisición de numerosas
posesiones por tierras de Burgos, Álava y La Rioja. Esta prosperidad se
vio reflejada en el magnífico templo románico que se construyó en sus
primeros años de existencia. Fue considerado como uno de los mayores de
todo el románico burgalés.
La planta del templo es de cruz latina
con tres naves y un crucero poco marcado. En las cubiertas se
entremezclan las bóvedas de cañón apuntado con las de crucería simple y
las más modernas de terceletes. Si a los pies del monasterio se alza un
elegante coro, resultado de una reforma del siglo XVI, la cabecera
aparece rematada por tres ábsides semicirculares que constituyen la
parte más meritoria del conjunto.
Fechados a finales del siglo
XII y principios de la siguiente centuria, el que se corresponde con la
nave central está mucho más desarrollado y, al exterior se divide en
cinco paños separados por columnas.
En cada lienzo de este ábside
central se abre un esbelta y elegante ventana abocinada. Como
corresponde a la tardía época de su construcción, la escultura
monumental del templo está reducida casi exclusivamente a la decoración
de los capitales, mostrando claras influencias del arte cisterciense y
su iconografía se limita a los clásicos elementos vegetales como hojas
de acanto, piñas, palmetas y cestillos. El resto de las edificaciones
del monasterio, presididas por una maciza torre de fábrica románica,
fueron reformadas a lo largo de los posteriores siglos.
Por otra
parte, la iglesia de Santa María, situada en el centro del pueblo,
parece que data de finales del siglo XV y principios del siglo XVI por
el tipo de construcción. De planta rectangular toda ella en piedra, cabe
destacar la torre cuadrada coronada por un campanario compuesto de
arcos de media punta dónde se encuentran alojadas las campanas. En una
de las caras de la torre hay un reloj y una inscripción encima de dos
pequeñas ventanas que aunque está fechada en 1.236, no se consigue
distinguir lo que pone.
Para los amantes de la naturaleza hay una
serie de rutas que parten de esta localidad burgalesa y según las ganas
de cada uno, pueden tomar dos direcciones: Cellorigo o Pancorbo. Quien
se decante por esta última opción, llegará a una de las escuelas de
escalada más importantes de la zona pues cuenta con más de cien vías en
todos los niveles.
En lo que se refiere a fauna, se observan
especies como el buitre leonado, el águila real o el corzo además de
nutrias o jabalíes. Por otra parte, en cuanto a la vegetación, se
aprecian bosques de encina, quejigo, pino resinero y silvestre.
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