R. Pérez Barredo
Horatio Nelson tenía tanto orgullo como ambición, pero aquel día de julio del año de nuestro señor de 1797, a bordo del Theseus, frente a las costas de Tenerife y ya con el brazo derecho amputado, tuvo el ardoroso marino inglés que rendirse a la evidencia. También herido en su vanidad, pero haciendo gala de la inveterada cortesía británica, ordenó escribir la siguiente misiva: No puedo separarme de esta isla sin dar a vuestra excelencia las más sinceras gracias por su fina atención para conmigo, y por la humanidad que ha manifestado con los heridos nuestros que estuvieron en su poder, o bajo su cuidado, y por la generosidad que tuvo con todos los que desembarcaron, lo que no dejaré de hacer presente a mi Soberano.
El contraalmirante inglés, azote de todos los imperios, considerado el
mejor marino de todos los tiempos y estandarte de la Royal Navy, la
armada más perfecta que jamás había surcado los océanos, acababa de
sufrir la primera y única derrota de su deslumbrante carrera militar. El
destinatario de la misiva, el hombre que ganó a Nelson, el militar que
detuvo la invasión inglesa de Tenerife, se llamaba Antonio Gutiérrez de
Otero y era natural de Aranda de Duero. Este episodio bélico de la
historia de España, poco conocido, es honrado como se merece en el
libroCuando éramos invencibles, que ha publicado Jesús Ángel Rojo
Pinilla (Editorial Gran Capitán).
La elegancia en la victoria del general burgalés rayó a la misma altura
que la del derrotado. Y de su puño y letra hizo llegar respuesta al
barco de Nelson: Con mucho gusto he recibido la muy apreciable de
vuestra señoría, efecto de su generosidad y buen modo de pensar, pues de
mi parte considero que ningún lauro merece el hombre que sólo cumple
con lo que la humanidad le dicta, y a esto se reduce lo que yo he hecho
para con los heridos y para los que desembarcaron, a quienes debo de
considerar como hermanos desde el instante que concluyó el combate. Si
en el estado a que ha conducido a vuestra señoría la siempre incierta
suerte de la guerra, pudiese yo, o cualquiera de los efectos que esta
isla produce, serle de alguna utilidad o alivio, ésta sería para mí una
verdadera complacencia, y espero admitirá vuestra señoría un par de
limetones de vino, que creo no sea de lo peor que produce. Seráme de
mucha satisfacción tratar personalmente cuando las circunstancias lo
permitan y entre tanto ruego a Dios guarde su vida por largos y felices
años.
Relata Rojo Pinilla que tras varias incursiones de la flota británica
en el archipiélago canario, «Nelson se presentó frente a la costa
tinerfeña, al mando de una escuadra formada por cuatro navíos de línea
de 74 cañones, tres fragatas, una bombarda capturada a los españoles y
un cutter, los que sumaban casi 400 cañones y más de 3.000 hombres
seleccionados entre las mejores tropas del ejército británico. Enfrente
se encontraba el veterano y heroico general Antonio Gutiérrez, quien
tenía a su disposición a 1.669 ‘soldados’ que se consiguió reunir de
entre los 247 hombres del batallón de Canarias, además de milicianos sin
preparación en su mayoría y voluntarios del corsario francés La
Mutine».
El ataque se produjo entre el 21 y el 22 de julio. Las corrientes se
aliaron con los españoles porque impidieron a las fragatas acercarse a
menos de una milla de la costa, lo que alertó a los españoles. El
general Gutiérrez dispuso fuerzas en un punto estratégico de la isla en
el que preveía que pudiesen desembarcar los ingleses: acertó de pleno,
consiguiendo repeler el ataque, capturando a muchos asaltantes y
obligando a huir al resto. El día 23 se cruzaron fuego durante horas. En
una inteligente maniobra, el burgalés ordenó desplegar fuerzas por toda
la costa, lo que hizo creer a los británicos que la defensa era mucho
mayor de lo que creían.Harto de no progresar en el asedio, Nelson
decidió encabezar el ataque definitivo, que a la postre resultó suicida.
Así lo cuenta Rojo Pinilla: «Tras se humillado por las escasamente
preparadas milicias isleñas, el gran Horatio Nelson, más tarde héroe de
Trafalgar, decidió atacar frontalmente Santa Cruz». Los ingleses
llegaron a desembarcar, pero nada pudieron hacer sino entregarse. En la
refriega, Nelson fue alcanzando por un cañón, resultando herido de
gravedad en un brazo, que le sería amputado sin remisión.
El autor del libro recoge el testimonio de quienes vivieron aquel
momento trágico: «Su hijastro, el teniente Josiah Nisbet, cogió a Nelson
mientras caía herido en su bote. Soy hombre muerto, dijo Nelson,
mientras Josiah lo tumbaba en el bote y le hacía un torniquete con su
pañuelo». El día 25 se confirmó la humillante derrota de Nelson: un
buque, el Fox, había sido hundido; se contabilizaron 44 muertos; 123
heridos; 177 ahogados; y cinco desaparecidos del lado inglés. De parte
española, las bajas fueron 22. Los ingleses se retiraron al día
siguiente rindiendo homenaje a sus caídos con 25 cañonazos y arriando
banderas. Humilde y justo, el general Antonio Gutiérrez de Otero pidió a
la Corona recompensas para sus más valerosos hombres. El burgalés fue
ascendido por Carlos IV y recibió la Encomienda de Esparragal en la
Orden de Alcántara.
Señala Rojo Pinilla que los británicos, dolidos por la derrota,
quisieron enmascarar la verdad afirmando que habían combatido contra
8.000 hombres cuando apenas habían sido 1.600. Cierto es que Nelson se
vengó unos años después, en 1805, derrotando a españoles y franceses en
Trafalgar, la batalla naval del siglo. Entonces, el ya almirante
británico conquistó la gloria.
A cambio, perdió la vida.
Fuente: http://www.diariodeburgos.es/noticia/Z89801147-FC48-4719-2390690FD7D15111/20150615/honor/burgales/infligio/todopoderoso/nelson/unica/derrota
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