viernes, 1 de febrero de 2008

-Castrosiero





Junto al evocador pueblo de Valdelateja, donde confluyen los ríos Ebro y Rudrón, se alza la mole de Castrosiero, uno de esos lugares difíciles de olvidar, tanto por la belleza y espectacularidad de su situación, como por la historia que se respira a su alrededor.

El cerro de Castrosiero, a 835 metros de altitud, es un retazo de la Paramera que ha quedado aislado por erosión fluvial, al excavar el río Rudrón un meandro, que posteriormente fue abandonado.
La peña se levanta unos 200 metros sobre el nivel del río Rudrón y está rematada por un macizo y duro bloque de calizas. Su carácter casi inaccesible y su situación estratégica propiciaron que desde los tiempos prehistóricos distintas gentes y culturas lo eligiesen para instalar en su cima puntos de vigilancia y defensa.
Parece segura la presencia céltica y romana en lo alto del monte.
Las estelas encontradas en la cumbre demuestran su primera ocupación romana. Se dice que en época del emperador Diocleciano fueron martirizadas en este lugar las santas Centola y Elena. Un pequeño monumento cubre una roca sobre la que, según la tradición, fueron decapitadas las santas. La leyenda cuenta que si se moja esta roca con un trapo mojado, se teñirá de rojo por la sangre derramada por las santas...Sus reliquias se guardan hoy en el altar mayor de la catedral de Burgos.

Tanto los romanos como los visigodos siguieron utilizando la fortaleza natural de Castrosiero para controlar a los pobladores cántabros que vivían al norte del río Ebro. A principios del siglo VIII, tras la invasión del Islam, se produjo la huida hacia el norte de la población de la meseta. Algunos de sus nobles quedaron aislados pero siguieron ejerciendo su labor de vigilancia. Éste puede ser el caso de Fredenandus y de su esposa Gutina, que además de encontrar refugio en Castrosiero mandaron edificar una sencilla iglesia en honor a las dos veneradas santas burgalesas, Centola y Elena.

La ermita, que se alza en lo más alto del cerro, es un pequeño templo de tradición tardovisigoda o mozárabe, fechado a finales del siglo VIII, que puede considerarse como una de las basílicas cristianas más antiguas que se conservan en Burgos. Es un pequeño templo de una sola nave de planta rectangular con ábside cuadrado. Sus muros son de mampostería y sillarejo y el arco de triunfo del presbiterio insinúa su primitivo trazado en herradura. En la cabecera, cubierta con bóveda de cañón y en la que se pueden ver los tres altares que marcaba la tradición litúrgica hispanovisigoda, se abre una pequeña ventana en forma de aspillera, con arco de herradura y culminada por una inscripción. En ésta figura el nombre de los fundadores, Fredenandus y Gutina, la fecha de su consagración, año 782 de nuestra Era, y aparece un elemento decorativo que recuerda el árbol de la vida. En la primitiva basílica se encontraron dos valiosas piezas del mobiliario litúrgico: el ara del altar y un disco, ambos de piedra, adornados con distintos motivos religiosos.

En su inaccesible peñasco estuvo instalado, como así lo atestigua un documento fechado en el año 945, el castillo del importante alfoz altomedieval de Siero, desde donde se siguió controlando la intensa repoblación del alto Ebro. La aldea de Siero fue habitada hasta el año 1.914 (sus últimos habitantes fueron Daniel y Jerónimo, que bajaron a vivir a Valdelateja en ese año). Todavía son visibles en el lugar algunas casas y el cementerio adosado a la derruida iglesia.

Sin duda, una sosegada visita nos hará disfrutar de este lugar mágico. Además de sus evidentes atractivos históricos y paisajísticos, disfrutaremos del vuelo de algunas de las aves rapaces más representativas de nuestra fauna. El majestuoso buitre leonado, el inteligente alimoche, la poderosa águila real o el veloz halcón peregrino habitan las inaccesibles paredes verticales. El inconfundible canto de las chovas nos acompañará en el descenso hacia el frío cauce del Rudrón, donde un magnífico bosque de ribera formado por alisos, fresnos, sauces, avellanos y chopos, acoge las andanzas de la esquiva nutria, el espectáculo de los saltos de la trucha y la vista de grandes ejemplares de barbos de montaña.

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