El Santo Cristo de Burgos se custodia en la Catedral desde el año 1836.
Sin embargo, su origen está envuelto en la nebulosa de la leyenda. La
historiadora burgalesa María José Martínez ha investigado en sus raíces y
analizado con detalle concluyendo que de todas las esculturas
articuladas existentes la talla burgalesa es la que alcanza mayores
cotas de perfeccionamiento técnico; que sus singularidades le alejan de
la tradición escultórica española, lo que ha dado origen a numerosas
leyendas desde el siglo XV. En su estudio El Santo Cristo de Burgos y
los Cristos dolorosos articulados, Martínez realiza un diagnóstico en
profundidad sobre todos los detalles que envuelven esta efigie. Quizás
poca gente sepa que la talla procede del convento de los Agustinos
Ermitaños, desamortizado en el siglo XIX: «Este cenobio fue en su origen
una edificación muy pobre ubicada a las afueras de la ciudad. En los
siglos XV y XVI, debido a su pobreza, a sus reducidas dimensiones y a la
gran afluencia de creyentes que acudían atraídos por la imagen, se
procede a su reedificación. Entre los sufragadores de la obra se
encuentra la familia Santa María, la familia Orense, acaudalados
mercaderes burgaleses, y Felipe II». En esa capilla estuvo la talla
hasta el año 1808, cuando el marqués de Avendaña, temiendo el saqueo de
las tropas napoleónicas, ordenó su traslado provisional a la iglesia de
San Nicolás para pasar después a la Catedral.
La leyenda sobre el
origen y el hallazgo de este icono es riquísima. Varios relatos dan
cuenta de este hecho, según recoge la investigadora. Uno de ellos es el
texto del barón Rosmithal de Blatna, fechado entre 1465 y 1467. Se
recoge la leyenda en estos términos: «Los sacerdotes refiriéndose
después al Señor, que aquella imagen se había encontrado en el mar hacia
500 años, añadiendo que no había podido averiguar de qué parte del
mundo provenía, y que se había hallado con la imagen, en una caja
embreada, unas tablas en que estaba escrito que en cualquier plaza a que
las olas arrojasen aquel sagrado cuerpo lo recibiesen con magnificencia
y lo colocasen en lugar decoroso; contaba después que el hallazgo había
sido de este modo: ‘Unos marineros españoles que se dirigían a cierta
región, surcando el mar, tropezaron con un galeón en que iba aquel
sagrado cuerpo; cuando vieron de lejos esta nave temieron que fuese de
enemigos; se sobrecogieron de temor y se prepararon la resistencia, como
es costumbre en el mar; creyeron que el galeón era de catalanes (los
cuales, aunque son cristianos, se entregan al robo en los mares, y por
eso todos concibieron gran miedo); acercáronse algo, si bien con recelo,
a la nave y no vieron nada en ella; pero temieron que estuvieran
ocultos acechando, y por eso enviaron a algunos hombres en una barca
ligera para que explorasen, y si había peligro se volviesen con
presteza; acercáronse éstos poco a poco, y no sintiendo ningún rumor, se
atrevieron algunos de ellos, no sin gran temor, a subir al galeón,
donde no encontraron más que el cuerpo antedicho y determinaron volver
con él y con la nave hacia Burgos, que era su patria».
Existe otro
relato, escrito por uno de los hombres del citado barón, que en palabras
de Martínez enriquece la versión: «He aquí como vino el Cristo a la
ciudad sin saber nadie de dónde. En el año 412 del nacimiento de Nuestro
Señor apareció en el mar un buque con las velas desplegadas, viéronle
unos piratas y se propusieron robarlo, abordáronlo y no encontraron a
nadie, ni vieron otra cosa que un cofre, y cuando lo quisieron abrir
cayeron todos como muertos, de modo que no pudieron abrirlo, aunque se
apoderaron del cofre y del buque. Levantose entonces una gran tempestad,
empujándolo con fuerza hacia Burgos, y buscaron un ermitaño a quien
llevaron al buque y le enseñaron el cofre pidiéndole consejo. Díjoles
este que en Burgos había un santo obispo de raza judía, al cual le
contaría todo lo ocurrido para que diese su prudente dictamen. Cuando
llegaron a visitar al obispo estaba durmiendo y soñaba que había un
crucifijo en un barco que flotaba en el mar, y su traza y forma eran las
de Jesucristo al morir en la cruz, y cuando el ermitaño y los marineros
llegaron a visitar al obispo y le hablaron del barco y el cofre que
estaba en él, el cual nadie había visto, recordó el prelado su sueño y
mandó que confesaran, y que con la mayor devoción fuesen todos
procesionalmente hacia el buque y el obispo con algunos sacerdotes entró
en el abrió entonces por sí mismo y el obispo vio allí el crucificjo.
Tomole con la mayor veneración, llevándolo al pueblo y la iglesia en
donde hoy se halla».
Destaca Martínez, por encima de las leyendas
anteriores, las declaraciones que unos procuradores burgaleses
realizaron en Mantua durante la celebración de un capítulo general de la
Orden de los Ermitaños de San Agustín en 1473: «Un mercader de Burgos,
muy devoto de los agustinos de San Andrés, pasó a Flandes. Pidióles le
encomendase a Dios en su viaje, ofreciendo traerles algunas cosa
preciosa. A la vuelta halló en el mar un cajón a modo de ataúd que,
recogido y abierto, tenía dentro de sí una caja de vidrio y en ella la
soberana imagen del Crucifijo, de estatura natural, con los brazos sobre
el pecho (pues como dijimos son flexibles) pero con llaga en el
costado, y las manos y los pies con la rotura de los clavos, como cuerpo
humano crucificado. Gozoso el mercader con la preciosa margarita y
acordándose de la oferta que hizo a los ermitaños, la cumplió
entregándoles el sagrado tesoro que venía escondido en aquella arca; y
dicen que al llegar se tocaron las campanas por sí mismas».
Esta
versión es, para la historiadora, capital, «porque se mantiene en
fuentes literarias posteriores, sobre todo a partir del siglo XVI (...).
El episodio de la aparición de la caja en el mar se completa con
elementos descriptivos, como la presencia de una tormenta que duró dos
días».
También, recoge
Martínez, hay leyendas en torno a la naturaleza física de la imagen,
alentadas tanto por la literatura como por el Camino de Santiago. «Los
materiales empleados en la elaboración de la escultura: madera, piel
vacuna, lana picada para el relleno, cabello natural etc., son
excepcionales en la imaginería medieval, y también son singulares las
sofisticadas técnicas aplicadas a la policromía. Todo ello confiere a la
imagen un aspecto muy realista (...) El realismo de la imagen y el modo
en que ésta se presentaba a los creyentes, contribuyó a que pronto
surgieran numerosas leyendas sobre su naturaleza física. En estos
relatos legendarios podía leerse que le crecía el pelo y las uñas,
sudaba, sangraba y era una momia».
Pero, claro, para alcanzar la
categoría de mito la talla tenía que tener más vínculos con lo sagrado.
«Desde su desembarco en la península surgió en torno a ella la fama de
milagrosa». Un resumen de éstos aparece en el llamado libro de los
Miraglos: «Hay en este libro diez y ocho muerto resucitados; diez y ocho
cojos y mancos sanos; onze enfermos restituidos a la salud; tres ciegos
reciven vista; vuélveseles el habla a tres que ha habían perdido; tres
cautivos restauran la libertad; tres gibosos quedan derechos, libran un
endemoniado y otro, a quien dio su padre al demonio, le guarda el Santo
Cristo; es arrastrado de un caballo un hombre y no padece lesión; un
niño se ahoga y recibe vida; dos mujeres preñadas hallan alivio a sus
dolores; libra de peste y de las tempestades del mar; libra a unos
encarcelados; da agua en tiempo de seca. Estos son los milagros que
están autorizados en este libro».
María José Martínez subraya que el
Santo Cristo de Burgos pertenece al grupo de los crucifijos articulados
cuya característica principal es su capacidad para mover los brazos y en
algunos casos otras partes del cuerpo. «Este es el único elemento que
los define como grupo. La existencia de estos crucifijos se explica en
relación con la liturgia medieval, concretamente con las ceremonias que
se celebraban desde Viernes Santo al Domingo de Pascua. Las imágenes
medievales conservadas de estas características son escasas, aunque
probablemente otras se hayan perdido. Son más numerosas las que
pertenecen a siglos posteriores, vinculadas también a ritos litúrgicos
del Descendimiento y Entierro de Cristo durante la Semana Santa».
Fuente: www.diariodeburgos.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario