viernes, 16 de septiembre de 2011

-El Santo Cristo de Burgos.

El Santo Cristo de Burgos se custodia en la Catedral desde el año 1836. Sin embargo, su origen está envuelto en la nebulosa de la leyenda. La historiadora burgalesa María José Martínez ha investigado en sus raíces y analizado con detalle concluyendo que de todas las esculturas articuladas existentes la talla burgalesa es la que alcanza mayores cotas de perfeccionamiento técnico; que sus singularidades le alejan de la tradición escultórica española, lo que ha dado origen a numerosas leyendas desde el siglo XV. En su estudio El Santo Cristo de Burgos y los Cristos dolorosos articulados, Martínez realiza un diagnóstico en profundidad sobre todos los detalles que envuelven esta efigie. Quizás poca gente sepa que la talla procede del convento de los Agustinos Ermitaños, desamortizado en el siglo XIX: «Este cenobio fue en su origen una edificación muy pobre ubicada a las afueras de la ciudad. En los siglos XV y XVI, debido a su pobreza, a sus reducidas dimensiones y a la gran afluencia de creyentes que acudían atraídos por la imagen, se procede a su reedificación. Entre los sufragadores de la obra se encuentra la familia Santa María, la familia Orense, acaudalados mercaderes burgaleses, y Felipe II». En esa capilla estuvo la talla hasta el año 1808, cuando el marqués de Avendaña, temiendo el saqueo de las tropas napoleónicas, ordenó su traslado provisional a la iglesia de San Nicolás para pasar después a la Catedral.

La leyenda sobre el origen y el hallazgo de este icono es riquísima. Varios relatos dan cuenta de este hecho, según recoge la investigadora. Uno de ellos es el texto del barón Rosmithal de Blatna, fechado entre 1465 y 1467. Se recoge la leyenda en estos términos: «Los sacerdotes refiriéndose después al Señor, que aquella imagen se había encontrado en el mar hacia 500 años, añadiendo que no había podido averiguar de qué parte del mundo provenía, y que se había hallado con la imagen, en una caja embreada, unas tablas en que estaba escrito que en cualquier plaza a que las olas arrojasen aquel sagrado cuerpo lo recibiesen con magnificencia y lo colocasen en lugar decoroso; contaba después que el hallazgo había sido de este modo: ‘Unos marineros españoles que se dirigían a cierta región, surcando el mar, tropezaron con un galeón en que iba aquel sagrado cuerpo; cuando vieron de lejos esta nave temieron que fuese de enemigos; se sobrecogieron de temor y se prepararon la resistencia, como es costumbre en el mar; creyeron que el galeón era de catalanes (los cuales, aunque son cristianos, se entregan al robo en los mares, y por eso todos concibieron gran miedo); acercáronse algo, si bien con recelo, a la nave y no vieron nada en ella; pero temieron que estuvieran ocultos acechando, y por eso enviaron a algunos hombres en una barca ligera para que explorasen, y si había peligro se volviesen con presteza; acercáronse éstos poco a poco, y no sintiendo ningún rumor, se atrevieron algunos de ellos, no sin gran temor, a subir al galeón, donde no encontraron más que el cuerpo antedicho y determinaron volver con él y con la nave hacia Burgos, que era su patria».

Existe otro relato, escrito por uno de los hombres del citado barón, que en palabras de Martínez enriquece la versión: «He aquí como vino el Cristo a la ciudad sin saber nadie de dónde. En el año 412 del nacimiento de Nuestro Señor apareció en el mar un buque con las velas desplegadas, viéronle unos piratas y se propusieron robarlo, abordáronlo y no encontraron a nadie, ni vieron otra cosa que un cofre, y cuando lo quisieron abrir cayeron todos como muertos, de modo que no pudieron abrirlo, aunque se apoderaron del cofre y del buque. Levantose entonces una gran tempestad, empujándolo con fuerza hacia Burgos, y buscaron un ermitaño a quien llevaron al buque y le enseñaron el cofre pidiéndole consejo. Díjoles este que en Burgos había un santo obispo de raza judía, al cual le contaría todo lo ocurrido para que diese su prudente dictamen. Cuando llegaron a visitar al obispo estaba durmiendo y soñaba que había un crucifijo en un barco que flotaba en el mar, y su traza y forma eran las de Jesucristo al morir en la cruz, y cuando el ermitaño y los marineros llegaron a visitar al obispo y le hablaron del barco y el cofre que estaba en él, el cual nadie había visto, recordó el prelado su sueño y mandó que confesaran, y que con la mayor devoción fuesen todos procesionalmente hacia el buque y el obispo con algunos sacerdotes entró en el abrió entonces por sí mismo y el obispo vio allí el crucificjo. Tomole con la mayor veneración, llevándolo al pueblo y la iglesia en donde hoy se halla».

Destaca Martínez, por encima de las leyendas anteriores, las declaraciones que unos procuradores burgaleses realizaron en Mantua durante la celebración de un capítulo general de la Orden de los Ermitaños de San Agustín en 1473: «Un mercader de Burgos, muy devoto de los agustinos de San Andrés, pasó a Flandes. Pidióles le encomendase a Dios en su viaje, ofreciendo traerles algunas cosa preciosa. A la vuelta halló en el mar un cajón a modo de ataúd que, recogido y abierto, tenía dentro de sí una caja de vidrio y en ella la soberana imagen del Crucifijo, de estatura natural, con los brazos sobre el pecho (pues como dijimos son flexibles) pero con llaga en el costado, y las manos y los pies con la rotura de los clavos, como cuerpo humano crucificado. Gozoso el mercader con la preciosa margarita y acordándose de la oferta que hizo a los ermitaños, la cumplió entregándoles el sagrado tesoro que venía escondido en aquella arca; y dicen que al llegar se tocaron las campanas por sí mismas».
Esta versión es, para la historiadora, capital, «porque se mantiene en fuentes literarias posteriores, sobre todo a partir del siglo XVI (...). El episodio de la aparición de la caja en el mar se completa con elementos descriptivos, como la presencia de una tormenta que duró dos días».

También, recoge Martínez, hay leyendas en torno a la naturaleza física de la imagen, alentadas tanto por la literatura como por el Camino de Santiago. «Los materiales empleados en la elaboración de la escultura: madera, piel vacuna, lana picada para el relleno, cabello natural etc., son excepcionales en la imaginería medieval, y también son singulares las sofisticadas técnicas aplicadas a la policromía. Todo ello confiere a la imagen un aspecto muy realista (...) El realismo de la imagen y el modo en que ésta se presentaba a los creyentes, contribuyó a que pronto surgieran numerosas leyendas sobre su naturaleza física. En estos relatos legendarios podía leerse que le crecía el pelo y las uñas, sudaba, sangraba y era una momia».
Pero, claro, para alcanzar la categoría de mito la talla tenía que tener más vínculos con lo sagrado. «Desde su desembarco en la península surgió en torno a ella la fama de milagrosa». Un resumen de éstos aparece en el llamado libro de los Miraglos: «Hay en este libro diez y ocho muerto resucitados; diez y ocho cojos y mancos sanos; onze enfermos restituidos a la salud; tres ciegos reciven vista; vuélveseles el habla a tres que ha habían perdido; tres cautivos restauran la libertad; tres gibosos quedan derechos, libran un endemoniado y otro, a quien dio su padre al demonio, le guarda el Santo Cristo; es arrastrado de un caballo un hombre y no padece lesión; un niño se ahoga y recibe vida; dos mujeres preñadas hallan alivio a sus dolores; libra de peste y de las tempestades del mar; libra a unos encarcelados; da agua en tiempo de seca. Estos son los milagros que están autorizados en este libro».

María José Martínez subraya que el Santo Cristo de Burgos pertenece al grupo de los crucifijos articulados cuya característica principal es su capacidad para mover los brazos y en algunos casos otras partes del cuerpo. «Este es el único elemento que los define como grupo. La existencia de estos crucifijos se explica en relación con la liturgia medieval, concretamente con las ceremonias que se celebraban desde Viernes Santo al Domingo de Pascua. Las imágenes medievales conservadas de estas características son escasas, aunque probablemente otras se hayan perdido. Son más numerosas las que pertenecen a siglos posteriores, vinculadas también a ritos litúrgicos del Descendimiento y Entierro de Cristo durante la Semana Santa».

Fuente: www.diariodeburgos.es

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